Se ha presentado el proyecto de Presupuesto del actual gobierno, que en términos generales nos parece bastante anodino y nos hace presumir que como todos los últimos gobiernos administrará la crisis, sin siquiera insinuar un cambio en la tendencia de más gasto, más impuestos y más deuda a pagar en el futuro. Son numerosas las vacas sagradas que consumen recursos públicos sin utilidad alguna, aunque invoquen hipócritamente los derechos humanos, la defensa del género, la supervisión de los establecimientos penitenciarios, etcétera. En realidad, hemos entronizado el parloteo vacío, sin resultado práctico alguno, del que solo ganan los especuladores de discursos con exposición de soluciones que nunca se ponen en práctica, porque son inviables o, peor aún, porque el remedio es peor que la enfermedad.
Todos los grupos de presión reclaman a toda voz: ¡más plata! Así por ejemplo lo hace la Universidad de la República a través de sus autoridades y estamento interesados. Sin embargo, nunca hemos visto una adecuada rendición de cuentas, que nos diga la eficacia con que se erogaron los recursos asignados a dicha institución. Cuántos estudiantes ingresan a las distintas facultades y cuántos egresan, cuánto tiempo tardan los estudiantes en culminar sus estudios, etc. Pero lo más importante es que la sociedad no puede malgastar recursos en formar personas para actividades en que no necesita profesionales en la cantidad que egresan, que debe gastar sus recursos para formarlos en las disciplinas en que en realidad necesita especialistas y como sabemos no los hay porque así lo informan las empresas radicadas en el país. En países como Suiza, con la que tanto se nos ha comparado, con acierto o no, la sociedad determina en qué disciplinas universitarias necesita egresados, selecciona a los que reúnen mejores condiciones para la formación en la materia y estos estudian gratis, los demás si quieren estudiar la disciplina para la que no fueron seleccionados deben pagarse sus estudios. La sociedad no puede costear caprichos individuales ni estudiantes eternos, máxime en un país donde los recursos son escasos. Por otro lado, al formarse profesionales en disciplinas que no ofrecen perspectivas laborales, se alimenta una fábrica de frustraciones de quienes estudian años y luego no consiguen trabajo. Me consta que esto sucede con numerosísimos profesionales, que ni siquiera culminan los trámites para obtener el título y ni que decir los que declaran no ejercicio en la vapuleada Caja Profesional, en tácita confesión de que los ingresos que perciben no les permite hacer frente a la tributación vigente, que para colmo de males con votos de la Coalición y el Frente se ha hecho más gravosa, ya que como señala el dicho popular “la enmienda es peor que el soneto”, sin perjuicio de la falta de escrúpulos de gobierno y oposición de faltar a su palabra de no aumentar impuestos.
La Universidad pide más recursos sin siquiera instrumentar un servicio de orientación vocacional que ilumine a los educandos sobre sus aptitudes personales en orden a proporcionarles elementos para una elección adecuada de los estudios a seguir. No existe examen de ingreso como en otros países, pero tampoco una prueba que permita a los aspirantes a estudiante saber si están en condiciones de afrontar las exigencias de estudios universitarios. Todo ello sin perjuicio de las opiniones técnicas que nos hablan de altos porcentajes de estudiantes egresado de secundaria con deficiente formación.
Lo cierto es que no se cumplen las exigencias constitucionales del art. 214 y siguientes de la Carta Magna, desde que no existen programas claros a cumplir, como inercialmente viene sucediendo desde hace varios períodos de gobierno y se cede a reclamos desmedidos de quienes no proporcionan una mínimamente razonable evaluación de resultados, al impulso de presiones desaforadas propias de barrabravas deportivas. Las consecuencias son conocidas, o sea más gastos, más tributos, más deuda, más depresión productiva, sobre todo de la pequeña y mediana empresa, que muchas veces no tiene otro remedio que cerrar y que ni siquiera tiene la vía de escape de trasladarse a otra realidad económica como viene sucediendo con las grandes empresas.
No podemos terminar esta nota sin por lo menos señalar que al margen de lo presupuestal, el país se debe un debate sobre la gobernanza universitaria cuyo modelo nacional se encuentra agotado y ha fracasado a tal extremo que nuestra Universidad Pública de pasado lejano muy prestigioso hoy no ocupa un puesto de significación a nivel internacional ni siquiera en lo continental. Su crisis está relacionada con una gobernanza anacrónica, extremadamente politizada en términos partidistas a extremo tal que las agrupaciones universitarias que se presentan a las elecciones de los diversos estamentos tienen, casi sin excepción, estrecha relación con partidos políticos, desvirtuando así la representación de los respectivos estamentos que se han transformado en representantes político partidario. La realidad muestra que las más importantes universidades del mundo, ya sea el MIT, Harvard, Oxford, etcétera, cuentan con una gobernanza distinta, ajena a las veleidades de la política partidaria.