En una entrevista de alcance, el economista Kenneth Coates plantea que la verdadera autonomía monetaria solo es posible con disciplina fiscal y flotación cambiaria. Desde una mirada pragmática, el integrante del Centro de Estudios Prospectivos (Cepros) analiza los desafíos de Uruguay y la región: el equilibrio entre inflación y crecimiento, los límites del Mercosur y la dependencia de la política de la Fed, en un mundo que se reconfigura entre China y Estados Unidos. Una hoja de ruta realista para navegar en aguas geopolíticas turbulentas.
Tanto Seccareccia como Galbraith, en recientes declaraciones para La Mañana, han criticado el uso de altas tasas de interés para controlar la inflación, argumentando que perjudica el crecimiento y el empleo. En el contexto latinoamericano, ¿cómo deberían los bancos centrales equilibrar la estabilidad de precios con el necesario impulso al desarrollo productivo?
Para comenzar, debemos señalar que no todos los bancos centrales han recibido el doble mandato de velar por la moneda y a la vez promover el desarrollo nacional, aunque muchos dirían que lograr una moneda sana es la mejor contribución que podrían hacer al objetivo de impulsar el crecimiento. Quienes hemos vivido las épocas de hiperinflación, tan propias de la región, seguramente estaríamos de acuerdo. Pero también es cierto que una política antiinflacionaria “a ultranza” puede producir un impacto recesivo y prolongado en el nivel de actividad.
Hoy la ortodoxia en este tema está dada por el régimen de metas de inflación en el cual se enfrentan ambos objetivos, con la tasa de interés como única variable instrumental: un aumento de la tasa tiende a reprimir la inflación, pero, a su vez, a desestimular el nivel de actividad. A la inversa, una caída en la tasa de interés tiende a avivar la inflación y estimular el producto. En el contexto actual de bajo crecimiento, este enfrentamiento de objetivos ha favorecido la baja inflación a expensas del nivel de actividad.
El problema es que la tasa alta atrae capitales de cartera (ya sea interna o externa) que buscan beneficiarse del diferencial de tasas entre monedas, para lo cual los dólares entrantes hacen apreciar al peso, encareciendo la producción y quitándole competitividad al país.
Una contramedida que se ha intentado en la región (Chile, Colombia, Brasil) es el imponer un control del ingreso de capitales, por ejemplo, exigiendo al inversor de cartera mantener una porción de su inversión en instrumentos de bajo o nulo rendimiento. Sin embargo, no es difícil eludir esta restricción, que no ha sido muy efectiva.
Yo creo que el tema va por otro lado. El rol de las expectativas es clave en el proceso desinflacionario, buscando su convergencia con la meta. En Uruguay el BCU ha ido ganando credibilidad (a un costo anual de US$ 730 millones por la diferencia entre tasas,) pero no así el gobierno. Un país con déficit fiscal global endémico superior al 4% del PBI y pretensiones de seguir aumentando el gasto no es precisamente una propuesta atractiva. Sin embargo, el put del BCU cubre el riesgo.
Por último, no hay que perder de vista que, aunque se logre hoy detener el deterioro de la competitividad en áreas claves de la economía, este proceso ya lleva unos quince años de acumulación que serán difíciles de recuperar.
Frente al persistente problema inflacionario en varios países de la región, ¿qué políticas no ortodoxas, distintas al simple ajuste de tasas de interés, podrían implementarse considerando las particularidades estructurales de las economías latinoamericanas?
En realidad, el problema inflacionario ha menguado bastante en Sudamérica en los últimos años. Salvo los casos de Argentina, Bolivia y Venezuela, que por mala administración macroeconómica en sucesivos gobiernos no han logrado estabilizar sus economías, los demás países de la región exhibimos actualmente tasas anuales en el entorno de 4-6%, que son históricamente bajos. Si a mí me dan a elegir entre inflación y crecimiento real del 1% o del 5%, quédese tranquilo que opto por 5%.
No soy partidario del control de precios en mercados competitivos ya que es allí donde la competencia ejerce el control. En mercados monopólicos u oligopólicos sujetos a regulación oficial creo que precisamente esa regulación debe incluir una supervisión que asegure que la tarifa brinde una rentabilidad aceptable a los operadores sobre la base de costo más un plus, que a la vez sea llevadero para el consumidor.
Galbraith señaló que América Latina sigue muy expuesta a los vaivenes de la política monetaria de la Fed. ¿Qué estrategias concretas podrían implementar los países de la región para reducir esta dependencia y fortalecer su autonomía financiera?
Si los países quieren autonomía monetaria deben adoptar la flotación cambiaria. Esa es la vieja enseñanza de Mundell que hoy sigue tan vigente como antes. Aun así, quedan expuestos a los vaivenes, ya que si no siguen los pasos de la Fed en cuanto a la tasa del dólar quedarán sujetos a la apreciación o depreciación de sus monedas por ingreso o salida de capitales, respectivamente. Esto no sería un gran problema si sus ciclos económicos estuvieran sincronizados con los EE. UU., pero de no ser así se complica.
En línea con lo expuesto por Seccareccia sobre la necesidad de mayor coordinación regional, ¿qué tipo de arquitectura financiera y comercial podría construir América Latina para hacer frente a un mundo cada vez más fragmentado en bloques?
A mi parecer hay algo intuitivamente erróneo en un esquema en el cual un precio clave para la economía como el tipo de cambio –que afecta el consumo, la producción, la competitividad, los medios de sustento y los ahorros de vastos segmentos de la población– pueda ser influido en gran parte por los humores pasajeros de una comunidad inversora internacional altamente apalancada en busca de rendimientos financieros.
Si un país está haciendo un verdadero esfuerzo por reducir sus desequilibrios fiscales y la inflación, creo que la existencia de un fondo monetario regional que actúe como contraparte en mecanismos de esterilización destinados a estabilizar la tasa de interés podría ser útil para limar la volatilidad del tipo de cambio y mantenerlo dentro de un rango informal que evite atrasos o adelantos excesivos con relación a los demás precios.
Tomando en cuenta su estabilidad macroeconómica y su perfil de inserción internacional, ¿cómo puede Uruguay aprovechar su posición para convertirse en un hub regional de servicios financieros, logísticos o tecnológicos sin perder de vista la necesaria diversificación productiva?
Concuerdo en que estamos bien posicionados para explotar nuestras ventajas comparativas en materia de banca y finanzas. Cuando vemos hubs como Singapur, Hong Kong y Dubái, cabe preguntarse si Uruguay no presenta las características necesarias para surgir como centro financiero regional. Tenemos una posición geográfica conveniente con relación a los principales mercados sudamericanos, un pool suficiente de personal especializado en finanzas, buenas comunicaciones y un track record de seriedad financiera y legal. Además, la calidad de vida sigue siendo aceptable.
Lo que no tenemos son las prácticas de operativas más sofisticadas que puedan requerir un marco jurídico ampliado y una legislación más amigable, pero en el mundo existe una vasta experiencia en dicha área. Un proyecto de esta naturaleza no brota como hongo, sino que requiere una enorme labor de persuasión, venta y adaptación para ofrecer las facilidades necesarias. Hay que hablar con las principales entidades financieras del mundo para ver si existe interés, así como con los gobiernos de los principales países. Creo que el momento es auspicioso en vista de la situación geopolítica.
Tomando en cuenta los análisis de ambos expertos, ¿qué escenario vislumbra para América Latina en los próximos cinco años: mayor autonomía en un mundo multipolar o profundización de la dependencia tradicional?
Mi impresión es que los próximos años no serán fáciles y el mundo resultante será bastante distinto al actual. Creo que instintivamente nos acercamos a Europa porque allí están nuestras raíces, pero no podemos ignorar que el protagonismo se traslada a otras áreas. La clave es China y su comportamiento. Por su solo peso en el entorno mundial, eventualmente llegará a integrar la dupla bipolar y posiblemente primar en ella. Si intenta forzar el paso, el resultado puede ser contraproducente. Una China paciente y confiada es el mejor escenario. Los EE. UU. están pasando por una etapa de mayor turbulencia y división interna. Al mismo tiempo, buscan reforzar su primacía externa en materia económica y geopolítica. Su atención externa se divide en varios focos, algunos de ellos explosivos. En el área económica han rediseñado el sistema comercial global tirando por la borda siete décadas de institucionalidad.
Es difícil saber para dónde va la cosa. Al Uruguay obviamente le conviene un escenario de tranquilidad y autonomía en la que podamos afianzar relaciones comerciales dentro y fuera de la región en función de criterios básicamente comerciales. Como dice el refrán, “a río revuelto, ganancia de pescadores”.
En un escenario de mayor complejidad, habrá que ver si los alineamientos son ideológicos o nacionalistas.
¿Qué rol podrían jugar alianzas como los Brics+ u otros mecanismos de cooperación sur-sur en la construcción de alternativas de financiamiento para el desarrollo en América Latina?
Uruguay no debería descartar alianza ni relación comercial con país alguno, salvo en caso de tratarse de uno que no respete las más mínimas normas de conducta civilizada. El comercio no significa aprobación ni amistad: es simplemente un negocio que beneficia a ambas partes. En nuestro caso su supresión puede tener un valor simbólico, pero el peso específico de Uruguay en los mercados es liviano, salvo en contados rubros.
Las alianzas comerciales entre países pueden tener una connotación geopolítica, pero deben juzgarse en función de los beneficios que ofrecen. En tal sentido, nuestras experiencias regionales no han sido demasiado exitosas. Salvo alguna creación de comercio en el contexto de Mercosur (contrastado con desvío de comercio y politización), lo demás ha sido mucho ruido y pocas nueces (Alalc, Aladi). Excepto Argentina, Brasil y México, los demás tienen poco desarrollo industrial y producen materias primas y productos de ligero valor agregado, principalmente para exportación al resto del mundo.
Quizás probando fuera de la región pudiésemos encontrar alianzas de socios comerciales nuevos y confiables (por ejemplo, la actual solicitud al Acuerdo Transpacífico), pero la situación geopolítica sugiere que las asociaciones bilaterales hoy pueden ser más productivas que las multilaterales. La situación interna actual de Europa no es promisoria en cuanto a una pronta puesta en marcha del pilar comercial del acuerdo UE-Mercosur.
La sinodependencia del comercio ya es un hecho establecido: 120 países tienen a China como su principal socio comercial, mientras que para otros 37 figura entre los primeros tres. Una mayor exportación a China sería un fuerte impulso a cualquier economía, especialmente si se plasmara en compromisos multianuales que justificaran una mayor inversión y producción anual. Al mismo tiempo, en varios países China tiene presencia en el desarrollo de proyectos de infraestructura estratégicos como puertos y vías férreas interoceánicas que inquietan a las demás potencias.