Como comentamos en la columna anterior, nos propusimos escribir una serie de artículos –no necesariamente continua– sobre las virtudes. Y como lo primero es lo primero, empezaremos por explicar –de acuerdo con el Catecismo de la Iglesia católica– cuáles son y en qué consisten las virtudes teologales.
Dice el Catecismo en el Nº 1812 que “Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino. Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad”1.
En una palabra, las virtudes teologales son el camino hacia la perfección cristiana. Como dice Josef Pieper: “Fe, esperanza y caridad son la respuesta del hombre a la realidad del Dios Uno y Trino, revelada al cristiano sobrenaturalmente por Jesucristo. Es más: las tres virtudes teologales no solo son la respuesta a esta realidad, sino que, al mismo tiempo, constituyen la capacidad y fuente de energía para esta respuesta y no solo esto, sino que, además, son la única ‘boca’, por decirlo así, capaz de dar esta respuesta”. Y concluye: “Este estado de cosas no se refleja con suficiente claridad en todas las manifestaciones cristianas sobre las virtudes teologales. Al hombre natural no le es posible ‘creer’ en el sentido de la virtud teologal de la fe por la simple razón de que la realidad sobrenatural le haya sido hecha ‘asequible’ por medio de la revelación. No, esta posibilidad de ‘creer’ solo nace por la comunicación de la gracia santificante”.
Por otra parte, las virtudes teologales de algún modo se retroalimentan unas a otras. Santo Tomás de Aquino lo explica así: “Quien fue llevado de la esperanza al amor adquiere una esperanza más perfecta, ya que también cree con más vigor que antes”.
Las virtudes teologales son, por tanto, un regalo de Dios para ayudarnos a obrar como hijos suyos. Es Él quien las infunde en nuestras almas. Si tenemos fe, si tenemos esperanza, si tenemos caridad, no es porque seamos mejores que los demás. Es porque Dios, en su infinita bondad, nos regaló esas virtudes, para que lo amemos a Él y los demás.
Alguno me dirá: “Pero yo soy cristiano y no tengo mucha fe…”. Pues ¡a pedirla!: “Señor, auméntame la fe”. Si la fe es un regalo, Dios puede hacerlo a cualquiera.
Otros objetarán: “Pero hay personas no cristianas que son muy solidarias”. Bien, pero la caridad cristiana, impulsa al creyente a ayudar al prójimo no solo como un acto de generosidad, sino como una manifestación del amor recibido de Dios; mientras tanto, la solidaridad humana, se basa en el reconocimiento de la interdependencia y la igualdad entre las personas. Ahora bien, ¿cuál es el fundamento de la común dignidad humana? Creo que la mejor respuesta es que todos somos hijos del mismo Padre Dios.
Además, las virtudes teologales nos ayudan a vivir mejor las virtudes humanas. Como dice el Catecismo, “las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales”. Por tanto, cuando los cristianos obramos bien, lo hacemos porque en el fondo de nuestras almas, tenemos fe, esperanza y caridad. Y porque esas virtudes, fortalecidas por la gracia sacramental, influyen positivamente en nuestro comportamiento.
Así, el cristiano que goza de la gracia santificante o habitual cuando hace el bien, cuando defiende la verdad o cuando contempla o lleva a otros a contemplar la belleza, lo hace por la gloria de Dios. Porque las virtudes teologales lo animan a agradar a su Padre, a comportarse como un buen hijo suyo, como un hermano de su prójimo…
Finalmente, dice el Catecismo que las virtudes teologales “son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano”. En otras palabras, quien le pide a Dios que aumente su fe y su esperanza, y le dé el amor necesario para corresponder a su Amor y para amar más a sus hermanos los hombres puede tener la certeza de ir por un camino seguro, al final del cual, Dios mismo lo espera con los brazos abiertos.
1 Nros. 1812 y 1813.