El panorama político del país impone a la oposición una ardua tarea que exige la mayor responsabilidad.
Hoy es evidente que el gobierno necesita de una oposición, y que esa oposición debe colaborar con el mayor sentido de unidad nacional, ya que no está para provocar el fracaso del partido que ganó las elecciones ni para desestimar todas sus iniciativas.
El superior interés del país está reclamando una convergencia en los propósitos de todo el accionar político, mirando por encima del murete partidario y persiguiendo que se concreten aquellas medidas que son necesarias para el beneficio común y en especial de aquellas que son imprescindibles para aliviar a los sectores más vulnerables de la población.
Obviamente que para esa finalidad también se hace necesaria la aquiescencia del oficialismo, para asumir una actitud que, lejos de la soberbia y la autocomplacencia, signifique una abierta disposición para aceptar la colaboración constructiva de quien no es su enemigo, sino un adversario en la tarea común de gobernar buscando la felicidad colectiva.
No será entonces por la vía del reproche, o de la pesada herencia, o de la imputación de errores u otras excusas que se puedan alegar que se logre alcanzar al avenimiento o la concordia.
Tampoco con la denuncia de las equivocaciones en que viene incurriendo la nueva administración, aunque no puedan omitirse.
Porque si bien el Frente Amplio utilizó en su provecho los abusos imperdonables de Astesiano o las inadmisibles irregularidades del caso del narco Sebastián Marset y de su pasaporte o las maniobras que determinaron el alejamiento de ministros, subsecretarios de Estado, asesores y secretarios personales y directos de las más altas jerarquías, también es cierto que en lo que va de este período de gobierno han menudeado las designaciones equivocadas y los fracasos.
Naturalmente que no puede imputarse al presidente Orsi que la ministra Cecilia Cairo haya debido renunciar a su cargo por ser deudora de impuestos o de que el exrector de Udelar Rodrigo Arim no hubiere pagado nunca el Impuesto a Primaria, nada menos, por ser justamente quien ha reclamado sin descanso recursos para la enseñanza. Tampoco que Alejandra Koch en la Administración Nacional de Puertos, una vez designada en el directorio, como primera medida haya decidido ascender a su marido, violando no solo elementales principios de ética sino el Estatuto del Funcionario Público.
Si no alcanzara la evidencia de esos ejemplos, la designación de un colono que había ocultado su condición de tal en su currículo para presidir el Instituto de Colonización también configura un error que debió ser subsanado por su indiscutible inconstitucionalidad.
De otro orden, pero con evidencias que no se han tenido en cuenta, es la designación de la exsubsecretaria de la Cancillería Dra. Carolina Ache como embajadora en Portugal, quien ha sido citada a declarar por la Justicia no como denunciante, sino como testigo según ha trascendido, lo que al menos debería haber obligado a esperar que se despeje su situación. A este respecto interesa destacar que importantes figuras del Frente Amplio como el senador Óscar Andrade han hecho públicos sus reparos.
El cierre de la Biblioteca Nacional, verdadero instituto de la salud pública intelectual es otro caso para la discusión.
A la avidez por los cargos, debe oponerse la rigurosa exigencia en la elección de los candidatos, para evitar la sucesión de fracasos que han ocurrido desde el comienzo de esta administración. Todo lo cual obliga a considerar que se han cometido errores en la ardua tarea de gobernar y nadie, como en la enseñanza de Jesús en el Evangelio, está libre de pecado como para tirar la primera piedra.
La crisis internacional, la desglobalización que está imponiendo el presidente Donald Trump, las complicaciones cada vez mayores del comercio exterior, así como lo muestran las dificultades para colocar nuestra excelente cosecha de arroz, por ejemplo, el vaivén de la economía de nuestros vecinos, la demora en concretarse el acuerdo comercial entre el Mercosur y la Unión Europea son poderosos llamados de atención que nos obligan a deponer las actitudes de confrontación en lo interno y buscar la mayor unidad posible. Solo así podrán enfrentarse los formidables retos que asedian nuestro porvenir.