En 2022, la editorial Homo Legens, publicó el libro Doctrina Social de la Iglesia. Una reivindicación de la verdadera enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio, la familia y el Estado. Su autor, Anthony Esolen, es un académico y traductor estadounidense, experto en literatura clásica y reconocido crítico de la cultura contemporánea.
Este magnífico libro destaca por ser atrevidamente inactual: no se basa en las teologías marxistas que tanto han influido en los últimos años en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI), sino casi enteramente en los escritos del papa León XIII, a quien se considera su fundador.
Anthony Esolen arranca preguntándose si es posible que alguien bienintencionado e inteligente haga todo mal en cuestiones que intenta hacer bien. Y responde afirmativamente, porque si parte de principios falsos y es implacablemente lógico, y si mira con recelo el sentido común, las tradiciones y la evidencia de los acontecimientos humanos, no solo puede hacerlo todo mal, sino que “debe”, necesariamente, hacerlo todo mal.
Y es que para hacer las cosas bien, hay que partir de los principios correctos y mantenernos impregnados de humanidad. Hay que saber qué es el ser humano, cuáles son sus aspiraciones y conocer sus limitaciones. En particular, sus limitaciones morales, fruto de su naturaleza caída.
Hoy día, la gente confunde ensoñaciones y espejismos con la realidad –dice el autor–, porque no se retrocede a los primeros principios ni se examina con detenimiento la naturaleza humana. Este libro versa sobre la necesidad de regresar a los primeros principios y a las realidades humanas.
Hay quien sostiene, erróneamente, que la DSI implica la existencia de un vasto Estado de bienestar, secular, materialista, burocrático, poco transparente… Un Estado que socava la familia, premia los vicios, no reconoce la virtud, castiga la maternidad y adoctrina a los niños… Un Estado que reproduce la pobreza y la miseria, mientras compra votos con el dinero de los vecinos. Esolen explica en su libro qué es, verdaderamente, la DSI.
Es absurdo suponer –dice nuestro autor– que la enseñanza católica sobre el sexo y el matrimonio es una baratija pasada de moda, mientras que la enseñanza católica sobre la tenencia de la tierra y nuestros deberes para con los pobres es digna de ponerse en un pedestal. No. Lo que la Iglesia afirma sobre el divorcio es indisociable de lo que afirma sobre los pobres. Y lo que afirma sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía es indisociable de lo que afirma sobre la dignidad humana. La fe, es integra.
No es posible postrarse ante Dios los domingos y ofrecerle al mismo tiempo los días seculares a Mammón, a Baal o a un Estado deificado, ya sea que reciba el nombre de Ramsés, de Tiberio o de “República” o de la moda que sea en el momento, dice Esolen.
De modo análogo, los vínculos que unen al hombre con Dios y al hombre con su vecino se asientan sobre el hecho de que el hombre es uno. “La esquizofrenia no formaba parte del plan original del Creador”, dice Esolen.
El cristiano debe tener unidad de vida. No puede honrar a Dios en las cuestiones económicas y reservar las cuestiones sexuales a su voluntad autónoma. Tampoco al revés. Jesucristo vino para salvar almas indivisibles. El pecado vicia al hombre en su conjunto: es el hombre en su conjunto el que peca y necesita ser redimido.
¿Cuáles son las preguntas fundamentales de la DSI? Entre otras: ¿quién es Dios? ¿Qué es el hombre? ¿Por qué fuimos creados seres sociales? ¿Qué es una sociedad? ¿Es el hombre capaz de edificar la sociedad sin religión? ¿Cómo vicia el pecado la razón humana?
Para responder a estas preguntas basado en principios verdaderos, Esolen indaga en los escritos de León XIII, considerado a menudo el fundador de la DSI.
León XIII –dice– no tenía afán de novedad. Su pensamiento deriva de la inmutable naturaleza humana, que puede ser conocida a través de la razón abierta y la atención humilde a la palabra de Dios.
La maestría de León XIII, no radica tanto en la razón como en la fe. Aun así, prestó atención a los grandes pensadores, incluyendo a los sabios griegos y romanos y aprendió de la historia. A partir de principios que no son suyos, llegó a conclusiones que son irresistibles. Sus predicciones sobre qué ocurriría si la Iglesia fuese apeada de sus justas obligaciones, resultaron ser más que proféticas. En realidad, son inevitables: han terminado cumpliéndose.



















































