Los miedos gobiernan al mundo (dicho popular).
Experiencia humana básica
Cuando las catástrofes ecológicas conmocionan al mundo, el furor de las aguas arrasa con pueblos enteros o los incendios forestales se hacen incontenibles… allí reaparece un sentimiento humano que se perpetúa a través de los siglos: el miedo.
Los seres humanos venimos al mundo expuestos y vulnerables, a merced de múltiples peligros. Felizmente, como defensa, poseemos mecanismos innatos que favorecen nuestra capacidad de reacción, de autoprotección y de generar fuerzas para conductas saludables. Por ejemplo: ante un peligro, tenemos la posibilidad de optar por la lucha o por la huída, y espontáneamente se despiertan fuerzas biológicas de refuerzo: aceleración circulatoria, amplitud respiratoria, tensión muscular…
Uno de esos automatismos es el miedo. De modo genérico, llamamos miedo a las reacciones físicas y psicológicas que desarrollamos ante la amenaza de algo que nos pueda dañar, sea el peligro real o imaginado. Y la fantasía suele tener un papel preponderante. Por ejemplo: el temor al contagio de enfermedades, el miedo a los insectos y otras mil variedades de temores infundados o exagerados.
El miedo es una experiencia humana que adquiere diferentes modalidades. Y así, habitualmente hablamos de miedo cuando enfrentamos un peligro definido, acompañado usualmente de algunos síntomas corporales (temblor, respiración agitada…) o mentales (tendencia a la huida, desborde emocional…).
Si la reacción es predominantemente visceral (nudo en la garganta, opresión en el pecho, llanto, síntomas estomacales o intestinales…) la denominamos angustia (angor: opresión). Y cuando se trata de un peligro indefinido, sin objeto preciso, y los síntomas son principalmente mentales (inquietud, preocupaciones, dificultades de la atención, concentración o memoria) o físicos, de índole respiratoria, estamos ante un cuadro de ansiedad. Pero angustia y ansiedad tienen tantos elementos en común que se las suele considerar sinónimos, y así también lo hacemos aquí.
Además, también el miedo está en la base de las depresiones, cuadros que se caracterizan por indiferencia afectiva, desesperanza, sentimientos de fracaso, aislamiento social, desgano volitivo, falta de energía, “todo significa un esfuerzo”, baja autoestima…
El miedo presenta diferentes grados de magnitud, y al grado extremo lo llamamos pánico o terror. Esto, en la clínica psicológica se lo denomina ataque de pánico, hoy “puesto de moda” entre las patologías a las que se les presta especial atención.
Infaltable en la historia del hombre
El miedo es una de las experiencias humanas básicas, vigente en todos los tiempos y en todas las latitudes, ha sido tema de las artes de todas las culturas y no hay ser humano que no lo haya experimentado. Ya en el primer libro de la Biblia, la primera expresión que se menciona de Adán en el Paraíso es el miedo: “Oí tus pasos en el jardín, tuve miedo y me escondí” (Gen 3.10). Y desde allí, encontramos que aparece como vivencia habitual de la vida humana.
Cada uno fácilmente puede recordar, en su trayectoria personal, experiencias de miedo que han dejado huellas imborrables en su historia vital. Y en nuestra cultura globalizante, impiadosa, el miedo adquiere una categoría moral descalificante, cuando la realidad muestra que es tan natural como cualquier otra de las emociones: ¡Está mal sentir miedo! Por el contrario, encontramos que, en la esfera religiosa, se piensa paradójicamente que cuanto mayor debilidad de la persona, mayor su capacidad de enfrentar peligros, para que se muestre el Poder que la asiste desde Arriba.
Vicisitudes de la represión
Naturalmente el miedo es una vivencia que se hace insostenible y tratamos de descargarnos de esa experiencia dolorosa sacándola del nivel consciente (represión) y empujándola al nivel no consciente, con el olvido, la distracción, la actividad física, la comida, el alcohol…
Pero eso no impide que su fuerza nos pueda seguir perturbando a nivel consciente con interferencias, preocupaciones, fantasías negativas y estados emocionales de sufrimiento. Situación molesta similar a cuando queremos estar tranquilos leyendo… ¡y nos golpean la ventana perturbando nuestra comodidad!…
Además, por ejemplo, si hundiéramos un disco de corcho, para mantenerlo sumergido necesitamos continuar ejerciendo sobre él una presión constante. Caso contrario, prestamente el disco reflotaría con fuerza. Así también, la presencia del miedo y el esfuerzo por reprimirlo implica en la persona un desgaste continuo de energía, con los efectos de cansancio, desorden mental y estado de ánimo precario.
Los miedos llevan al ocultamiento, porque su simple recuerdo nos hace perder la paz y quisiéramos borrarlo. Con frecuencia, tratamos de alejarlo acudiendo a “pensar en otra cosa”, con escaso resultado.
En nuestra cultura acudimos al disimulo y al ocultamiento ante los otros, porque, según nuestra baja autoestima, “¡sería un signo de debilidad y no queremos pasar vergüenza!” Así, en muchas personas se va acumulando una carga emocional penosa, que, de compartirla socialmente, las aliviaría y les otorgaría alguna libertad interior. Pero lo más frecuente es optar por el escondido encierro infeliz, como “una cruz que algunos arrastran toda la vida”.
Lo que nos parece fundamental es tener en cuenta que la mayor parte de los peligros que tememos están en el área de la imaginación. Son más fruto de nuestra fantasía que de la realidad… ¡Son los miedos los que agrandan las imágenes persecutorias!… Y a través de la imaginación, muchas veces los miedos adquieren una fuerza de temible envergadura. Hasta se llega a la penosa situación de personas que terminan sufriendo de “miedo al miedo”.
Existencias sometidas
Lo reiteramos: no podemos desatender el hecho de que los miedos pueden provocar efectos decisivos en toda la conducta y en toda la personalidad.
En la esfera emocional tienen un efecto anestesiante. Las personas pierden sensibilidad afectiva y denotan frialdad en los vínculos Y se instala un estado de ánimo negativo que va desde la apatía, la indolencia volitiva, el desgano y la indiferencia hasta los graves estados depresivos.
Y en la esfera conductual los miedos se hacen especialmente paralizantes. Por su causa, resultan personalidades rígidas y de estilo demasiado autocontrolado, faltas de vitalidad, de escaso rendimiento laboral y social, que viven arrastrando preocupaciones estériles. Son caracteres que “deben calcularlo y asegurarlo todo”. Incapaces de innovaciones, cautelosos y resistentes al cambio, les cuesta salir del terreno conocido.
Y así, lamentablemente, se van construyendo existencias sometidas al miedo, vidas mediocres caracterizadas por la aparente indiferencia afectiva y por la incapacidad de gozo y de disfrute.
El miedo, por tanto, constituye el factor corrosivo de la vida. Baste decir que la ansiedad y la depresión son los trastornos psicológicos de mayor vigencia en la actualidad.
Es tal la fuerza de los miedos, que tenemos fundamento para afirmar que, en nuestra cultura, la mayor parte de las acciones de los hombres está determinada por los miedos, conscientes o inconscientes.
Las saludables antípodas del miedo
Más que un esclarecimiento de los miedos, como hemos hecho hasta aquí, nos interesa conocer su mundo opuesto: el de la vida y de lo positivo.
Especialmente porque los miedos pueden sacudirnos, pero no suelen ser buenos instrumentos educativos para provocar cambios. Un adolescente sufre un grave accidente con su moto, pero apenas salió del hospital siguió con sus maniobras peligrosas. Un hombre la pasó mal y estuvo a punto de muerte. Los familiares creían que “esta vez escarmentaría” y cambiaría sus malos hábitos. Pero luego de la operación sigue fumando y no modificó ningún hábito alimenticio. El mundo se conmociona por los desastres del cambio climático, pero las organizaciones mundiales siguen siendo totalmente ineficaces frente al problema.
Así, en concreto: vemos que la Pandemia era la ocasión para rehacernos de muchos males graves en el mundo, pero la desperdiciamos. Casi podríamos decir; “no sirvió para nada”.
Se incrementaron los trastornos emocionales ya existentes, la ansiedad y la depresión, y parte de la población despertó a la necesidad de ayuda terapéutica, pero esto pertenece al orden de las personas. En cuanto al orden social: el deterioro climático, los desastres ecológicos, la producción de las armas, las guerras, el narcotráfico, el hambre en el mundo, el capitalismo salvaje, las injusticias sociales… nada de esto mejoró.
Es que cuando el peligro está presente, se experimenta el miedo. Pero muchas veces, luego al miedo “se lo echa al olvido”. No siempre es de efecto duradero. Tratamos de reprimirlo borrándolo de la conciencia.
Partimos de la base de que ¡no podemos permitir, “por dignidad”, que el miedo debilite o contamine la fecundidad de la existencia! En primer lugar, se impone la convicción de que, para la construcción de una estructura personal sana y normal a la que aspiramos, la aceptación de la realidad y la sinceridad interior son los fundamentos básicos.
La aceptación de la realidad permite una visión objetiva y real de las cosas, que la persona no viva a la deriva ni distraída “no se sabe en qué”.
Y la sinceridad interior le confiere lucidez y claridad en el pensamiento, la palabra y la acción, sin autoengaños o simulaciones que provocan contradicciones y confusión en las relaciones interpersonales. La sinceridad interior, a su vez, se despliega naturalmente en sinceridad social, que es lo que hace genuinos los vínculos y feliz la vida en comunidad.
Por otro lado, la “epidemia” que contamina todas las relaciones interpersonales de la política actual es la falta de sinceridad.
Contando con estos elementos, aceptación y sinceridad, es posible el camino de la madurez y de la consolidación de la autoestima, que hacen consistente la seguridad personal. Y esto va generando personalidades definidas y una orientación vital de apertura al mundo de los otros.
Así estamos en las antípodas del mundo de los miedos. Aquí la personalidad cuenta con un carácter de firmeza y estabilidad. Y posee solidez, seriedad y serenidad. Así se es capaz de soportar los vaivenes de la vida con paciencia y constancia, siendo “lentos para la ira” y nada propensos a “perder los estribos”.
Capaces de parresía
Debemos aceptar que en nuestras sociedades hoy están ausentes condiciones como el empuje, el entusiasmo y el coraje, rasgos propios de las personalidades ejemplares que “despiertan” a los pueblos dormidos renuentes a los cambios necesarios.
Se ha hecho habitual que la población descargue sus conflictos sin freno y sin fruto, escudándose en el anonimato, a través de las redes sociales, donde predominan la reacción agresiva y la indignación. Justamente esto son los indicios de que las raíces están en la ansiedad y la insatisfacción, derivados de sus miedos ocultos.
Por el contrario, la persona que ha superado los miedos puede disfrutar de la existencia, compartir con los otros y estar abierta a la esperanza.
Un modelo de madurez heroica lo encontramos en la parresía. Así llamaron los antiguos a la capacidad de declarar abiertamente la verdad ante las fuerzas del poder, aún cuando eso significara asumir un riesgo personal.
La historia abunda en ejemplos de filósofos que enfrentaron con su palabra a emperadores, mártires que no desistieron de manifestar su fe, profetas sociales como Gandhi, Mandela o Luther King. Lamentablemente, hoy vivimos faltos de parresía.
Cuando el miedo adquiere niveles críticos, como en el caso del terror, las personas pueden quedar paralizadas, incapaces de defenderse. O pueden descontrolarse e irrumpir conductas desbordadas, de consecuencias individuales o sociales imprevisibles. Causa estupor la fuerza destructiva que adquiere una población descontrolada.
Es bueno tener presente que debemos desconfiar de las decisiones fundadas en el miedo, porque él es un mal consejero, que distorsiona la realidad, agranda la imagen de las amenazas y disminuye la energía de las defensas.
Y otra cuestión para tener en cuenta es que muchas veces las personas, por miedo, postergan reiteradamente una decisión, y finalmente, acosados por la realidad para definir, “cierran los ojos” y se lanzan ¡justo en el peor momento!…
Pero debemos atender especialmente al “miedo nuestro de cada día”, que silencioso, y sin que nosotros nos demos cuenta, está en la base de nuestras pequeñas pero continuas huídas y postergaciones de nuestros deberes. Nos puede ir convirtiendo en individuos mediocres e ir quitándonos energía emocional y capacidad de goce.
Pero debemos tener presente que, por sobre todo lo que hemos venido diciendo, nuestra etapa histórica contemporánea vive, por primea vez en la vida de la Humanidad, la situación de que, con la razón y la técnica, desarrolló energías como para dominar la Naturaleza y generar “un mundo de bienestar”, pero ha perdido la capacidad de manejar ese potencial, provoca desastres ecológicos en la Naturaleza y ha generado guerras, hambre y sufrimientos. Perder ese control significa quedar expuesto a lo imprevisible, a la inseguridad existencial, al océano de los miedos… Ha perdido el control de su propia obra.
Y así, la cuestión esencial actual está en que el ser humano pueda rescatar el control de su poder. Que no tiene menos fuerza que su creación ni sea manejado por fuerzas ajenas a sí mismo. Que el Hombre no caiga víctima de la Máquina.
Esto es los que genera el Miedo de los Miedos que, consciente o inconscientemente, está presente en todos los hombres de la actualidad.
La Humanidad hoy vive en medio de un combate crucial entre el Miedo y la Incertidumbre o la Confianza y la Esperanza. Podemos elegir.