Actualmente y repitiéndose cada tanto, se replantea el tema del infierno que son las cárceles en nuestro país, en especial en el ex-Comcar o como se llame ahora. Y sí, no es un tema nuevo, lo que sucede es que de vez en vez y cuando mueren algunos reclusos parece renacer.
Antes de proseguir hay que ser sinceros y no autoengañarse, diciendo las cosas como son: a la mayoría más absoluta de los uruguayos no les interesa para nada el tema, es más, basta leer las redes sociales para encontrar comentarios como que a Fulano o a Mengano deben tenerlo preso de por vida o que las penas que se aplican son blandísimas y aún se leen reclamos de restaurar la pena capital. Que las penas a veces son blandas no es tan así, hay que leer bien el Código Penal, lo que sucede es que en los procesos judiciales hay formas –algunas absurdas– que permiten la reducción de las condenas. Pero ese es otro tema. Tampoco el estado carcelario preocupa demasiado al sistema político, sea quien sea quien gobierne, salvo cuando viene alguien del exterior a señalar con el dedo la situación, tenga o no derecho de hacerlo, dado que se supone que también esa u otras personas con la misma tarea monitorean las cárceles de Rusia, de China, de Cuba, de Guantánamo. Al menos se supone… Porque es más redituable electoralmente construir escuelas y policlínicas que presidios.
En fin, las cárceles suelen ser algo cercano al infierno con capacidad colmada y todo indica que seguirán así o peor. Porque en el fondo no es otra cosa que una de las tantas caras de la marginalidad. Un sujeto nace en un contexto crítico (todos sabemos lo que hay detrás de esa eufemística expresión) y ya de muy jovencito comienza con los pequeños robos, luego pasa a los más grandes, ingresa en prisión, sale, vuelve a delinquir y al volver a salir, a los 24/25 años ya tiene dos o tres antecedentes penales, no conoce absolutamente ningún oficio y probablemente su familia quizás ya ni exista, consecuentemente tendrá dos caminos: la calle y la droga o la cárcel y también la droga, porque nadie razonablemente va a pedirle que le haga una changa a un individuo que nada sabe hacer y carga en sus espaldas dos o tres antecedentes penales. En ambos casos, calle o cárcel, se ha convertido en un marginal, habiendo miles como él.
Un marginal que si está en la calle podrá oficiar de “cuidacoches” para comprar pasta base y si está preso vivirá recluido en una celda estrecha e insalubre casi todo el día con otras cinco o seis personas, sin hacer absolutamente nada durante las veinticuatro horas de la jornada, salvo mendigar un poco de droga a quien sea y por lo que sea. Que no existan disturbios y peleas con muertos y heridos en tales circunstancias sería casi un milagro bíblico.
¿La solución? Huelga decir que no es nada fácil y, por qué no, que está comprobado que hay reclusos casi irrecuperables, aunque de alguna manera habría que hacer algo práctico y no declamativo-ideológico. Algunas cárceles del interior del país tienen huertas e incluso la creación de colonias agrarias para reclusos en donde hagan algo por ellos mismos, no estén con la mente en blanco horas interminables y puedan percibir una pequeña luz de esperanza, ¿no sería por lo menos un comienzo? Claro, no es algo de descartar a priori, pero… parece algo inviable ahora debido a que ello sería considerado por muchos tontos y otros que se hacen los tales o posan de “progres” una medida cuasi fascista, peor que la de vivir en el infierno. No estaría mal preguntarles a los propios interesados…