El Partido Nacional atraviesa un momento de crisis. Pues como sucede en política cada vez que hay un cambio de ciclo, la hora de la autocrítica después de una derrota -que, para buena parte del país, no fue sorpresa- suele: o repetir los mismos errores paradigmáticos en su diagnóstico, errores que lo llevaron a perder la elección, o bien, la explicación además de ser evidente, llega demasiado tarde.
Porque lo que desconcierta de esta autoevaluación del Partido Nacional es que muchos de los factores que hoy se mencionan como explicación ya habían sido advertidos durante todo el 2023 y 2024. Tanto por Cabildo Abierto dentro de la Coalición, como también, de parte de los distintos politólogos que pasaron por las páginas de La Mañana a lo largo de ese período. Y el Partido Nacional recién ahora parece escucharlo.
En ese sentido, los encuentros regionales que encabeza Álvaro Delgado –el cuarto en Canelones, el próximo en Maldonado y Rocha– buscan ordenar ese proceso. Delgado insiste en que va a “escuchar”, no a “hablar”, aunque también ha aclarado que el candidato “tiene la primera responsabilidad” de la derrota. Aun así, sus declaraciones dejan claro que ya circulan causas en borrador, como la caída de Cabildo Abierto, la inercia demográfica, la dificultad para conectar con los jóvenes y la falta de mayoría parlamentaria en octubre son las primeras explicaciones del repertorio.
Pero la autocrítica tiene un problema: gira alrededor de síntomas y evita discutir raíces. Se detiene en lo que es cómodo de nombrar y esquiva lo que incomoda. El dilema del Partido Nacional no está solo en los números de octubre o en el voto joven que inclinó la balanza hacia el Frente Amplio. Está, sobre todo, en los comportamientos que llevaron a esos números. Y eso requiere un análisis más honesto que el que se ha visto hasta ahora.
Una derrota anunciada
Durante 2023 y buena parte de 2024, Factum y otros analistas advertían sobre señales claras de desgaste en la coalición . No eran señales marginales: eran patrones persistentes. Entre ellos, el crecimiento sostenido del apoyo juvenil al Frente Amplio, el distanciamiento de algunos sectores de Cabildo Abierto y la percepción de que el ejecutivo había desarrollado una mirada demasiado encerrada sobre sí misma.
Los socios de la coalición también lo marcaron. Varios dirigentes cabildantes lo dijeron con crudeza: sentían que su peso político no se correspondía con su importancia electoral. Otros aliados se quejaron de no haber sido escuchados en temas estratégicos. La crítica no era sobre cargos ni sobre protagonismos personales. Era sobre un clima de funcionamiento donde el Partido Nacional parecía suponer que una coalición se mantiene sola o unilateralmente.
El riesgo de ese engaño autoinfligido quedó claro la noche de la primera vuelta. La coalición sumó cuatro puntos más que el Frente Amplio, pero en la cámara de Senadores quedó sin mayorías. Y ese dato fue mucho más que un detalle técnico: fue el anuncio de lo que podía pasar después. Un oficialismo que llega al balotaje sin mayoría legislativa pierde poder de negociación, pierde poder simbólico y, sobre todo, pierde clima de victoria. El Frente Amplio lo entendió en minutos. El Partido Nacional lo reconoce recién meses después.
Graciela Bianchi sintetizó un punto clave cuando admitió que “se habló siempre a la misma gente”. No fue la única. Dirigentes de base y referentes departamentales repitieron la misma queja: la campaña nacional se centró en reafirmar el voto convencido y no en conquistar el voto dudoso. El Partido Nacional, seguro de su gestión, creyó que la gestión ganaba sola. Pero la política nunca funciona así. La narrativa quedó corta, y quedó vieja. Mientras el oficialismo insistía en defender lo hecho, la oposición hablaba de lo que venía. Esa diferencia, pequeña en apariencia, terminó siendo decisiva.
El rol de Lacalle Pou y el vacío posterior
La ausencia notable de Luis Lacalle Pou en estos encuentros de autocrítica, justificada por Delgado bajo el argumento de que el expresidente “tomó una merecida distancia de la coyuntura partidaria”, simboliza quizás la limitación fundamental de este proceso: la incapacidad de quien fue el principal rostro del oficialismo para asumir su corresponsabilidad en la derrota. Resulta sintomático que se intente construir una narrativa donde Lacalle Pou es autor de los méritos, pero ajeno a los costos, una ficción conveniente que la ciudadanía parece haber rechazado en las urnas.
Delgado mencionó como primer factor “la caída de Cabildo Abierto”. Pero eso, por sí solo, explica poco. Cabildo no cayó en un vacío: cayó en una relación tensa, frágil y muchas veces subestimada. Desde 2022, las advertencias sobre roces internos se acumularon. Las señales estaban ahí. No era un secreto que Cabildo reclamaba mayor incidencia y mayor reconocimiento público. No era un secreto que parte de su electorado sentía que su identidad se diluía en una coalición donde el Partido Nacional y el Partido Colorado, fusionados ideológicamente, tomaban la mayoría de las decisiones, olvidando, que cuando una coalición funciona, integra. Cuando no integra, la misma se agrieta. Y cuando se agrieta, el día de la elección los votos no están.
Ese análisis no aparece con suficiente claridad en la autocrítica del Partido Nacional. Reconocer que la caída de un aliado influyó es fácil. Reconocer que no se gestionó bien la coalición es otra cosa. Ahí está el punto que todavía no se toca.
Canelones como espejo
El encuentro en Canelones mostró otro elemento que el Partido Nacional debe tomar en serio: hay tensiones internas que llevan años sin resolverse. El cruce de la lista 400, los reclamos sobre la integración de la fórmula, los señalamientos sobre falta de escucha durante la gestión, etcétera. Es la lista de problemas que no se resolvieron a tiempo y que hoy reaparecen bajo la palabra autocrítica.
Pero la autocrítica no puede usarse como una terapia grupal donde cada uno descarga lo que acumuló. Tiene que ser un proceso ordenado, estratégico, con capacidad real de corregir. Si el partido se concentra más en viejas disputas internas que en entender por qué perdió ante un Frente Amplio que sin grandes liderazgos creció de forma contundente, entonces la autocrítica quedará en nada.
Lo que aún no se nombra
En todos estos encuentros falta una pregunta clave: por qué el Partido Nacional perdió confianza en sectores que lo habían acompañado en 2019. La respuesta no está solo en Cabildo, ni solo en los jóvenes, ni solo en la demografía. Está en algo más básico: el Partido Nacional no logró construir una identidad nítida en el gobierno. Los logros de gestión fueron reales, pero no alcanzaron para crear un sentido de rumbo compartido. Y por sobre todas las cosas, desdibujó su ethos político. Pues la verdadera autocrítica que el Partido Nacional debería hacerse, es haberse convertido en una fuerza reactiva, que discute sobre personas, cargos, y temas periféricos, importados de agendas foráneas, abandonando la tradicional defensa de los intereses nacionales. Porque mientras se abrazan simbióticamente con el Partido Colorado -olvidando siglos de diferencias- no advierten que el pueblo uruguayo los abandonó porque ya no encuentra distancias sustanciales entre su gestión y la del Frente Amplio.



















































