El cierre de la Biblioteca Nacional no es una simple cuestión de gestión, es un ataque a su valor institucional y eso debe preocuparnos.
Se trata no solo de la primera biblioteca, sino de nuestra primera institución pública, fundada el 26 de mayo en 1816 por Dámaso Antonio Larrañaga, anterior incluso a nuestra existencia como Estado independiente. Cerrarla como primera medida, sin ofrecer motivos claros ni una fecha estimada de su apertura, marca una discontinuidad injustificada que raya el menosprecio a su valor como institución cultural.
La directora de la Biblioteca Nacional, Mag. Rocío Schiappapietra, justificó la decisión afirmando que la Biblioteca Nacional tiene que ser revisada, repensada y que debe ser planteado un nuevo organigrama. Aun cuando tuviera razón, ninguno de los anteriores parece ser motivo para el cierre, porque está hablando de una auditoría y de un plan de gestión, los cuales las instituciones realizan regularmente sin necesidad de cerrar. Luego, sin dar demasiados detalles, aludió a catástrofes como inundaciones, ratas, condiciones cuasi catastróficas, pero sin ofrecer prueba o un informe técnico que avalase todas estas irregularidades de fuerza mayor que justificarían semejante decisión.
Por el contrario, quien ofreció inmediatamente pruebas y argumentos fue el exdirector de la Biblioteca Nacional, Prof. Valentín Trujillo, quien respondió con una extensa carta en la que afirmó que, si bien existen problemas desde hace décadas, la gravedad de estos de ninguna manera justifica un cierre. Además, proporcionó un argumento potente: si la situación hubiese sido insostenible tal como lo presenta la actual directora, los propios funcionarios habrían denunciado la situación, o los investigadores habrían divulgado los supuestos hechos calamitosos. Vivimos en una era en la que cualquier persona con un celular puede denunciar en redes un problema existente. ¿Acaso nadie había advertido este hecho?
Pero a lo anterior se suma otro elemento significativo: el cierre se anunció un 26 de mayo, fecha en la que en Uruguay se conmemora el Día del Libro. Se buscó el impacto, el efecto político, y eso derivó en un ataque simbólico. En el mundo se celebra el Día del Libro el 23 de abril, bajo la promoción de la Unesco. El Uruguay es una excepción y celebra dicho día el 26 de mayo con el fin de recordar la inauguración de la propia Biblioteca Nacional que se pretende cerrar. En nuestro país el día del libro va ligado simbólicamente a la institucionalidad de nuestra primera biblioteca y cerrarla ese día es un menosprecio a lo que esta representa. ¿Qué sucedería si luego de la marcha del 8M se anunciara que se cerrará el Instituto Nacional de las Mujeres por cuestiones de gestión? ¿O si al finalizar el acto del 1º de Mayo se indicara que los sindicatos o el Ministerio de Trabajo van a dejar de funcionar por tiempo indefinido? Sería un escándalo, sin duda, y se invocaría el retroceso en materia de derechos de la mujer o del trabajador. Sin embargo, la decisión de la directora parte de la base de que la biblioteca no representa nada demasiado importante, y que la fecha puede ser utilizada como provocación sin que nadie piense que se está vulnerando el derecho a la cultura.
A eso se suma el ataque cultural al acervo bibliográfico más importante del país, con acciones por demás confusas. Se dice que se cierra la Biblioteca Nacional por gravísimos motivos, pero en los hechos parecería que no: los funcionarios seguirán concurriendo a su lugar de trabajo, los servicios de derechos de autor se seguirán gestionando y el acceso estará disponible para los investigadores que se registren con agenda previa. Parece que más que la necesidad del cierre de la institución, se busca el cierre de la institucionalidad que ella representa. Una institucionalidad que queda suspendida en el tiempo.
A los pocos días de que la noticia causara impacto y que numerosos actores culturales y políticos de todos los partidos denunciaran este hecho (incluso desde el oficialismo, como el caso del senador Felipe Carballo) apareció un anuncio de la Facultad de Información y Comunicación de la Udelar (que incluye las licenciaturas en Bibliotecología y Archivología) indicando que dicha facultad presentaría un plan de gestión para la situación de la Biblioteca Nacional en el plazo de un mes. Parece raro que este plan no hubiese sido anunciado por la directora días antes. Por el contrario, parece haber sido elaborado a posteriori, luego del escándalo. Eso es grave. Anunciar el cierre de un servicio con la presencia del ministro de Educación y Cultura, Prof. José Carlos Mahía, sin tener un plan, indica una valoración pobre por parte de las autoridades del servicio público en cuestión.
La cultura de un país se presenta con diversas facetas. La Biblioteca Nacional la representa de un modo robusto, desde su tradición histórica en contacto con el presente. Con su imponente presencia, sus salas y su historia, es símbolo de nuestro país no solo a partir no solo de obras, sino también de una tradición de la cual nos sentimos orgullosos, que debemos preservar y seguir construyendo. No nos cerremos a valorar nuestro acervo. Queremos una cultura de páginas abiertas.