La inesperada escalada de la guerra comercial entre Estados Unidos e India, desatada por las sanciones a las importaciones de petróleo ruso, pone en riesgo una alianza que se presentaba como histórica. En medio de tensiones crecientes y con Moscú y Pekín atentos, la relación bilateral enfrenta un desafío crucial entre intereses estratégicos y presiones económicas.
Era apenas hace seis meses cuando Donald Trump recibía a Narendra Modi en el Despacho Oval con elogios efusivos y promesas de una alianza “histórica”. El mundo miraba con cierta fascinación esa “química personal” entre dos líderes carismáticos que parecían destinados a sellar un nuevo capítulo en las relaciones entre Estados Unidos e India. Pero hoy esa historia parece haber dado un giro abrupto, como si un mal presagio hubiese roto la buena sintonía.
La firma del decreto que impone aranceles combinados del 50% a productos indios –una medida punitiva sin precedentes– es la expresión más cruda de una crisis que se cocina desde hace meses. ¿El motivo? Las compras masivas de crudo ruso que India no solo se niega a abandonar, sino que defiende como cuestión vital para su seguridad económica. Una realidad incómoda para Washington, que acusa a Nueva Delhi de financiar la maquinaria bélica rusa en medio de la guerra de Ucrania.
Desde el estrado político, las palabras se han endurecido: Trump, quien en otro momento cantaba alabanzas a Modi, ahora asegura que a India “le da igual cuántos ucranianos mueren”. ¿Cómo pasó esto? La respuesta está en una mezcla compleja de intereses comerciales, alianzas regionales y la pugna por la autonomía estratégica.
India enfrenta una encrucijada: el petróleo ruso representa más de un tercio de sus importaciones energéticas, y en un contexto global donde Europa giró hacia otros proveedores, Nueva Delhi no tiene muchas opciones si quiere mantener a flote su economía y su crecimiento. Por eso, cuando Washington le pone una espada de Damocles comercial, India responde con una resistencia férrea, apoyada por voces académicas que recuerdan que la soberanía nacional no es negociable.
Pero esta disputa no es solo bilateral. Rusia observa con interés esta brecha que se abre entre sus dos clientes estratégicos. Moscú, golpeado por sanciones occidentales, aprovecha para afianzar su vínculo con India a través de descuentos petroleros y acuerdos militares que prometen reconfigurar la balanza del poder en Asia. A la vez, propone rutas comerciales alternativas para esquivar las restricciones, en un movimiento que muestra que la guerra comercial es solo una pieza dentro de un tablero mayor.
Y, por supuesto, China no se queda quieta. Pekín actúa con astucia, absorbiendo sectores afectados, midiendo su influencia con pagos en monedas locales y tejiendo una red de inversiones que podría consolidar su posición en la región, incluso mientras observa cómo sus rivales se desgastan.
El costo de esta guerra comercial es tangible. India ve amenazados sus sectores textiles y agrícolas, que representan miles de millones en exportaciones y la fuente de ingreso para cientos de miles de productores. Estados Unidos, por su parte, sufre el alza de costos en industrias clave y la incertidumbre en cadenas de suministro globales que ya son frágiles.
Para India, el golpe se concentra sobre todo en sus tradicionales pilares de exportación. Los textiles y manufacturas, que representan un cuarto de las ventas indias hacia Estados Unidos, enfrentan una dura competencia de países vecinos como Vietnam y Bangladesh, más ágiles para atraer compradores ante el aumento de aranceles. La Cámara de Comercio india no oculta su preocupación: proyecta pérdidas que podrían alcanzar los 3500 millones de dólares al año, un golpe duro para un sector clave que sostiene empleos y comunidades.
En los pueblos y pequeños productores rurales, la sombra también se cierne. Mangos, especias y vinos, cultivos emblemáticos que llegan a las mesas estadounidenses, están ahora bajo presión. Cerca de 150.000 agricultores ven amenazada su subsistencia, mientras buscan mercados alternativos en medio de esta turbulencia comercial.
Sin embargo, no todos los sectores sufren por igual. La farmacéutica y la electrónica quedaron estratégicamente exentas de los nuevos aranceles, un reconocimiento tácito del valor que Estados Unidos otorga a los medicamentos genéricos indios y a los chips tecnológicos para industrias emergentes como la inteligencia artificial, como explica el economista Rajiv Kumar.
Pero el impacto no se limita a India. En suelo estadounidense, la presión también se deja sentir. El acero y el aluminio importados desde la India, que representan el 12% del consumo interno, subirán de precio, encareciendo productos en la construcción y la industria automotriz. Además, las cadenas globales de suministro se tensan. Gigantes como Apple y Tesla, con plantas productivas en India, advierten sobre posibles interrupciones que podrían afectar a sus mercados y consumidores.
El volumen comercial entre ambos países alcanzó los 191.000 millones de dólares en 2024, una cifra que, con esta crisis, podría fragmentarse y redirigirse a otros mercados, alterando el mapa económico global y obligando a empresas y gobiernos a rearmar sus estrategias.
En medio de este choque, Rusia observa y actúa con rapidez. Para Moscú, la crisis bilateral representa una oportunidad para consolidar su influencia. Ofrece al mercado indio descuentos significativos en su petróleo Urals, vendido ahora a 15 dólares por debajo del precio mundial, mientras acelera acuerdos de defensa que incluyen la producción local de rifles AK-203 y la venta de sofisticados sistemas S-500. Además, apuesta a rutas comerciales alternativas, como el Corredor Norte-Sur que conecta Irán y Rusia, para esquivar las sanciones occidentales y fortalecer su alianza con India. Dmitri Trenin, analista del Carnegie Moscow Center, lo resume sin eufemismos: “Los aranceles de Trump son un regalo para Rusia. India ahora depende más de nosotros en energía y defensa”.
Por su parte, China capitaliza la brecha con un pragmatismo calculador. Ya ha absorbido parte de los sectores textiles afectados, comprando cerca del 20% del algodón producido en Gujarat, uno de los estados clave para esta industria. En el terreno energético, facilita acuerdos de pago en yuanes y rupias, esquivando el dólar y ganando terreno en la relación bilateral entre Moscú y Nueva Delhi. Además, extiende su influencia a través de inversiones en infraestructura estratégica, como el puerto de Vizhinjam, consolidando una presencia que va mucho más allá de lo comercial.
Yun Sun, investigadora del Stimson Center, observa con claridad: “China quiere que India se aleje de Estados Unidos, pero sin romper del todo. Una India aislada es menos útil para Pekín”.
Frente a este complejo panorama, los analistas ven tres posibles caminos para el futuro inmediato de esta crisis. El primero, y quizás el más probable, es una diplomacia de emergencia: la esperada visita de una delegación estadounidense en agosto podría abrir espacio para exenciones y un acuerdo que frene la escalada antes de las elecciones estadounidenses. El segundo escenario, menos deseable, apunta a una escalada abierta, con India imponiendo aranceles de represalia y profundizando su alianza con Rusia, incluso mediante un Tratado de Libre Comercio. Por último, existe la posibilidad de un statu quo prolongado, en el que la guerra comercial se mantenga y China salga como el gran beneficiario en la región Indo-Pacífico.
Las últimas novedades indican que Rusia ha propuesto a India la creación de una “bolsa de commodities en rupias” para evitar el dólar, invitando a China a sumarse a esta iniciativa. Un movimiento que podría significar un cambio estructural en las finanzas globales y abrir una nueva etapa en esta compleja partida geopolítica.
Al final, queda la incógnita: ¿podrá la supuesta “química personal” entre Trump y Modi sobrevivir a la fría lógica del petróleo, los aranceles y la geopolítica? ¿O esta crisis marcará un punto de inflexión que redefina las alianzas en el siglo XXI?
Como señaló un exdiplomático, “el fenómeno Trump debe gestionarse, no contrarrestarse”. Porque en este juego, donde cada movimiento puede alterar el equilibrio global, lo que está en juego no es solo el comercio, sino el futuro mismo de una región que mira con atención.