Poco tuvo de victoriosa la carrera política y diplomática de Maquiavelo (1467-1527). Pero su obra principal, El Príncipe, vengó póstumamente las frustraciones que su autor sufriera en vida. Maquiavelo estuvo lejos de lograr la serie ininterrumpida de aciertos políticos que, míticamente alguna vez se consideró, tendría que ser la consecuencia de la aplicación de sus principios y máximas.
Al éxito relativo que alcanza, con grandes altibajos, a la sombra de Soderini y de los Médicis, sigue irremisiblemente el desprestigio, la declinación y el ostracismo de la cosa pública, que salvo cortos períodos le acompañan hasta su muerte. Maquiavelo fue un consejero agudísimo y talentoso, preparador de instrumentos para el éxito y la gloria de los poderosos, a quienes sirvió o a los que se empeñó infructuosamente en servir.
Claro está que el objetivo de Maquiavelo no parece haber sido el de ejercer por sí mismo el poder, cosa difícil entonces para un burgués, sino el de aprovechar la suerte de los príncipes afortunados. Una perspectiva histórica más certera y proporcionada de la vida y la obra de Maquiavelo ha sido obtenida por quienes, como Mounin y Chevalier, escinden la reivindicación póstuma del escritor político de los fracasos de su carrera pública.
El predominio histórico del pensamiento de Machiavelo ha relegado la figura y la obra de quien, en la época, sin embargo, le superó en poder y prestigio, Francesco Guicciardini (1483-1540). Es indiscutida la importancia de Guicciardini como historiador y como protagonista del Renacimiento, mientras que su obra como pensador político, Advertencias y consejos políticos, destacada solo por algunos estudiosos, ha tenido una divulgación muy reducida en comparación con la que alcanzó El Príncipe.
Florencia, que como afirma Burkhardt, fue el primer Estado moderno del mundo donde se hallaban reunidas la máxima conciencia política y la mayor riqueza de formas evolutivas, dio origen también al talento pragmático de Tricardini, dotado de todas las características anímicas de su tiempo. Tuvo éxito en los más altos cargos gubernativos, diplomáticos y militares. Al igual que Maquiavelo, sirvió a los Médicis, pero con mejor suerte. Fue colaborador insustituible de los papas León X, Adriano VI y Clemente VII, gobernó en los Estados de la Iglesia y condujo los ejércitos papales. Fernando el Católico, ante quien fue embajador de León X, le distinguió sobremanera.
El propio Maquiavelo admiraba a su amigo Guicciardini y lo consultaba a menudo sobre temas históricos; quizás le envidiase también.
Ambos recibieron trato muy distinto de sus contemporáneos y de la posterioridad. Maquiavelo –el escrito teórico— termina oscuramente sus días, sufriendo entre sus decepciones la de no haber conseguido que Lorenzo de Médicis leyese siquiera El Príncipe, obra que le dedicó en 1519. Mucho tiempo después de su muerte es reivindicado por la enorme difusión de ese libro, reconocido universalmente como comprendido de habilidad política.
Guicciardini, en cambio, triunfador en su vida política, escribe una obra empírica, en muchos respectos semejante a la de Maquiavelo, pero que en nada puede comparársele en cuanto a la fama. Solo a mediados del siglo XIX se rescatan y publican sus Advertencias y consejos políticos.
Una extensa bibliografía jalona durante cuatro siglos el impacto de El Príncipe en sucesivas generaciones de estadísticas, políticos y estudiosos. Las célebres notas de Cristian de Suecia y las atribuidas a Napoleón se agregan a sus innumerables ediciones, El Príncipe se convierte en el libro de cabecera de muchos detentores del poder político, llegando a ser el breviario –en nuestros días– de quienes distorsionando la naturaleza del poder lo convierten en un fin en sí, separado de su función de servicio para el parado de su función de servicio para el bien común. Constantemente se invoca a El Príncipe para justificar o para condenar el obrar político prescinde de la moral. Maritain (4) recoloca al poder y a los medios para alcanzarlo en la escala de valores éticos vulnerada en el libro famoso o en sus interpretaciones parciales.
Ninguna obra general de historia de las ideas políticas deja de comentar a El Príncipe, al paso que muchas, por el contrario, ignoran al pequeño libro de Guicciardini Advertencias y consejos políticos.
Felipe IV de España, en cambio, es excepción. Fascinado por la personalidad y por los escritos de Guicciardini traduce al español su Storia d’Italia y traza su semblanza (5); pero a juzgar por el estilo y por los resultados de su reinado, no debió aprovechar mucho sus lecciones acerca del arte de gobernar.
Guicciardini asume vitalmente su tiempo histórico. Entusiasta de la cultura de su época, optimista, refinado, inescrupuloso según algunos de sus biógrafos, cruel con sus enemigos, conserva no obstante en la mayor parte de sus aforismos el respeto por los valores cristianos subyacentes en las nuevas ideas del Renacimiento. Sus consejos reconocen, en definitiva –aunque como a regañadientes– la primacía de los valores éticos, el honor, la amistad, el sentimiento de familia: como si con ellos hubiera querido obtener algo semejante a un parce para librarse de las consecuencias de su inconducta.
La problemática de Guicciardini es más amplia y humana que la de Maquiavelo; no disimula una actitud cínica ante la naturaleza del hombre, pero le asigna un saldo favorable: “(3). Los hombres se inclinan, naturalmente al bien, de suerte que siempre que no extraigan placer o utilidad del mal, a todos les place más el bien que el mal…” (6). Contrasta así con el “secretario florentino”, que acentúa lo negativo: “Los hombres generalmente son ingratos, inconstantes, disimulados, cobardes ante los peligros y ávidos de ganancias…” (7). Ebenstein sostiene que la guía de Maquiavelo es su pesimismo (8).
Guicciardini escribe la doble serie de aforismos y consejos en los que vuelca su vivencia de la conducción de la política interna e internacional y de las acciones bélicas. No los dirige solamente a los poseedores del poder sino también a todos los que deben lidiar con los asuntos gubernativos (9). Lo hace sin orden y sin mayores pretensiones de precisión con sutileza no exenta de socarrona actitud –en algunos pasajes–; con dejos de quien ha sublimado el apego a la vida política.
En un aspecto, principalmente, la visión de Guicciardini supera al enfoque de Maquiavelo sobre la “fortuna”, el juego inasible de los imponderables y lo imprevisto (10); su experiencia le permite explayarse sobre esos factores, saboreando su incidencia sorpresiva y frustrante para los que con soberbia sólo confían en el cálculo razonado y exacto de lo previsible.
Guicciardini es testimonio de lo unívoco de la naturaleza humana de su dimensión política.
Pletórico de matices, de imponderables, a ratos hasta de calor humano, de esperanza y de sentido común, comparte con Maquiavelo su patriotismo exaltado, soñado premonitoriamente con Italia unificada y libre. Advertencias y consejos políticos tiene un valor universal y actualidad, sorprendiendo a veces al lector criollo con un sabor semejante al que dejan los dichos del Viejo Vizcacha.
Su lectura objetiva no permite justificar que se la calificara como la de un Maquiavelo sin ideales y sin grandeza.
El fenómeno político en el Renacimiento Italiano sólo puede ser abarcado plenamente confrontado a Maquiavelo con Guicciardini: sus obras son una suerte de complemento –una de la otra– y, en nuestros días, la versión de la política del infortunado hombre público que fue Maquiavelo puede ser fructíferamente compensada con la del arte de gobernar del triunfador nato que hubo en Francisco Guicciardini.
*Miguel Ángel Espeche Gil, jurista, diplomático y docente argentino
- Mounin, G. Machiavel.
- Chevallier, J.J. Los grandes textos políticos desde Maquiavelo a nuestros días.
- En español: De la vida política y civil.
- Burckhardt, J. La cultura del Renacimiento en Italia.
- Maritain, J. Principios para una política humanística.
- Vida de Francisco Guicciardini escrita por el rey Felipe IV de España.
- Guicciardini, F. op.cit.
- Maquiavelo, N. El Príncipe.
- Ebenstein, W. Los grandes pensadores políticos.
- Guicciardini, op. cit, “30. Quien bien los considera no puede negar que la fortuna tiene un gradualismo influjo en las cosas humanas, pues a menudo se ve que estas reciben impulsos decisivos de accidentes fortuitos que no están en poder de los hombres ni prever ni eludir…” “180. No hay mayor enemigo de una guerra que el que la comienza crea que la tiene ya ganada; porque incluso las que aparecen facilísimas y segurísimas están sometidas a mil accidentes…”
- Antoniade, C. L’Arpetin-Guichardin-Cellini.
- Benolat. E. Guichiardin.