Después de haber trabajado para la BBC en Londres, de haber dirigido, entre otros, a John Gielgud protagonizando a Próspero en La tempestad y al septuagenario Trevor Howard como Rey Lear, Walter Acosta trae a Montevideo su espectáculo unipersonal Ser o NO ser.
Al 22 de febrero de 2024, fecha en que entrevistamos al actor, director y dramaturgo uruguayo Walter Acosta este se encontraba buscando sala para su espectáculo. Afortunadamente, esta entrevista coincide con el anuncio de su espectáculo unipersonal Ser o NO ser, a manera de una celebración de Shakespeare que presentará los días 7, 8, 9, y 10 de mayo a las 20 horas, en la Sala Blanca Podestá de Agadu (Canelones 1130, Montevideo).
Para conocer más de esta propuesta, entrevistamos a este teatrero uruguayo de nivel internacional, que nos trae su versión del clásico genio William Shakespeare (23 de abril de 1564-23 de abril de 1616, Stratford-upon-Avon, Reino Unido), dramaturgo, poeta y actor a quien se considera el escritor más importante en lengua inglesa y como uno de los más célebres de la literatura universal.
El próximo 7 de mayo estrenarás Ser o NO ser. La obra te pertenece, está auspiciada por Agadu y se anuncia como una celebración de Shakespeare. ¿Por qué la palabra “no” aparece destacada con mayúsculas en el título?
Ni Shakespeare ni sus editores quisieron establecer gráficamente ese acento particular en la famosa frase de Hamlet. En mi caso, no responde a la intención de proponer un “mensaje”, sino que es una forma de enfatizar el dilema central que atraviesa toda la obra de Shakespeare, su vida, su pensamiento y hasta podríamos decir su estética. La disyuntiva que plantea el título es tajante y ha dado lugar a ríos de tinta en el terreno de la filosofía y de la literatura universales. Shakespeare no solo es un gran dramaturgo, sino también un psicólogo mayor.
El Galpón acaba de estrenar Ricardo III en Montevideo y tú mismo dirigiste en Londres Hamlet, Enrique V, Rey Lear, Noche de Reyes, Como gustéis y La Tempestad. Se diría que tu relación con Shakespeare es muy especial. Me pregunto si hay un resurgir de este clásico en nuestros días.
Hablar de resurgimiento implicaría necesariamente un período previo en el que el genio de Shakespeare haya quedado opacado en la estimación pública, cosa que no parece haber sucedido. Más aún, es posible que haya aumentado en volumen y brillo intelectual el número de grandes pensadores que investigan incansablemente la vida y obra del genio, contribuyendo de esta forma a su fama, tan merecida como perdurable.
Y en ese marco, ¿hay algo que provoque en especial esta “celebración” tuya?
Ser o NO ser surgió hace varios años como un desafío mayúsculo. Supongo que ya entonces mi condición de actor me impulsó de alguna manera a preparar el terreno para una futura puesta en escena. He tenido la fortuna de transitar las tablas más de 70 años, pero nunca pude ponerme en la piel de personajes emblemáticos de Shakespeare como, por ejemplo, Lear, Próspero o Macbeth. Ahora parece haber llegado el momento.
Shakespeare escribió 38 obras de teatro en 24 años. La sola lectura de ellas (y de su maravillosa poesía) es una fuente inagotable de iluminación. Shakespeare, habiendo viajado tan poco fuera de Inglaterra en sus 52 años de vida, sorprende por la universalidad de sus temas, la agudeza y la resonancia de su pluma en nuestros días. Enfrentar a Shakespeare es un propósito lleno de aventuras insospechadas, aún teniendo en cuenta los ríos de tinta que se han escrito sobre él y sus obras.
En Ser o NO ser desfilan, entre otros personajes emblemáticos Hamlet, Macbeth, Julio César, Marco Antonio, Calibán, Próspero o Enrique V… ¿Cómo los preparas? ¿Tomas algunas pautas y a partir de ellas elaboras?
La experiencia de haber trabajado con grandes actores son lecciones que de alguna manera continúan enriqueciendo mi tarea diaria como director o dramaturgo para enfrentar los nuevos desafíos que siempre presentan otros textos y otros proyectos. Por supuesto, actores como John Gielgud o Peggy Ashcroft son para mí referentes insustituibles, pero siempre es un placer especial trabajar con nuevos actores.
La cosecha aumenta en cada nuevo proyecto que emprendo, sin pretender nunca que el público deba ser un conejillo de Indias para probar el posible impacto de mis obras. Espero, sí, que ellas provoquen reflexiones estimulantes sobre el tema elegido y la forma en que lo presento en las tablas.
¿Sugiere esto que acabas de decir que tus obras contienen discursos abiertamente proselitistas o guardas una clara distancia entre tus ideas propias y las que se puedan encontrar en tus obras?
Trato de evitar ambas cosas. Pienso que, a diferencia del púlpito en las iglesias, el teatro no debe ser una tribuna tendenciosa dedicada a la captación ideológica de los espectadores, sino más bien un instrumento para despertar en el público una actitud crítica sobre su visión del mundo y lo que se muestra en escena: ese proceso debería culminar sacando sus propias conclusiones al término de la obra.
¿Puede decirse que Shakespeare, habiendo creado una galería impresionante de personajes de gran relieve histórico y político, tuvo particular cuidado de no convertir sus obras en prédica panfletaria?
No sabemos si alguna vez pudo Shakespeare revelar por qué escribía y para qué. De todas formas, me parece interesante señalar que Shakespeare tiene la gran virtud de guardar siempre una terca distancia con sus personajes y las turbulencias que atravesaron en vida, todo lo cual no le impide formular reflexiones inquietantes y sabias sin convertirse en un fastidioso predicador moralista.
Si se repasa la veintena de obras que has escrito y publicado, surge una evidencia clara de tu interés en la Historia –también con tus favoritas mayúsculas– y sin mayor predilección por siglos y banderas. Tu galería de protagonistas incluye a Lorca y Miguel Hernández, Diderot, Pinochet y Margaret Thatcher, Artigas y José Pedro Varela, Florencio Sánchez y Pablo Podestá, Brecht y Walter Benjamin… ¿Marca esto una evidente preferencia?
Los vaivenes de la Historia encierran siempre grandes lecciones, cualesquiera sean sus protagonistas y las conductas que les caractericen; en particular, aquellas que ponen de relieve tanto sus virtudes e ideales, como sus errores y defectos. Interesado en todo ello, terminé eligiendo la diversidad de personajes que has evocado y que comparten –más allá de siglos y banderas– una misma condición: los pies de barro.
Los acontecimientos de la realidad de nuestro tiempo y en especial ciertos protagonistas históricos elegidos, ¿pueden haberles agregado algunos insumos a tus personajes?
Muchísimos, sin duda. Mi Trilogía uruguaya (una saga que lamentablemente no he podido estrenar todavía) se nutre de los eventos ocurridos en Uruguay durante las décadas de 1970 y 1980. La muerte lenta a la que fue condenado Miguel Hernández preso en cárceles franquistas, las trapacerías de Pinochet para escapar a la justicia internacional confortado por la Dama de Hierro, Artigas traicionado y exiliado en el Paraguay, o la gran cruzada de José Pedro Varela en pro de la educación laica, mixta y gratuita, son todos eventos que inspiran ricas reflexiones. Por supuesto, la galería de personajes de Shakespeare que presento en Ser o NO ser contiene también muchos ejemplos elocuentes de la aventura humana.
¿Puede el teatro ser el refugio de espiritualidad y sensatez necesaria en estos tiempos, o al ser un espejo nos da más de lo mismo?
¡Muy interesante la pregunta! La espiritualidad y sensatez –aunque necesarias– no parecen cultivarse demasiado en los tiempos que corren (¡a menos que yo no vea bien!). El espejo en el teatro ha servido muchas veces a dramaturgos tales como el propio Shakespeare, Albert Camus o Bertolt Brecht, para concebir escenas que han gozado en toda época de enorme popularidad. Arturo Ui tomará lecciones de conducta frente a un gran espejo. Calígula contempla varias veces su rostro de déspota absoluto en otro espejo… hasta que le asesinan frente a él. Ricardo II, rey caído en desgracia, pide también un espejo para ver qué cara tiene después de haber perdido toda majestad, y tras haber contemplado su propia ruina, lo rompe en mil pedazos al grito de “¡Frágil es la gloria del espejo!”.
En algún momento dijiste: “Me encanta el desafío de transitar a solas el escenario”. ¿Eso se mantiene? ¿Por qué? ¿Cómo te autoevalúas?
Transitar a solas un escenario en lugar de presentar a un grupo de actores no es un acto de narcisismo gratuito, sino un verdadero desafío que exige concentración rigurosa, buena memoria y algún don particular para establecer efectivamente con la platea una comunicación (y complicidad) que me parecen imprescindibles.
En términos de autoevaluación, siempre me someto a un trabajo riguroso desde el comienzo mismo de un proyecto y –una vez cumplido– a una dura autocrítica. Aunque parezca petulante y a diferencia de muchos directores, nunca he querido compartir con nadie la dirección de mis obras, mucho menos si se trata de unipersonales. Con lo cual, los críticos solo pueden descargar en mí sus dardos o alabanzas. Agrego finalmente que, a diferencia de muchos colegas, nunca dejo de leer las críticas y de valorar el juicio formulado.
En el año 2018 llegaste a publicar en Buenos Aires tus memorias, un grueso volumen que lleva por título las palabras que Hamlet pronunció antes de morir en brazos de Horacio: “El resto es silencio”. Si actualizaras hoy esas memorias, ¿qué te gustaría agregar? ¿Les cambiarías el título?
¡Oh, no, los títulos son sagrados para mí! Nunca comencé a escribir una obra o las memorias sin contar antes con el título. En todo caso, puedo responder a tu pregunta con una breve reflexión. Amasar recuerdos es una tarea muy laboriosa, que puede resultar tan agobiante como estimulante. A veces, los recuerdos afloran con una vehemencia sorprendente. Otras, asoman recelosos por una rendija que ha estado demasiado tiempo cerrada y pegan un portazo impiadoso. Yo tengo, en efecto, la intención de agregar en una nueva edición algunas experiencias posteriores al 2018. Pero no sé si se podrá. El tiempo apremia.
Hace poco más de un año, estabas buscando sala en Montevideo justamente para tu obra Ser o NO ser. Hoy, con tus jóvenes 90 años ya cumplidos y con la misma pujanza y entusiasmo, te enfrentas a este nuevo desafío, ¿cómo lo vives?
Con enorme expectativa y al mismo tiempo con una creciente valoración del esfuerzo que me demanda. ¡Viva el Teatro!