En su chacra situada en Canelones, a pocos metros del río Santa Lucía, Luis Almagro recibió a La Mañana, entre árboles nativos, el silencio del campo, y una sencillez que no disimula la densidad de su mundo interior. Rodeado de libros en varios idiomas y una discoteca que cruza fronteras culturales, el excanciller uruguayo y ex secretario general de la Organización de Estados Americanos (OEA) hizo un repaso de su trayectoria diplomática y política, en la que reflexiona sobre América Latina, el orden internacional, y proyecta su vida tras dejar uno de los cargos más importantes de todo el continente.
Después de casi una década al frente de la OEA, ¿cómo evalúa su gestión en términos de impacto regional? ¿Cuáles considera que fueron sus mayores aciertos y dificultades?
Los aciertos tuvieron fundamentalmente que ver con asegurar la democracia en los países en que estuvo en peligro, con asegurar transiciones democráticas cuando los procesos electorales fueron vulnerados o estuvieron en peligro de ser vulnerados. En asegurar gobernabilidad democrática cuando esta hizo frente en algunos países a desafíos enormes por situaciones de crisis externa o interna, haber logrado la liberación de presos políticos, como los 320 presos políticos liberados en Nicaragua o a veces esfuerzos importantísimos para lograr la liberación de uno, o los esfuerzos que se hicieron para detener situaciones de tortura o desaparición forzada. El haber enfrentado la pandemia y haber logrado que en las oficinas centrales de la OEA nadie perdiera la vida, y tan importante como eso sostener y dar apoyo a la gente.
Los principales desafíos y dificultades estuvieron dados por la creciente polarización política en la región, en la cual se repitieron situaciones de indemnización política y enfrentamientos personales o ideológicos de bajo contenido. Otro desafío importante estuvo vinculado al bajo nivel político de algunos gobernantes, lo cual termina complicando soluciones que eran necesarias en muchos casos.
Durante su mandato, la OEA adoptó posturas firmes contra gobiernos como los de Venezuela, Nicaragua y Cuba. ¿Cree que la organización pudo haber hecho más o fue limitada por factores políticos?
La organización hizo lo que debía hacer y lo que le permiten sus estatutos, la OEA deslegitimó a estas tres dictaduras a pesar de los esfuerzos y las inversiones que hicieron cuando intentaron varias veces procesos que les permitieron a sus situaciones dictatoriales verse como institucionalmente normales. Alguna de ellas incluso estaba en proceso de legitimación de su situación dictatorial cuando asumimos. Si hubieran logrado eso, se hubieran garantizado condiciones para sostener esos procesos autoritarios para siempre. Hoy esas dictaduras están deslegitimadas, hoy esas dictaduras son de parias políticos, hoy esas dictaduras son simplemente proyectos fracasados desde el punto de vista político, social, económico y cultural.
Pero hay un aspecto más, absolutamente relevante, y es que en estas dictaduras se cometen crímenes de lesa humanidad, violaciones sistemáticas de los derechos humanos. Y, en ese sentido, nunca se debe ser ambiguo. Por eso nunca hemos sido y todo el mundo lo sabe, no lo fui en Uruguay siendo Canciller y no lo fui luego siendo secretario general de la OEA, no fui ambiguo respecto a violaciones de derechos humanos de la derecha y tampoco lo fui respecto a las violaciones de derechos humanos de la izquierda. Y no me parece ético permitirse esas ambigüedades por razones ideológicas u otras peores.
Lo importante es que teníamos razón, que siempre tuvimos razón y la pudimos sostener aun ante las peores adversidades. Y todos terminaron dándonos la razón, aun cuando no lo dijeran públicamente en esos términos.
Su rol en la crisis de Bolivia en 2019 fue duramente cuestionado por varios sectores de la izquierda latinoamericana. A la distancia, ¿cambiaría algo de la actuación de la OEA en ese proceso electoral y posterior transición?
El papel que desempeñó la organización tuvo que ver con los resultados de la misión de observación electoral y de la misión que realizó el análisis integral del proceso electoral. Ninguno de esos dos informes fue realizado por mí y mi papel institucional fue siempre, y especialmente en ese caso, respetar la independencia y autonomía de las misiones y de los informes. En esos informes se daban a conocimiento los hallazgos de las dos misiones, fueron contundentes e incontrastables y nunca nadie pudo negar esas irregularidades que se presentaron. Existieron. Esos informes tienen una contundencia que es insoslayable y me extraña –o sea me extraña y no me extraña– que haya habido gente que pretendió validar una elección en que hubo paralización dolosa del sistema de transmisión de resultados preliminares, servidores clandestinos, manipulación de servidor oculto, utilización de esquema tecnológico en paralelo con fines indebidos, ingresos remotos indebidos al sistema, accesos de personas no autorizadas al sistema, provisión de información falsa e intento deliberado de ocultar servidores, información falsa respecto a servidores utilizados, llenado doloso e irregular de actas de escrutinio, quema de materiales electorales y varios capítulos más de irregularidades.
Por otra parte, la Secretaría General de la OEA fue la única organización multilateral que pidió que el presidente en funciones terminara su mandato, fuimos claros y enfáticos al respecto en un comunicado. Los atajos nunca son buenos y los atajos que se tomaron en Bolivia no fueron la excepción.
Y lo más importante es que el futuro sea democrático y democratizador, que se hagan las cosas de manera que la gente vea resuelta su pobreza, desigualdades o vulnerabilidades, que las instituciones sean cada vez más fuertes para lograr esos objetivos y que la democracia sea cada vez más fuerte para evitar esos sacudones.
¿Cuáles fueron las mayores dificultades internas de trabajar con un organismo multilateral con tantos intereses nacionales en juego? ¿Hubo presiones particulares que quisiera destacar?
Nunca tuvimos problemas con las presiones que hacen al quehacer político, sí tuvimos problemas con presiones ilegítimas que pretendieron forzar o detener el liderazgo que ejercíamos sobre la organización. A la presión que hacía a las dinámicas políticas obviamente que contestábamos con acción y pensamiento político, y a aquellas que no hacían a las dinámicas políticas, sino que buscaban atacar a la persona o intentaban inventar acusaciones falsas o injustificadas, le respondíamos con más institucionalidad y con más democracia. Ustedes vieron cómo, por ejemplo, la resolución que cierra una investigación que se me realizara fue aprobada por consenso exculpando a cualquier responsabilidad que pudiéramos haber tenido. Es increíble, porque algunos de los que más saliva gastó y más tinta gastó en insultarnos o acusarnos hoy están investigados, uno como presunto golpeador de su mujer y otro de pedofilia. Esa era la dimensión moral de los ataques que recibíamos. El ejercicio en la política es siempre sumar y no restar, unir y no dividir, honrar y no deshonrar, sobre esas máximas conocidas y establecidas es que nos afirmamos para llevar adelante los principios fundamentales de la Organización.
En su relación con Estados Unidos, ¿cómo logró equilibrar la autonomía de la OEA sin perder el respaldo del principal país miembro?
La relación con Estados Unidos es muy importante para la organización, pero para nosotros no ameritaba un cambio en nuestras capacidades de gestión. Estuvimos un período de 10 años en el cual lo constante fue el cambio en la región. Llegamos con gobiernos de izquierda, después vinieron gobiernos de derecha, y después de algunos de ultraderecha volvió la izquierda, así como después volvieron otros gobiernos de derecha. Estados Unidos no fue ajeno a todo eso. Llegamos con la administración Obama, tuvimos administración Trump 1, después de administración Biden y ahora Trump 2. En todos los casos trabajamos apegados a los principios y valores de la organización, sin separarnos de ellos, defendiendo la democracia, los derechos humanos, la seguridad y el desarrollo. Pero los dos primeros capítulos son absolutamente fundamentales para la fortaleza de la organización y es ahí donde estuvo el mayor crédito político. Sin perjuicio de que personalmente habría algunos que nos quisieran más y habría otros que nos quisieran menos, pero eso ocurría dentro de cada una de las administraciones en todas partes en la región. Lo importante es que siempre logramos mantener niveles altos de trabajo con cada una de las administraciones y que apegarse a los principios logró generar cada vez la confianza que se necesitaba para llevar adelante la gestión, aun cuando en muchos casos hubiera diferencias. Lo importante fue la capacidad para construir y encontrar los espacios de buena fe que nos permitieran esa construcción.
¿Qué balance hace de la integración latinoamericana actual? ¿Ve un retroceso en términos de cooperación regional o solo un reacomodo político?
En términos de integración regional solamente vemos problemas, procesos en déficit con la sociedad y con las vulnerabilidades que tiene la sociedad, en deuda con las desiguales sociedades del hemisferio, las discriminadas sociedades del hemisferio, las subdesarrolladas sociedades del hemisferio, las des-institucionalizadas sociedades del hemisferio, las inseguras sociedades del hemisferio. Los procesos de integración necesitan mejores condiciones de desarrollo para avanzar, porque es el desarrollo el que da los instrumentos fundamentales de tecnificación, innovación, industrialización que generan las condiciones de complementariedad en la región para llevar adelante un proceso de integración. Estas condiciones de complementariedad nunca van a estar si seguimos exportando materias primas o si seguimos exportando productos de transformación súper primaria, eso definitivamente nos coloca en condiciones por las cuales no podemos avanzar en lograr mecanismos con los cuales nos complementamos y cooperamos y colaboramos comercial y económicamente generando mejores condiciones sociales.
¿Cómo ve el papel de Uruguay hoy en América Latina y en la política exterior regional? ¿Qué oportunidades o riesgos enfrenta el país?
El Uruguay tiene la responsabilidad de inducir racionalidad política en los procesos de relacionamiento de los países y gobiernos de la región. Esta racionalidad política es hoy más necesaria que nunca, pues tenemos que volver a pensar para actuar políticamente. Hoy la región tiene un problema: en el sistema político y social priman las emociones y, peor aún, priman las emociones negativas, no aquellas que nos llevan a cooperar y a colaborar, a trabajar juntos, sino aquellas en las cuales se enemiza al adversario político y se enemiza a aquel que no está en la misma sintonía o frecuencia de proyecto ideológico. Este trabajo de racionalizar la política, obviamente, implica apegarse a principios de democracia y derechos humanos, porque aquello que induce al mal uso de las emociones en la política tiene muchas veces que ver con justificar lo injustificable o con apañar malas prácticas o tratar de soslayar violaciones de derechos humanos o tratar de ignorar atentados institucionales.
Tras su paso por el Frente Amplio, ¿Se considera hoy un político de izquierda, de centro, liberal, reformista…? ¿Cómo se define ideológicamente?
Nadie puede llamarse a engaño, no es que sea solo un político de izquierda, soy una persona de izquierda, soy un hombre de izquierda. El problema es que a veces las dictaduras quieren actuar como agentes certificadores de qué es izquierda o qué es no de izquierda. Es claro que dejar la certificación de ser de izquierda en manos de proyectos dictatoriales, o tiránicos incluso, es un despropósito político que contamina y que anula lo mejor que puede tener el proyecto de izquierda.
El proyecto de izquierda tiene que ser absolutamente libertario, porque en cualquier contexto donde no hay libertad hay oprimidos. Si hay aquellos que oprimen sin libertad, es imposible que seamos todos iguales. La libertad es, obviamente, un instrumento para resolver las desigualdades, para resolver las vulnerabilidades y todos aquellos casos de discriminación que puede haber en una sociedad. La libertad debe resolver el hambre de la gente, la discriminación de población afro y de población indígena, tiene que resolver la discriminación y las desigualdades sociales que pegan en la pobreza.
¿Tiene planes de volver a la política uruguaya o de continuar su carrera diplomática en otros espacios multilaterales? ¿Qué viene después de la OEA para usted?
Viene más trabajo, viene más compromiso con los principios y valores de la democracia y los derechos humanos, viene más compromiso con condiciones sociales de igualdad y de desarrollo. El lugar que nos toca puede cambiar, como ha cambiado durante todo este tiempo, desde cuando fui embajador, cuando fui director de asuntos internacionales de la MGAP, cuando fui ministro de Relaciones Exteriores, cuando fui senador cuando fui secretario general de la OEA. Cuando era un militante liso y llano. Como oriental liso y llano. Pero uno nunca puede largar los principios en los que creo porque hacen a la esencia que nos sostiene en la gestión.
¿Cómo le gustaría que se recuerde su paso por la OEA?
Me gustaría que se hicieran dos filas, una de los agradecidos y otra de los que tienen que pedir perdón. La de los agradecidos ya está, pero me temo que a los que tienen que pedir perdón les va a faltar grandeza. Igualmente, nuestra política es nunca andar reclamando cuentas, sino construyendo hacia el futuro, porque siempre es más importante lo que debemos hacer, lo que vamos a hacer, nunca vamos a hacer reclamos en ese sentido.
Finalmente, tenemos un mundo en guerra, ¿cómo se puede trabajar para construir paz sustentable y duradera?
Creo que se requiere mucho más esfuerzo desde todos los ámbitos para neutralizar o eliminar las amenazas a la paz. Esas amenazas van desde ejercicios de retórica, incluido algunos de ellos absolutamente nefastos como la amenaza de eliminar la existencia de un Estado o el discurso de odio hacia otro Estado, pero también es amenaza a la paz que la agresión quede impune y que, lamentablemente, el uso de la fuerza sea nuevamente un instrumento viable para conseguir objetivos políticos. Es necesario regresar a la racionalidad de la política y que las emociones negativas que llevan al conflicto o confrontación o enemización permanente sean anuladas por la argumentación, el diálogo y el esfuerzo político-jurídico-diplomático. Siempre tiene que quedar claro que la agresión no puede quedar impune, siempre tiene que quedar claro que crímenes de guerra o de lesa humanidad no van a quedar impunes. En este momento falta mucha construcción política internacional al respecto y que la aplicación del derecho internacional se sienta como un imperativo por parte de cada Estado.
Usted nació en Paysandú, en el interior de Uruguay, y terminó representando a todo el continente como secretario general de la OEA. Si mira hacia atrás, ¿qué peso tuvo su formación, su entorno y sus raíces en ese camino desde la orilla del río Uruguay hasta los principales foros internacionales?
Tuvo todo el peso del mundo, imposible para mí conseguir una como persona como político como diplomático sin entender que nací en el campo, en Cerro Chato en Paysandú, que las transiciones del campo a la ciudad siguen siendo las más difíciles. Que fui a la escuela 13 de Nuevo Paysandú, que hice liceo y universidad públicos, que integré la selección de Paysandú de atletismo, que iba a ver a Bella Vista los domingos. Las cosas más simples de este mundo son las más importantes de cada persona. Cuentan que los resultados se logran con humildad y trabajo, que no vale aflojar, que uno tiene que defenderse por sí mismo, pero tiene que defender a los demás, que hay que ser buena gente, en primer lugar, porque siempre es mejor ser así, en todos los casos y además porque siempre somos pocos y nos conocemos todos. En Cerro Chato había muchas yararás y, por lo tanto, uno tiene que cuidarse siempre y ver dónde se pisa, porque después uno encuentra que hay yaras por todos lados. Que el principal riesgo en la vida es quedarse quieto y que te lleve la corriente. La formación de uno es cada cosa que le pasó en la vida, pero los reflejos y los instintos siguen pegados a las cosas que nos pasaron primero.