El fundador y presidente de IBI Consultants, consultoría especializada en investigación de crimen transnacional en América Latina, Douglas Farah, conversó con La Mañana acerca de la denominada cuarta ola del crimen organizado en América Latina, caracterizada por la irrupción de actores extrarregionales, el auge de las drogas sintéticas y la diversificación de mercados ilícitos. Si bien planteó que es muy complejo enfrentar a estos grupos criminales, dejó en claro que todavía es posible revertir la situación.
“¿Por qué el crimen organizado es cada vez más grave en América Latina?”: así se titula un artículo publicado por Diálogo político (de la Fundación Konrad Adenauer) a cargo de los investigadores Douglas Farah y Pablo Zeballos. Allí se presenta un resumen de un extenso estudio denominado “De las calles al Estado. Cómo el crimen organizado redefine el juego político en América Latina”.
Esta investigación analiza la situación actual del crimen organizado, que “ya no opera en las sombras”, sino que “redefine la política regional, corroe instituciones y pacta con gobiernos autoritarios”. En este complejo escenario, “América Latina enfrenta una cuarta ola criminal que amenaza la democracia”, advierten los expertos.
Afirman, además, que ningún país debería considerarse inmune, dejando en claro que varios gobiernos están en “etapas avanzadas de colapso ante esta expansión corrosiva”. Entre los Estados autoritarios que hoy consolidan su poder mediante alianzas funcionales con el crimen organizado, de acuerdo con los analistas, se destacan los casos de Venezuela, Nicaragua y El Salvador.
“Hace décadas los cárteles del narcotráfico ejercen una profunda influencia política en América Latina. Con la evolución y diversificación de nuevos mercados ilícitos que movilizan cifras billonarias, la capacidad corruptora de las redes criminales desafía la supervivencia de las instituciones democráticas”, sostienen.
A esto se le suma el “boom económico histórico” que atraviesan hoy las redes de crimen organizado en América Latina, que convergen entre estructuras regionales y extrarregionales. De hecho, indican que 2024 probablemente se haya consolidado como el año más lucrativo para las economías ilícitas, con cifras récord registradas en el hemisferio.
Con el avance de lo que los especialistas denominan la cuarta ola de crimen transnacional, “el crimen organizado ha dejado de ser una amenaza periférica para la mayoría de los ciudadanos y se ha convertido en un actor central, capaz de representar una amenaza existencial para la supervivencia de la democracia representativa y del Estado de derecho; la inundación de capitales ilícitos y prácticas corruptoras en la política, tanto a nivel nacional como regional, hace urgente comprender estos nuevos fenómenos y articular respuestas dentro de un marco institucional y democrático”.
En un reciente artículo de Diálogo político del que fue coautor, titulado “¿Por qué el crimen organizado es cada vez más grave en América Latina?”, usted y Pablo Zeballos hablan de cuatro olas del crimen transnacional. ¿Cuáles son los elementos centrales de la cuarta ola? ¿Cuáles son las mayores preocupaciones al respecto?
Los elementos centrales son: nuevos actores extrarregionales actuando en el hemisferio (albaneses, italianos, turcos, rusos, chinos); nuevos productos (droga sintética como metanfetamina, fentanilo, entre otros) que requieren nuevos precursores químicos; y cambios de las rutas principales de la cocaína de concentración en Estados Unidos a enfoque en Europa, por el alza de precios de mercado en Europa, ex Unión Soviética y Balcanes. Esos cambios han generado una desestabilización en el mundo del crimen transnacional.
¿Qué es lo que ha llevado a la expansión actual del crimen organizado, caracterizada por la convergencia entre estructuras regionales y extrarregionales?
Durante varias décadas, de los años de Pablo Escobar en los 80 hasta la explosión visible de la mafia albanesa en Ecuador, el narcotráfico era un fenómeno relativamente sencillo: un producto (cocaína) a un mercado (Estados Unidos) y el dinero regresando a su país de origen o lavado a través de redes globales. Durante la pandemia los gobiernos también fueron obligados a retractarse y reorientar recursos para combatir el crimen organizado hacia la salud y todo lo que implicó la emergencia sanitaria. En esos espacios, las estructuras criminales aprovecharon para avanzar, con sofisticación e inteligencia, sus operaciones y alianzas. Al mismo tiempo, la expansión del oro ilícito, el mercado de tráfico humano, los fenómenos migratorios, especialmente de Venezuela, han creado nuevos y muy lucrativos mercados ilícitos independientes del narcotráfico.
¿De qué manera estos grupos criminales han logrado corromper instituciones políticas? ¿Cómo se explica que las sociedades no hayan reaccionado a tiempo como para evitar eso?
Con la expansión de mercados ilícitos y los cambios de mercado, los recursos disponibles para corromper el Estado son enormes. Hoy en día casi todas las instituciones de casi todos los países tienen problemas enormes de corrupción, desde abajo hasta arriba. La ausencia del Estado, la larga tradición de corrupción en muchas partes y la falta de legitimidad del mismo Estado son todos factores. Las sociedades son lentas en reconocer el peligro real que representa la institucionalidad y las democracias, entonces se hacen los ciegos hasta que sea demasiado evidente para obviar.
Teniendo en cuenta la coordinación de estos grupos a nivel global, ¿qué tan difícil es para los Estados enfrentarlos?
Es muy complejo porque para enfrentar a estos grupos a nivel mundial se requiere un esfuerzo de los Estados en coordinación y con la voluntad política para diseñar propuestas reales, lo que costaría tiempo, reflexionar y desarrollar nuevos mecanismos sociales, policiales y judiciales para enfrentar un enemigo común. Eso sería una tarea sumamente difícil.
Ustedes señalan que la brecha más grande ahora no es izquierda/derecha, sino democracia versus autoritarismo. ¿Qué relación tiene esto con el crimen organizado?
Los gobiernos autoritarios, en todos los casos estudiados (Venezuela, Nicaragua, El Salvador, Ecuador bajo Rafael Correa, entre otros) utilizan su poder para saquear el Estado, deshaciéndose de controles y transparencia, porque necesitan controlar todo para sofocar la institucionalidad. Es un patrón de comportamiento independiente de la ideología que se autoadjudiquen los gobiernos. Cuando hay colapso institucional, las empresas formales se van y la inversión se va por falta de seguridad jurídica. Entonces, estos Estados buscan alianzas con grupos criminales para sostenerse en el poder. La mejor defensa contra esas alianzas es la transparencia, justicia transparente e institucionalidad democrática con gobiernos de cualquier ideología.
¿América Latina está a tiempo de revertir esta situación y, por ejemplo, recuperar la legitimidad estatal en aquellos países en los que se ha perdido? ¿Ve posibles soluciones en este sentido?
La situación en el hemisferio, desde Estados Unidos a Argentina, es grave. Desde la administración Trump a la de Bukele en El Salvador, Rodrigo Chaves en Costa Rica, Ortega/Murillo en Nicaragua, Daniel Noboa en Ecuador, Maduro en Venezuela y Javier Milei en Argentina, estamos viendo tendencias hacia el autoritarismo o un autoritarismo consolidado. No es irreversible, pero la legitimidad del Estado está en juego en todo el hemisferio. Recuperar esa legitimidad es costoso y requiere de un consenso nacional. Uruguay ha sido el mejor ejemplo de la búsqueda de respuestas dentro del marco institucional y no autoritario. Chile también está en un proceso muy valioso de buscar una política de Estado y no de partido. Pero son pocas las luces y largo el camino.