“El grupo de Brujas que sirve de Peana à la Peti / metra, mas que necesidad es adorno.
Hay cavezas / tan llenas de gas inflamable, que no necesitan pa / ra volar ni glovo, ni brujas”.
Con esa grafía poco ortodoxa acompaña Goya una de las varias ilustraciones que representan a la mujer más bella de su época: doña María del Pilar Cayetana de Silva Álvarez de Toledo, duquesa de Alba (1762-1802). El título de Volaverunt, que significa “volaron”, así como la leyenda que acompaña la imagen han dado pábulo a muchas especulaciones.
El hecho es que, fallecido su marido, doña Cayetana se retiró a su finca de Sanlúcar de Barrameda y Goya, que a esas alturas estaba de moda, fue invitado a pasar una temporada en la residencia, con el obvio propósito de que pintara a la dama. Y es allí, a orillas del Guadalquivir, donde en 1796 comienza el primero de sus álbumes. Goya no tenía intención de hacerlos públicos, por eso representa con total libertad a la duquesa y a sus damas de compañía aseándose o reclinadas. Escenas íntimas para ser conservadas en la intimidad.
Casi cuarenta años después de fallecido el pintor, el escritor francés Charles Yriarte (1832-1898) publica su Goya, sa vie son oeuvre. Es cierto que no fue la primera, sino una de las muchas biografías que se escribieron y se siguen escribiendo. Pero interesa señalar este concepto publicado en el periódico parisino Moniteur con la firma de Yriarte: “Sus aventuras amorosas con las señoras de la grandeza se han hecho célebres, y muchas de ellas son sumamente dramáticas”.
Y no es solamente la pluma de este escritor la que lo presenta no solo como un seductor empedernido, sino como un hábil y pendenciero espadachín. Así está descripto en la Revista de Bellas Artes: “Cuéntase que, a consecuencia de un lance, tuvo necesidad de huir de Zaragoza, y que poco después fue hallado en una calle de Madrid gravemente herido. Apenas convaleciente, se trasladó a Roma, donde se consagró casi exclusivamente al estudio del arte, y mantuvo relaciones de amistad con el célebre pintor David. En Roma se enamoró de una hermosa trastiberina, encerrada en un convento; la robó, y perseguido por las autoridades se refugió en la embajada española”. El cauto articulista comienza su juicio con un “cuéntase” y después, alegremente, lo hace secuestrar a una novicia de un convento.
Un personaje en busca de autor
Goya parece un personaje en disputa. Por un lado, lo vinculan con las ideas de la Ilustración y lo hacen un gran crítico de la alta sociedad y de la Iglesia. “El movimiento de ideas que corresponde al de la revolución francesa está representado en España por tres hombres: un escritor, Jovellanos; un economista, Olavide; y un pintor, Francisco Goya”, dice Yriarte en la Revista de Bellas Artes del 31/3/1867.
Otros niegan terminantemente que eso hubiera sido así. Otros, en fin, señalan una duplicidad en la conducta del pintor, que se beneficiaba de la amistad del rey Carlos y que fue distinguido como primer pintor de cámara a la vez que ponía a la luz sus Caprichos, una colección de estampas donde se satirizaba los vicios de la alta sociedad y el clero.
Ya no se trataba de pinturas para consumo íntimo, sino que se ponían a la venta al público. En 1799 se había impreso unos doscientos cuarenta ejemplares de los cuales se vendió poco más del 10%. Cuando la Santa Inquisición tomó nota del asunto, consideró que debía intervenir. Goya, para evitar complicaciones retiró los ejemplares restantes y se los regaló al rey.
Entre los más acendrados opositores a la lectura que hace Yriarte, está el historiador, periodista y escritor español Antonio Ferrer del Rio (1814-1872) que dedica varias páginas de la Revista de España de mayo de 1868 a dar una imagen totalmente distinta del controvertido artista. Yriarte dice que los hombres que representaron la revolución francesa en España fueron Jovellanos, Olavide y Goya, cada cual en lo suyo.
Y es a Yriarte a quien quiere Ferrer refutar cuando afirma: “Eso no es más que sintetizar a capricho y discurrir con vaguedad inaceptable, sobre todo, en cuanto pueda hacer referencia a las ideas religiosas, puesto que entre el movimiento de la Revolución de Francia es muy de notar que sus giros varios condujeron a rendir culto a la diosa Razón y al Ser Supremo”. Y se pregunta: ¿qué pruebas hay de que D. Francisco de Goya figurara como un escéptico rematado y un filósofo a la francesa?”. Además de ser “un pendenciero vitando [odioso] siempre fugitivo de la Inquisición o de la justicia, sin casa ni hogar lo más del tiempo, o escalando balcones, o admitiendo a damas tapadas en su estudio, o dando asaltos al aire libre”.
Agrega, por otra parte, una consideración general sobre la influencia de esas ideas en España: “Aquí el amor a las reformas, siempre mostrose acompañado del respeto a la religión católica y al trono, sin que se hostilizaran estas dos venerandas instituciones”. Don Antonio no podía suponer lo que ocurriría en España cincuenta años después de su muerte.
Las majas
Dice el DRAE que maja significa, coloquialmente, “que gusta por su simpatía, belleza o gracia”. Y la duquesa de Alba lo era en grado sumo. Por otro lado, es por demás conocido que Goya pintó La maja desnuda y después la vistió. Dentro de la leyenda, que pone a la duquesa como una mujer frívola y bastante ligera de cascos, se incluyen generalmente dos elementos: que la maja del cuadro era ella y que ella y Goya fueron amantes.
Claro está, que al igual que el asunto con Wellington, los historiadores han desbrozado el relato, aunque no están todos de acuerdo. Se admite sí que la maja no es la duquesa. ¿Y entonces quién es? Y es ahí cuando uno se pregunta, ¿a qué tanta curiosidad? ¿Por qué infieren que debería tratarse de otra dama cercana al círculo nobiliario?
Veamos. Bajo el título de Vestida y sin vestir, dice el historiador, escritor y crítico barcelonés Francisco Miquel y Badía (1840-1899) que el aragonéspintó a la dama vestiday…” en otra tela copió también al desnudo el valiente pincel del mismísimo Goya para entretenimiento pecaminoso, al decir de la tradición, de quien le encargó la pintura de ambas imágenes”.
De acuerdo con el Museo del Prado, el orden fue al revés: primero como Dios la echó al mundo y luego la vistió. La primera versión se establece entre 1790 y 1800 y la segunda entre 1800 y1808.
En cuanto al encargo de la pintura, corrió por cuenta de Manuel Godoy (1767-1851) favorito del Carlos IV (y, dicen que más aún de la reina) y primer generalísimo de España. De ahí surge la hipótesis de que la retratada no fuera la de Alba, sino de la amante/esposa de Godoy Josefa Pepita Tudó (1779-1869). Y es cierto que las pinturas estaban en poder de Godoy “para entretenimiento pecaminoso”. Parece que alguien le había diseñado un ingenioso dispositivo que le permitía mover mediante un mecanismo una y otra pintura, y que los allegados tenían acceso a la función.
Los especialistas de El Prado, dicen que podría ser Pepita. ¿Pero qué sentido tendría para Godoy, exhibir la imagen de su amante, y luego esposa, desnuda?
Si como dicen, hay que buscar el punto medio, la hipótesis de que se tratara de una gitana desconocida no es despreciable. Sigue siendo motivo de debate si don Pancho pintó su Volaverunt por un desengaño amoroso o un desengaño simple.
Lo cierto es, que la vida de Goya sigue dando motivo a los escribas. Esta nota lo prueba.