De las tres virtudes teologales –fe, esperanza y caridad–, la caridad es la más excelsa. Si siempre se pone al final, no es porque sea la tercera en importancia, sino porque es “la frutilla de la torta”.
Ahora bien, la caridad cristiana no se reduce a dar limosna. Y va mucho más allá de la justicia, la equidad o la empatía. Porque la justicia no siempre perdona; la equidad no necesariamente es inspirada por el amor; y la empatía se queda demasiado corta en comparación con la cristiana compasión.
¿Cómo define “caridad” el Catecismo de la Iglesia Católica?1 “La caridad es la virtud teologal por la cual amamos a Dios sobre todas las cosas por Él mismo y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por amor de Dios”.
Amar a Dios sobre todas las cosas es el Primer Mandamiento de la ley de Dios. Amar a los demás, es un mandato imperativo de Nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros: para que, así como Yo os he amado, vosotros también os améis unos a otros. En esto reconocerán todos que sois discípulos míos, si tenéis amor unos para otros” (Jn 13, 34-35).
“Nadie puede tener amor más grande que dar la vida por sus amigos”,dice también san Juan.Jesucristo nos manifestó su amor, entregando su vida en la Cruz. Por eso tiene autoridad moral para ordenarnos amar a los demás como Él nos amó. Ahora bien, ¿cómo podemos manifestar nosotros ese amor? La forma más sencilla y asequible de manifestar nuestro amor a Dios es acudir a Él en la oración y en los sacramentos. En particular, en la Confesión y en la Eucaristía. O rezando el Santo Rosario en honor de la Santísima Virgen María, Madre de Dios.
También podemos manifestar nuestro amor a Dios, amando por Él a los demás.¿Cómo? Haciendo lo que debemos hacer en cada momento. Toda obra buena que hagamos con y por los demás –familia, trabajo, deporte, relaciones sociales…–, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, podemos ofrecérsela a Dios.
Alguno podrá pensar: “Todo bien, pero que Jesús nos pida –como dice el Catecismo–que ‘amemos como Él hasta a nuestros enemigos’ y ‘que nos hagamos prójimos del más lejano’,es un poco demasiado…”.Lo primero que hay que aclarar es que amar a los enemigos no significa no tener enemigos; ni como dicen algunos estar “bien con todos y mal con ninguno”. Amar a los enemigos tampoco significa ser masoquista, ni sacar bandera blanca y rendirnos ante las dificultades de la batalla espiritual y cultural en curso… ¿Entonces? ¿Qué significa?
La caridad tiene un orden. Por tanto, lo lógico es que empiece por casa. El gran G. K. Chesterton decía que “el verdadero soldado no lucha porque odia lo que tiene delante, sino porque ama lo que tiene detrás”. El amor a Dios, el amor a la patria, el amor a la familia, el amor a los amigos que cada hombre en esta tierra “tiene detrás”, es una poderosísima razón para luchar por la verdad, procurando llevar el Reino de Cristo a los corazones de nuestros hermanos los hombres y a la sociedad entera. Ahora bien, en esta verdadera guerra contra las fuerzas del mal, lo que nosotros combatimos son ideas erróneas y/o actos perversos; y eso, sin dejar de amar, ni de procurar la conversión, de quienes sostienen ideas esas disparatadas y/o protagonizan esos actos monstruosos. Eso, me parece, es amar a los enemigos.
Y no es tan difícil como parece, porque “el ejercicio de todas las virtudes –dice el Catecismo– está animado e inspirado por la caridad”. Por tanto, es el Espíritu Santo quien si quiere nos regala el amor a Dios y a los demás. Incluso, a los enemigos…
Sigue el Catecismo: “La práctica de la vida moral animada por la caridad da al cristiano la libertad espiritual de los hijos de Dios”: la caridad nos libera de la carga de servir a Dios con temor de esclavos, y nos permite tratarlo con ilusión y confianza de hijos que procuran, por puro amor, agradar a su Padre.
“La caridad –concluye el Catecismo– tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre desinteresada y generosa; es amistad y comunión.” Por eso hemos de procurar vivirla siempre: porque no hay mejor forma de experimentar el amor de Dios, que amando a Dios con la gracia que Él nos da, y amando por Él, a los demás.
1 Catecismo de la Iglesia Católica, 1822-1829. http://www.vatican.va/archive/catechism_sp/p3s1c1a7_sp.html