Luego del clásico del Intermedio anuncié que dejaría el tema de la violencia para otro día. Y ese día ha llegado. Comienzo recordando lo que escribí en mi página del 2 de julio próximo pasado:
“Si bien existieron algunas jugadas polémicas para los que miraban desde las tribunas lo que más se le podría recriminar a Ojtojich fue que no haya suspendido el partido ante la caída de bengalas en varias ocasiones.
No le reclamo como posibilidad de suspensión la lamentable agresión sufrida por un policía que hoy sigue en el CTI porque nadie le avisó de la gravedad. Allí fallaron los encargados de seguridad que debieron informarle. La situación de la pistola náutica y la bengala fue a los 2 minutos de juego y no daba para seguir jugando con un herido de gravedad.
Sigo pensando que hay cosas que deben cambiar en los operativos y que la equivocada creencia de que es peor poner policías en la tribuna. Eso deriva en un libertinaje inaceptable. También hay que ser más duro en lo referente a sanciones individuales. En resumen, apliquemos la frase ‘el que rompe paga’ y que sea personal y no del club que es víctima de sus supuestos hinchas.
Se habla de pérdida de puntos y derechos de locatario de Nacional. No puedo creer que nadie se dé cuenta de que los violentos van por otro lado y no los detendrán estas sanciones. Las únicas medidas que pueden ser eficaces son la prevención fuera y dentro del estadio, la represión si rompen algo, y la Justicia con condenas severas que le duelan al delincuente y no al club que es rehén de estas situaciones”.
Esto fue escrito poco después del clásico. Luego llegaron conferencias de prensa, debates, el fallo y testimonios reveladores.
Arranquemos por la conferencia de prensa que dio el ministro Carlos Negro ante la atenta mirada de los principales dirigentes de nuestro fútbol, que comenzó con un reto público ya que estaban todas las cámaras y luego se alargó por tres horas.
El ministro estaba ofuscado y me consta que le preocupa el tema de la violencia en los estadios. Cuando refiero a la violencia en los estadios no digo que sea violencia en el deporte porque los que la provocan no son deportistas. En los espectáculos en sí no pasa nada y si pasara algo lo sancionan las federaciones y listo. Pero lo que sucede en las tribunas o en las calles cuando hay partidos no tienen que ver con el deporte. Salvo excepciones, la mayoría de los problemas no suceden porque un hincha se exalte ante el cobro injusto de un penal o una situación de juego polémica.
El mejor ejemplo fue el clásico de octubre de 2024 por el Clausura. Ganaba Nacional, faltaban 2 minutos, se jugaba solamente con hinchada local en el Gran Parque Central y cayeron dos bengalas que dejaron desmayados a dos futbolistas tricolores. El árbitro Leodán González no suspendió el partido e incluso el presidente de Nacional de ese momento, el Dr. Alejandro Balbi, reconoció que pudieron perder el partido debido a la violencia.
Este tipo de ejemplo se reitera en ambos grandes. Situaciones de violencia o desacato a las normas en cuanto a pirotecnia, banderas, cánticos y lanzamiento de proyectiles sabiendo que el club deberá pagar multas gigantescas o sufrir cierres de cancha como le pasó a Peñarol en esta Libertadores son comunes.
Esto significa que las sanciones que se volvieron a aplicar ahora son de otra época. Son de los tiempos en donde un hincha, fruto de su fanatismo, cometía un acto violento y arrastraba al club al cual realmente amaba a una sanción. En ese caso perjudicar a su institución operaba como un gran castigo para el propio aficionado que terminaba angustiado por un lado y repudiado por sus pares por el otro.
Pero hoy, y hace rato ya, todo cambió.
En los años 60 y 70 los clubes grandes e incluso la selección contrataban boxeadores para que los acompañaran en los viajes o en partidos internacionales de local. Es que los hinchas no agredían por deporte y había que pagar para conseguir alguien con ganas de hacer de guardaespaldas. Si no lo hacías no podías jugar en La Plata, Avellaneda, Asunción, San Pablo o donde fuera. Te rompían todo y debías llevar tu pequeño ejército, que jamás superaba las 5 o 6 personas.
Las hinchadas en nuestros clásicos iban mezcladas y salvo pequeños espacios en Ámsterdam y Olímpica los aficionados estaban absolutamente intercalados, o sea mezclados.
A finales de los 80 todo comenzó a cambiar. Primero dividieron la Ámsterdam sin pulmón, luego dividieron Ámsterdam y Colombes rotativas hasta que quedaron para Peñarol y Nacional respectivamente en forma definitiva. Incluso es así cuando juegan contra cuadros chicos.
Ya en 2010 cayó la tribuna Olímpica en la trampa con un pulmón gigantesco.
Llegaron los clásicos con 2 mil visitantes y pulmones enormes que duraron poco para terminar siendo los clásicos solo para hinchas locales.
Desde que comenzaron a tomarse medidas cada vez la violencia fue peor. Hubo clásico de la garrafa, clásico de la ambulancia y el convencimiento es cada vez más grande que las cosas que pasan están preparadas y no tienen que ver con el resultado del partido o la tabla de posiciones.
A finales de los 70 y comienzos de los 80 los primeros barrabravas que al lado de los actuales eran apenas unos “locos lindos”, como eran pocos y todos los conocían, terminaron siendo absorbidos por dirigentes que entendían que consiguiéndoles algún trabajo para encaminarlos en la vida podrían apaciguarlos.
Pero pasaron los años y ya no es trabajo en el BROU o en un negocio particular lo que los calma, sino que comenzaron a ser contratados como encargados de seguridad.
Como la capacidad de contratación es limitada, el mensaje que se le fue dando a las nuevas generaciones de gente que no quiere trabajar 8 horas es que “si te portás mal te tendremos en cuenta, cobrarás un sueldo, tendrás entradas siempre y gratis, podrás llevar banderas de cualquier tamaño, no harás fila jamás y viajarás por el mundo”.
A todo esto, negocios laterales como los estacionamientos, venta de droga en la tribuna y otras cosas turbias fueron encontrando espacios.
Cuando los dirigentes de turno, que no son los que contrataban boxeadores en los 60, quieren limitar todo esto, los grupos de barras que no fueron contemplados cometen fechorías que les hacen perder mucho dinero y puntos a sus propios clubes.
Este sistema perverso, en el que el Estado no interviene con firmeza, determina que amenazados, temerosos e incomprendidos los dirigentes terminen transando, facilitando todo lo que contamos, evitando denunciar, apagando cámaras oportunamente y generando beneficios adicionales a los “malos” mientras que a los “buenos” les sacan el termo, la bandera, no consiguen entrada ni pagando, no puede viajar más porque hasta puede terminar presos por estar obligado a compartir tribuna con esta gente y pasan horas encerrados para poder entrar o salir de los estadios.
La quita de puntos, el cierre de cancha, las multas a clubes no sirven de nada. Si queremos terminar con la violencia detectemos a los violentos y que sean ellos quienes paguen. Pero no con un ingreso a la poco eficiente lista de admisión, ni con trabajos comunitarios u otros castigos menores.
Los violentos solamente entienden cuando se les termina el libertinaje, los negocios turbios, la libertad y ni pensar si ante un desacato son reprimidos con justicia, confianza y respaldo a la Policía.
Mientras tanto estaremos dándole un antigripal a un paciente que tiene hepatitis. No se curará jamás del verdadero problema que tiene.