Una reciente publicación de The Economist, replicada por medios argentinos como Infobae y Clarín, sostiene que la cooperación estratégica entre la Argentina y los Estados Unidos requeriría de la participación, o al menos del visto bueno, del Reino Unido. Según ese enfoque, habría un “diálogo militar secreto” entre Buenos Aires y Londres, que abriría la puerta a una mayor articulación con Washington frente a amenazas como China, Rusia, la pesca ilegal o la creciente competencia en el Atlántico Sur.
Pero esta narrativa, más que un análisis geopolítico serio, parece una operación de propaganda. Parecería que su objetivo es reinstalar la noción de que el Reino Unido es un actor indispensable para los intereses estratégicos argentinos. Y no solo no lo es: es exactamente lo contrario. Si algo queda claro al mirar las próximas décadas de agenda global, es que será el Reino Unido quien necesite de la Argentina y no al revés.
Por historia, por afinidades culturales, por la potencia de su sistema científico y por su rol geopolítico único en América del Sur, la Argentina podría ser, si ambas naciones lo decidieran soberanamente, el aliado estratégico más importante del Reino Unido en toda América Latina. No solo en materia de defensa, sino en lo que viene: el rediseño del mapa geopolítico del Atlántico Sur y el acceso a la Antártida, una región que será clave en los próximos 50 años por sus recursos naturales, sus rutas logísticas y su valor geoestratégico.
Las posibilidades de cooperación entre la Argentina y el Reino Unido en ciencia, energía, exploración polar y desarrollo tecnológico son inmensas. También lo son en términos comerciales y productivos. Pero esa relación debe construirse sobre bases de respeto mutuo. Mientras persista la ocupación de las Islas Malvinas, cualquier intento de mostrarse como socios naturales será una ficción unilateral.
Una relación bilateral que no requiere tutores
Estados Unidos y la Argentina mantienen desde hace décadas canales de cooperación en defensa. Esa relación se ha visto revitalizada en los últimos tiempos, con avances concretos en materia de entrenamiento, intercambio de información, cooperación en materia de lucha contra el narcotráfico e incluso en programas de reequipamiento militar. Es una relación madura, de mutuo interés, y basada en el diálogo directo entre ambos países.
La pretensión de que esa cooperación deba pasar por Londres o depender de una “interlocución británica” es, además de geopolíticamente impropia, un menosprecio a la soberanía argentina y a la autonomía estadounidense. No hay evidencia seria de que Washington exija el aval británico para profundizar su vínculo con nuestro país. Diría todo lo contrario. Sugerirlo es parte de una construcción narrativa que busca poner a Londres en el centro de una agenda donde no tiene ni debe tener rol alguno.
Las verdaderas razones del desarme argentino
El artículo también vuelve sobre una idea ya conocida: que las restricciones británicas en la exportación de armamento han sido un obstáculo determinante para la modernización militar argentina. Aunque en algunos casos puntuales, como la compra frustrada de los FA-50 coreanos, eso fue cierto, adjudicarle al Reino Unido el estado de indefensión de nuestras Fuerzas Armadas es una simplificación funcional a intereses externos e internos.
La causa del desarme argentino no es Londres. Es el desinterés crónico de la dirigencia política por la defensa nacional. Es la ignorancia con la que se han gestionado durante décadas las políticas de seguridad y defensa. Y es, sobre todo, el presupuesto indigno que el Congreso aprueba cada año, que apenas alcanza para pagar sueldos muy bajos y que condena a nuestras fuerzas a la obsolescencia, la improvisación y la marginalidad estratégica.
Malvinas y el relativismo
Uno de los aspectos más preocupantes de este tipo de operaciones discursivas es que tienden a naturalizar, o a relativizar, la presencia británica en las Islas Malvinas. Al presentar al Reino Unido como un “socio útil” o un “facilitador” de vínculos con otras potencias, se corre el eje del debate: el problema no es que Londres esté afuera del juego regional, sino que está adentro, ocupando parte de nuestro territorio de manera ilegítima y militarizada.
Aceptar su rol como bisagra entre Argentina y Estados Unidos no solo es geopolíticamente innecesario: es éticamente inaceptable. Significa concederle al ocupante un lugar en la mesa donde se define la defensa de nuestros propios intereses. Y eso equivale, en términos prácticos, a ceder soberanía.
Una defensa nacional con agenda propia
La Argentina necesita, sí, una defensa nacional moderna, equipada, con capacidades reales y alineada con sus aliados naturales en el mundo democrático. Pero eso no se logra triangulando relaciones a través de terceros que tienen una disputa territorial con nuestro país. Se logra asumiendo el desafío de reconstruir nuestras capacidades, estableciendo prioridades estratégicas claras y fortaleciendo relaciones bilaterales directas y maduras, como la que debemos seguir profundizando con Estados Unidos.
La propaganda británica buscará siempre reposicionar a Londres como un actor legítimo y necesario en el Atlántico Sur. Pero los argentinos no podemos permitirnos caer en esa trampa discursiva. La defensa de nuestra soberanía no requiere de avales externos, sino de una decisión política firme, de un presupuesto acorde y de un rumbo estratégico que no se defina en redacciones extranjeras, sino en la Casa Rosada.
*Presidente del Foro Argentino de Defensa. Artículo especial para La Mañana.