El pasado viernes se cumplieron 52 años de la disolución de las Cámaras, ocurrida el 27 de junio de 1973.
Distintos actores políticos se pronunciaron ratificando su condena a lo ocurrido en aquella histórica jornada y llamando a que nunca más ocurra en nuestro país algo similar. Se condena a quienes protagonizaron el golpe de Estado como si la responsabilidad de lo ocurrido recayera exclusivamente en ellos. Parece que un día un grupo de iluminados uniformados, acompañados de otro grupo de civiles antidemocráticos, se levantaron de mal humor y se pusieron de acuerdo para arrasar con las instituciones de nuestro país. Ni una mención a lo que ocurrió en Uruguay en la década previa, que fue jalonando el camino que desembocó en aquel 27 de junio. Ni una mención al Estado de Guerra interno declarado por el Parlamento Nacional un año antes, el 15 de abril de 1972. Ni una mención a los hechos de febrero de 1973, el verdadero golpe de Estado, en los que los mandos militares desconocieron la autoridad presidencial, y cuando el presidente Bordaberry llamó al pueblo a respaldarlo prácticamente todo el sistema político le dio la espalda. Y también los hubo que quisieron subirse al carro de los militares golpistas a los que creían peruanistas. Nada de contar la historia completa. Solo el duro desenlace, corolario de todo lo anterior…
¿Cuántos uruguayos salieron aquel día a la calle a defender a las instituciones que sucumbían? Nadie. Solo una concentración en 18 de Julio, convocada un par de semanas después, que fue rápidamente dispersada por las Fuerzas de Seguridad, y una huelga desactivada en pocas horas sin derramamiento de sangre, aunque hoy pretendan mitificarla. La actitud de los uruguayos fue, en su inmensa mayoría, de un silencioso apoyo ante la ruptura institucional.
En lugar de contar las cosas por la mitad, tergiversando los hechos, imponiendo relatos románticos, si realmente se quiere avanzar hacia un “nunca más” se debería comenzar por condenar lo que generó el clima que se vivió entonces en el país. Se debería recordar que hubo quienes apostaron a la lucha armada como forma de acceder al poder. Y que hubo una clase política cada vez más divorciada de los problemas de la gente, desbordada por graves casos de corrupción, que fue incapaz de controlar a los grupos armados. Nos dicen, para evitar ser responsabilizados por el golpe, que en junio de 1973 ya estaban presos todos los guerrilleros. Es cierto, pero ello no quita que esos grupos armados propiciaron la irrupción en el escenario político de un nuevo actor, determinante en los hechos que hoy recordamos: las Fuerzas Armadas.
Cuando en abril de 2022 hablamos en el Senado recordando los 50 años de la declaración del Estado de Guerra interno, los senadores del Frente Amplio, sin excepción, defendieron las acciones de los grupos guerrilleros que ensangrentaron nuestro país hasta provocar tan excepcional votación en nuestro Parlamento. Pareciera que no aprendieron nada. En su concepción lo malo fue la reacción, nunca la acción que la provocó. Con ese nivel de comprensión de nuestra historia, ¿realmente alguien piensa que estamos a salvo de que se repitan en el futuro situaciones como aquella? ¿Aunque los actores sean otros?
Creo oportuno reiterar lo que dije en la Asamblea General hace dos años, al cumplirse 50 años de la fecha que hoy recordamos:
“Sin dudas el llamado pasado reciente, aunque hayan pasado más de 50 años, sigue golpeando a las puertas del presente, incidiendo y afectando de distintas formas la vida de los uruguayos. Solo la disposición de toda la sociedad de dejar atrás ese pasado podrá establecer las bases para una convivencia democrática madura y pacífica que permita transitar los caminos necesarios para encontrar las soluciones que nuestra gente necesita. Estamos en un mundo que sigue su marcha y que inexorablemente se nos alejará cada vez más si seguimos empantanados en nuestros odios y resentimientos generosamente estimulados por quienes a espaldas de los intereses de nuestros pueblos siguen lucrando con la fractura instalada en plena guerra fría. Reiteramos nuestra determinación de que nunca más haya dictadura ni terrorismo. Nunca más un grupo de iluminados llevándose por delante a las instituciones democráticas. Nunca más el desconocimiento a los pronunciamientos del pueblo uruguayo en las urnas. Nunca más el incumplimiento de la Constitución de la República. No a la dictadura del pensamiento único donde una aplanadora mediática, política o sindical se lleva por delante al que piensa distinto, tergiversando, ocultando, distorsionando los hechos y agrediendo a aquel que tiene una posición diferente al relato impuesto. Nunca más a la dictadura de los poderosos que disponiendo de inmensos recursos actúan en contra de los intereses de los pueblos. ¡Nunca más dictadura en todas sus formas!”
Aunque el falso relato se siga difundiendo a través de nuestro sistema de enseñanza, de referentes políticos que hacen su negocio y de medios de comunicación generosamente pagados para mantener encendida la llama de la fractura, la realidad de los hechos ocurridos es una sola y tarde o temprano prevalecerá. Y eso depende de que no nos callemos…