Los uruguayos se sienten cada vez más inquietos por la economía. Así lo confirma la última encuesta de Factum, que si bien sitúa a la seguridad como la principal preocupación ciudadana (51%) muestra un crecimiento sostenido de la preocupación por los temas económicos, alcanzando un 29%. Aunque por debajo del pico registrado en 2023 (34%), el dato refleja un movimiento ascendente que marca tendencia. No se trata de una percepción descolgada de la realidad, sino de un reflejo de hechos concretos: cierre de empresas, estancamiento del empleo, salarios que no se recuperan y un consumo contenido por la incertidumbre.
El caso reciente de La Vienesa, una tradicional panadería y confitería con varias décadas de historia, es un símbolo potente de esta preocupación. Su cierre, anunciado hace pocos días, dejó sin empleo a más de 30 trabajadores directos y marcó el final de un ciclo para un comercio emblemático de Montevideo. Las razones esgrimidas por la empresa incluyen el encarecimiento de los insumos, caída sostenida de la demanda y dificultades financieras acumuladas tras la pandemia.
A su vez, la situación de la empresa metalúrgica Schellemberg agrava el panorama industrial. La firma, ubicada en el área metropolitana, anunció el despido de 20 trabajadores y se presentó a concurso de acreedores debido a problemas financieros y baja demanda en el sector metalúrgico. La empresa, así, se suma a una lista creciente de compañías nacionales que atraviesan momentos críticos.
A estos casos se suman otras señales de alarma, como por ejemplo en el agro. “En muchos frigoríficos hay una realidad muy compleja”, había afirmado a El Observador Martín Cardozo, presidente de la Federación Obrera de la Industria de la Carne y Afines (Foica), en marzo de este año. Algunos de los que se encuentran en dificultades son el Lorsinal SA en el área rural de Montevideo y Rondatel SA en Rosario (Colonia) –con actividad detenida desde julio de 2023–, el Daymán Meat, en Salto, que dejó de operar el año pasado y el frigorífico Solís, en Lavalleja, que redujo sus operaciones en un 40%. Por otra parte, también varias cooperativas agrarias del litoral norte reportan caídas en la comercialización de productos por la pérdida de competitividad frente a Brasil. En ese sentido, el sector arrocero también está siendo muy afectado por los precios internacionales y la pérdida de competitividad y los productores reclamaron cambios estructurales –que alivien los costos de energía, la logística, y el peso del Estado– en el marco de la Asamblea Extraordinaria convocada por la Asociación Cultivadores de Arroz, el pasado viernes 20 de junio.
Por otro lado, el comercio minorista uruguayo está en un momento de contrastes. Las grandes superficies se recuperan con mayor velocidad y escala, pero las pymes –auténtico sostén del empleo, especialmente en el interior– aún enfrentan una fragilidad importante. Sus desafíos estructurales incluyen altos costos operativos, baja acceso a crédito, dificultades cambiarias y competencia concentrada. En esa línea, las grandes superficies (supermercados, shoppings, hipermercados) han liderado la recuperación del comercio minorista y según la Cámara de Comercio y Servicios (CCyS), las grandes crecieron un 5,6% en ventas en el primer trimestre de 2024, mientras las medianas avanzaron un 3,5%, las pequeñas un 0,1%, y las micro sufrieron una caída del 4,6%
A pesar de ello, las pymes han demostrado tener mayor capacidad de resiliencia mediante el uso de tecnología, modelos adaptativos y una postura moderadamente optimista de cara al futuro. Ahora, para que esa resiliencia se traduzca en crecimiento sostenido, será clave que el nuevo gobierno implemente políticas fiscales diferenciadas, facilidades de crédito, apoyo a la digitalización y medidas concretas para equilibrar la carga frente a grandes empresas.
De todas formas, el sector minorista –grandes y pequeños por igual– necesita no solo un empujón económico, sino un entorno en el que se pueda proyectar con previsibilidad. El foco ya no está solo en vender, sino en sostener el empleo, renovar modelos de negocios y reconstruir el tejido territorial que forma la base de la economía uruguaya.
La economía uruguaya creció apenas un 1,3% en 2024, según cifras del Banco Central, y las proyecciones para 2025 apenas superan el 2%. Si bien se mantuvo el control de la inflación y se evitó un deterioro macroeconómico mayor, la sensación en la calle es de estancamiento. Hay empleo, pero muchos de los nuevos puestos son informales o mal remunerados, y por otro lado las pocas inversiones que se están desarrollando no siempre se traducen en bienestar directo para la población.
Eduardo Bottinelli, director de Factum, lo explicó con claridad: “Las expectativas sobre el gobierno están más enfocadas en temas como salarios, empleo y pobreza, y menos en la seguridad”. Es decir, los ciudadanos no solo se preocupan por la economía como diagnóstico, sino también como expectativa: esperan que el gobierno actúe y que haya respuestas concretas.
El gobierno del presidente Yamandú Orsi ha señalado que el foco estará en la reactivación productiva, el fortalecimiento del empleo y una política tributaria progresiva que no recaiga en los sectores más vulnerables, aunque esto último no se sabe qué forma tendrá o si será viable económicamente hablando. El ministro de Economía, Gabriel Oddone, por su lado, ha planteado que uno de los principales objetivos será mejorar la productividad, impulsar las exportaciones y estimular el mercado interno. Sin embargo, los tiempos de la política no siempre se acompasan con los de la urgencia social, y la ciudadanía percibe cierta lentitud por parte del gobierno.
La preocupación económica de la población tiene antecedentes claros. Durante la pandemia, la economía fue la primera preocupación nacional, superando incluso a la salud. En 2022, alcanzó un 58% de menciones en las encuestas. Luego fue desplazada por la seguridad, en parte por la agenda mediática, pero también por una mejora relativa en los indicadores macro. Hoy, sin embargo, el tema vuelve con fuerza.
Los datos laborales ayudan a entender por qué. Según el Instituto Nacional de Estadística, la tasa de empleo ha mejorado levemente, pero la calidad del empleo sigue en entredicho: aumentó la informalidad y la subocupación. La brecha de ingresos entre Montevideo y el interior se mantiene elevada. Y los salarios reales, si bien dejaron de caer, no recuperan los niveles prepandemia.
A eso se suma la cuestión del consumo doméstico. El índice de confianza del consumidor, elaborado por la Universidad Católica y Equipos Consultores, ha mostrado una tendencia a la baja desde fines de 2024. Las familias están más prudentes en sus gastos, postergan compras importantes y se orientan hacia marcas más económicas. El comercio minorista, especialmente en barrios y localidades pequeñas, siente el impacto.
Desde el punto de vista político, este escenario desafía al oficialismo a actuar con rapidez y claridad, y a la oposición a ejercer una crítica constructiva que ayude a gobernar y no ha amplificar los problemas. Cabildo Abierto en ese sentido, dio un ejemplo, la semana pasada cuando se votó la Rendición de Cuentas. Es evidente de que no hay mucho margen. La gente quiere soluciones: empleo digno, precios accesibles, garantías para producir y trabajar. Es evidente que no hay peor receta para la desconfianza ciudadana que un gobierno que no escucha o una oposición que solo busca el desgaste.
En este contexto, los datos de Factum son más que una fotografía de opinión: son un llamado de atención. La economía ha vuelto al centro de las preocupaciones nacionales y no por capricho, sino por experiencia. La memoria colectiva guarda cicatrices de crisis pasadas: la de 2002, la del covid-19, los altibajos regionales. Uruguay ha mostrado siempre que tiene capacidad para salir adelante, pero también ha demostrado que esa estabilidad puede ser frágil si se desconoce el humor social.
La economía, al fin y al cabo, no es solo una serie de números: es la vida concreta de las personas. Es el sueldo que alcanza o no alcanza. Es la posibilidad de abrir o cerrar una empresa. Es la decisión de emigrar o quedarse. Es la esperanza o la frustración. Esa es la dimensión que hoy, más que nunca, la política debe comprender y atender.
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