Aunque claramente defienda el interés de las empresas médicas (propiciando el recorte de sus objetivos de cuidado y abatiendo sus costos), el proyecto de ley de eutanasia a estudio parlamentario no protege, sin embargo, a los médicos. Ni individual ni corporativamente. Por el contrario, a través de lo que puede definirse como un desborde autoritario, erosiona la capacidad de autorregulación ética del Colegio Médico. Y también provoca un muy grave retroceso antropológico, destructor de la imagen social liberadora del médico.
La Ley 19.286 (Código de Ética Médica) dio fuerza coercitiva a las pautas éticas autónomamente desarrolladas por el Colegio Médico del Uruguay. Legalización desde luego saludable. Pero lo que ahora se propone pretende transitar el camino inverso: modificar por ley lo que los colegiados con independencia resolvieron (derogación del art. 46 del Código de Ética Médica: “La eutanasia activa entendida como la acción u omisión que acelera o causa la muerte de un paciente es contraria a la ética de la profesión”). Reflujo a fin de cuentas despótico, que desconoce los principios de autorregulación profesional y contralor ético por los pares, que sustenta el trabajo de los colegios profesionales. Y que, dicho sea de paso, constituye un muy negativo precedente en orden a futuras injerencias sobre otros ámbitos profesionales o gremiales.
Desde esta perspectiva, no parece en modo alguno conveniente admitir que los legisladores puedan determinar la ética de las personas, como individuos o colectivamente organizadas. Y eso es parte de lo que está a votación. Lo legal tiene siempre un trasfondo ético. O debería tenerlo. Pero la ética no puede ser un asunto legal. La ética nace en el individuo (solo o libremente asociado). Pero no puede serle impuesta desde fuera.
El proyecto echa por tierra un aspecto inveteradamente recogido por el Juramento Hipocrático: “No administraré veneno alguno, aunque se me inste y requiera al efecto”. O, en otra redacción: “Jamás daré a nadie medicamento mortal, por mucho que me soliciten, ni tomaré iniciativa alguna de este tipo”. Intencionalidad que confirma que el imperativo hipocrático está siendo reemplazado por la mercantilización de la labor médica.
El médico tenderá a ser, cada vez menos, un vocacional de la vida. Y, cada vez más, un engranaje asalariado de un sistema de salud disfuncional. No hay que olvidar aquí que el respeto a la vida y a la integridad de la persona –que en el proyecto se ataca– es una traba, sobre todo, a una indeseable duplicidad médica: esto es, el tratar diferencialmente a los pacientes según sus capacidades económicas, su prestigio social, o hasta por el interés científico de su enfermedad.
Pero, además, la norma en cuestión implica un grave retroceso antropológico. Conforme lo señalara la conocida antropóloga norteamericana Margaret Mead, en tiempos arcaicos el médico y el brujo tendían a ser la misma persona. Ejerciendo el doble poder de sanar y matar. Una conjunción de suyo absolutamente abusiva. Propia de los estadios más primitivos de la humanidad. Pero en nuestra tradición, a través de la confección del Juramento Hipocrático, esas figuras se disociaron. Pasando el médico a luchar por la conservación de la vida, sin tener poder de matar. Con lo cual se dignificó al médico, otorgándole un claro perfil liberador. Transformándolo en una figura de consuelo.
Ahora eso se desdibuja, y el mismo que cura podría legalmente asesinar. Liquidándose, al menos en potencia, la confianza pública en quienes ejercen la medicina. Para describirlo en términos crudos, pero claros y gráficos, el proyecto pone nuevamente a quien debe curar o aliviar, en la posibilidad de asumir el papel de un chamán. Un actor social que tiene vía libre para influir en la percepción de la realidad del paciente y sus allegados, y matar. De determinar, por sí y ante sí (o inducido por sus empleadores), quien puede vivir y quien debería morir. Sin ningún contralor jurídico externo, por lo demás.
Así, bajo el disfraz de una supuesta defensa de la libertad individual, el proyecto de referencia es extremadamente regresivo. Y por qué no decirlo, antropológicamente primitivo.
*Juez Letrado en lo Civil de la Capital de 9º turno.