Ante la proximidad de un nuevo 25 de agosto, ya se ha reiterado la polémica sobre cuándo se produjo la independencia nacional, asunto sobre el cual con argumentos diversos se ha afirmado que ello se debió al pronunciamiento de la célebre Asamblea de la Florida, a la celebración de la Convención Preliminar de Paz o cuando se produjo la Jura de la Constitución.
En lo personal, me afilio a que la independencia es el resultado de hechos históricos que incluso precedieron a dichas fechas y se concatenaron con los acontecimientos reseñados, produciéndose ella través de un proceso progresivo que culminó con la realidad política que hoy vivimos.
Un documento de puro cuño artiguista como las Instrucciones del año XIII, preveía en su artículo 1º: “Primeramente pedirá la declaración de la independencia absoluta de estas colonias, que ellas están absueltas de toda obligación de fidelidad a la corona de España y familia de los Borbones y que toda conexión política entre ellas y el Estado de España es y debe ser totalmente disuelta”. Es incuestionable que se buscaba una primera independencia de la Banda Oriental y el resto de las Provincias Unidas respecto de España, que no se declaró en dicha instancia por el rechazo de los diputados orientales.
En mayo de 1815 en nombre del Directorio de las Provincias Unidas, Álvarez Thomas envió a la misión Pico-Rivarola para proponerle a Artigas la independencia de la Banda Oriental respecto a las Provincias Unidas, pero el ofrecimiento fue rechazado por el jefe de los orientales, que no pretendía la secesión sino que se oponía al proyecto centralista del Directorio porteño, que dispuso invadir Santa Fe, por lo que se decidió celebrar un Congreso de la Liga Federal.
En el Congreso de Oriente o de Arroyo de la China, celebrado el 29 de junio de 1815 en Concepción del Uruguay, entonces capital de Entre Ríos, según algunos estudiosos, bajo la dirección de Artigas se habría declarado la independencia de las provincias que componían la Liga Federal respecto al Reino de España. De dicho congreso no existen actas ya sea porque no se extendieron o porque las mismas se extraviaron. Sin embargo, después del 9 de julio de 1816 en que se celebró el Congreso de Tucumán, al que no concurrieron las provincias integrantes de la Liga Federal, salvo Córdoba que solo envió un observador, pero que la Argentina toma como fecha de su independencia, Artigas envió una carta a Pueyrredón señalándole que la Banda Oriental hacía un año que había declarado su independencia. Esta carta, cuyo valor es puesto en duda por algunos historiadores, es refrendada por un acta del Cabildo de Corrientes, que con referencia al citado congreso expresa que “Se resolvió declarar la independencia bajo el sistema federativo y al general don José Artigas por protector”. Esta es una primera independencia que declaran los orientales en el marco de la Liga Federal, que permanece olvidada y no se celebra, aunque es un hito que culminará con la independencia total de nuestro país en una sucesión de hechos cuyo desenlace no estaba previsto en el ideario artiguista.
Con la anuencia de Buenos Aires, los portugueses invadieron la Banda Oriental y derrotaron a Artigas, que murió exiliado en el Paraguay, y finalmente terminamos sometidos a Portugal y Brasil, convirtiéndonos en la Provincia Cisplatina, con la anuencia de algunos compatriotas. Sin embargo, la mayor parte de los orientales rechazaban la dominación luso-brasileña, lo que explica la Cruzada Libertadora que desembarca el 19 de abril de 1825 en la playa de la Agraciada al mando de Lavalleja. Es claro que la intención de esta empresa era librarnos del yugo brasileño e incorporarnos a las Provincias Unidas. Así, en su proclama, Lavalleja se dirige a los “argentinos orientales” y luego agrega: “La gran nación argentina, de que sois parte, tiene gran interés en que seáis libre”.
El destacado senador herrerista y notable historiador Felipe Ferreiro dijo: “La fórmula de Paz de 1828 dispuso radicalmente nuestra separación de la Comunidad Indiana. Adquirimos entonces la independencia que Artigas había desdeñado aceptar en 1815 precisamente porque se encaminaba a apartarnos sin nuestra voluntad de la familia y privarnos de compartir de hecho y derecho sus vicisitudes y sus grandezas. Esta vez ganamos en cuanto se recuperó nuestra personalidad de ‘Pueblo Libre’ y perdimos desde que se nos limitó el ejercicio de soberanos-anexo a dicha situación por la condición inexorable de aislarnos. Había que someterse: lo que Artigas pudo fácilmente negarse a aceptar porque solo tenía frene a él a Buenos Aires, no estaban en situación de resistir Lavalleja y Rivera pues tenían ante ellos a las fuerzas mayores y convergentes del Imperio y de Inglaterra”. Como señala Ferreiro, Brasil esperaba incorporarnos nuevamente al Imperio porque consideraba que nuestra independencia no era sostenible en el tiempo, puesto que así lo decían las instrucciones secretas recibidas por el negociador Miguel Calmón con motivo de la Convención Preliminar.
Es harto sabido que la Gran Bretaña, como las grandes potencias contemporáneas, preconizaba el libre comercio para colocar sus productos, pero levantaba barreras arancelarias para impedir las importaciones a su territorio, por lo que pretendía la libre navegación de los ríos y la balcanización de América, que favorecía su posibilidad de hacer predominar sus intereses en el continente, después de haber logrado debilitar a España y promover la pulverización de la unidad hispanoamericana. En tal sentido, las instrucciones del ministro George Canning a Lord John Ponsonby son elocuentes, así como este último le informó a Dudley que “los orientales no pueden, por mucho tiempo, poseer ninguna marina y no pueden, por lo tanto, aunque quisieran, impedir el libre comercio del Plata”. Sumemos a ello el permanente caos político de las Provincias Unidas, que a esa altura eran producto del triunfo del centralismo porteño, que se proyecta hasta el presente, contra lo que fue la aspiración del artiguismo.
Nuestra independencia nace entonces por un cúmulo de factores propios de nuestra tradición política debido al espíritu autonomista de los pueblos de la Banda Oriental, pero también por una imposición de circunstancias que nos fueron ajenas como las pretensiones brasileñas y británicas y la concreción de la victoria centralista de Buenos Aires sobre el resto de las provincias del Plata, con funestas consecuencias que se proyectan hasta la actualidad. No obstante ello, el Uruguay no puede negar su identidad hispanoamericana, marcada a fuego en su cultura, y la necesidad de una integración que armonice el empleo de nuestros recursos intelectuales y materiales, para permitirnos superar nuestro crónico subdesarrollo. Mientras los Estados Unidos, Rusia y China, así como en menor medida Europa, discuten el predominio mundial, Hispanoamérica balcanizada y presa de los egoísmos locales, vegeta y carece de fuerza para defender sus intereses. Nos preguntamos entonces si hay alguna otra receta, aparte de la integración, para sentarnos en la mesa donde se discuten los intereses de nuestros pueblos.