“Una condición previa para la paz es el desmantelamiento de la dictadura del relativismo moral y del presupuesto de una moral totalmente autónoma, que cierra las puertas al reconocimiento de la imprescindible ley moral natural inscrita por Dios en la conciencia de cada hombre. La paz es la construcción de la convivencia en términos racionales y morales, apoyándose sobre un fundamento cuya medida no la crea el hombre, sino Dios”. (Benedicto XVI, 1° de enero de 2013).
No hay paz sin verdad. No hay paz si no desmantelamos la dictadura del relativismo. Pero… ¿qué es el relativismo?; ¿por qué se habla de una “dictadura”?; ¿cómo afecta la paz?; ¿cómo desmantelarla?
De acuerdo con la Real Academia Española, relativismo es una “teoría que niega el carácter absoluto del conocimiento, al hacerlo depender del sujeto que conoce.” Es la renuncia del hombre a la posibilidad de conocer las verdades objetivas que fundan la convivencia humana. Es un error, pues si bien hay muchas cosas relativas, hay verdades objetivas que se pueden conocer.
En un ensayo titulado “Lo políticamente correcto o el acoso de la libertad”, el Prof. Manuel Ballester sostiene que lo políticamente correcto “remite a un modo de actuar y de hablar que se está imponiendo, pero no pacíficamente (…). Se trata de una imposición a base de legislación y cuenta con un poderoso aparato censor y punitivo. Remite, por una parte, a una cierta visión buenista de la sociedad que, por otra, se contradice con el modo inquisitorial en que se aplica”.
La denominada “corrección política” –que desembocó en la actual “cultura de la cancelación” o “cultura woke”– se empezó a difundir a fines del siglo XX en algunas universidades norteamericanas, como medio para combatir la intolerancia. Al respecto, dice Ignacio Aréchaga –citando a Allan Bloom en un artículo titulado “La verdad, aliada del debate civilizado” –, que esto llevó a cambiar la jerarquía de valores: “de tener en el centro la búsqueda de la verdad, pasaron a inculcar en los jóvenes la aceptación de la diversidad por encima de cualquier otro valor.”
Sigue Aréchaga: “De la mano del relativismo iba la exigencia de igualar todos los puntos de vista y estilos de vida: dado que no hay criterios objetivos para discernir cuáles son mejores que otros, nadie tiene derecho a criticar aquellos con los que discrepa. Y si lo hace, se le declara enemigo de la apertura”.
Ahora bien, afirmar que “todo es relativo” es afirmar un absoluto y, por tanto, es una afirmación contradictoria en sí misma. Además, si todo es relativo, no hay puntos de referencia objetivos para la conducta humana, nada es verdad o mentira, no hay bien ni mal: sin puntos de referencia, es imposible convivir en paz.
Para llenar ese vacío referencial, el relativismo implantó una ideología con una jerarquía de valores propia, en cuya cumbre está la “tolerancia”. Claro que sólo se toleran ideas relativistas, mientras se tilda de fundamentalista todo intento de buscar la verdad. No se argumenta, no se admite el debate ni la libertad de expresión: negarse a dialogar y descalificar al adversario, tampoco contribuye a la paz.
Ante tal presión social, la búsqueda de la verdad que siempre caracterizó a los intelectuales se sustituye por el compromiso de hacer entrar al ser humano real, dentro de los estrechos límites de una ideología artificial: pero la paz nunca se podrá encontrar forzando la naturaleza humana.
Se cuestiona incluso el concepto clásico de Justicia –“dar a cada uno lo que le corresponde”–. Y se sustituye por el de igualdad absoluta: tampoco se puede alcanzar la paz ignorando la Justicia.
Finalmente, se manipula el lenguaje poniéndolo al servicio de un buenismo sensiblero que poco tiene que ver con la realidad: se habla de “interrupción voluntaria del embarazo” en lugar de aborto; de “muerte digna” en lugar de eutanasia. Se busca imponer un lenguaje “no sexista” y descalificar por “sexista” todo aquello que no es políticamente correcto: la manipulación de las conciencias a través del lenguaje no puede llevar a la paz.
Para desmantelar la dictadura del relativismo, es necesario recuperar el sentido común. Y profundizar en los fundamentos filosóficos, antropológicos, biológicos y jurídicos que contradicen esta ideología liberticida. Solo si procuramos adquirir una buena formación personal podremos vivir libremente, y ayudar a quienes nos rodean a redescubrir la verdad, ya que la mentira no puede ser nunca el fundamento de la paz.
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