La guerra comercial entre China y Estados Unidos continúa reordenando el mapa geopolítico mundial marcado por la multipolaridad y donde las reglas multilaterales siguen perdiendo relevancia. En este contexto, el país asiático continúa siendo un actor central, pero deberá adaptarse a “un entorno más disputado”, de acuerdo con el economista estadounidense Amit Batabyal. En entrevista con La Mañana, el especialista remarcó que esta rivalidad obliga a los países de América Latina a navegar en un escenario de fuertes tensiones, aunque también implica nuevas oportunidades para el comercio.
Amit Batabyal es doctor en Economía y actualmente se desempeña como profesor distinguido del Departamento de Economía y jefe del Departamento de Sostenibilidad del Rochester Institute of Technology, Nueva York. Su área académica de interés incluye la microeconomía aplicada, la economía del desarrollo y la teoría del comercio internacional, entre otras ramas de investigación.
En una entrevista con La Mañana en enero de 2022, usted advirtió sobre los efectos distributivos del comercio con China. ¿Cómo evalúa la situación actual marcada por la guerra comercial en curso con Estados Unidos?
La guerra comercial entre Estados Unidos y China ha generado tanto efectos sobre la distribución del ingreso como impactos específicos por región, aunque a través de distintos canales. Los aranceles a las importaciones chinas funcionan como un impuesto para los consumidores e importadores estadounidenses, elevando los precios de bienes como electrónica, maquinaria y productos de consumo; esto afecta de manera desproporcionada a los hogares de menores ingresos, que destinan una mayor proporción de su renta a bienes transables. Al mismo tiempo, los aranceles retaliatorios de China –especialmente sobre exportaciones agrícolas estadounidenses como la soja– han provocado shocks fuertemente localizados, concentrados en estados del Medio Oeste y de las Grandes Llanuras, donde la agricultura es central para las economías locales. Las regiones manufactureras integradas a cadenas globales de suministro también han enfrentado disrupciones localizadas, mientras que algunas industrias protegidas por los aranceles (por ejemplo, el acero) han visto ganancias temporales de empleo. En general, los efectos de la guerra comercial son desiguales: actúa como un shock de precios regresivo a nivel nacional, al tiempo que genera pérdidas geográficamente concentradas en regiones dependientes de las exportaciones y en polos manufactureros integrados a cadenas de suministro.
¿Qué consecuencias a largo plazo cree que puede tener la guerra comercial para el orden económico global?
Las consecuencias a largo plazo de la guerra comercial entre Estados Unidos y China para el orden económico global probablemente giren en torno a una fragmentación estratégica más profunda y a una menor integración económica. A medida que los aranceles y controles a la exportación dejan de ser temporales y se vuelven permanentes, aceleran el desacople de las cadenas de suministro, empujando a las empresas a diversificar su producción hacia terceros países y reduciendo el rol de la Organización Mundial del Comercio (OMC) y de las reglas multilaterales. Este cambio promueve una economía global más basada en bloques, donde los estándares tecnológicos, los flujos de inversión y las redes comerciales siguen cada vez más las alineaciones geopolíticas en lugar de criterios de eficiencia. Las economías emergentes pueden beneficiarse de parte de la inversión desviada, pero la productividad global podría resentirse a medida que las empresas enfrentan mayores costos y sistemas de producción duplicados. Con el tiempo, la guerra comercial refuerza un mundo donde la competencia económica está moldeada por consideraciones de seguridad nacional, debilitando el sistema comercial liberal basado en reglas e incrementando la probabilidad de fricciones comerciales persistentes entre las grandes potencias.
¿Cómo analiza el giro proteccionista de esta segunda presidencia de Trump?
El giro proteccionista de la segunda presidencia de Trump debe interpretarse como una desviación que ojalá sea temporal. Dicho esto, esta administración enmarca los aranceles, las reglas de contenido local y las restricciones a la inversión no solo como herramientas para corregir desequilibrios comerciales, sino como instrumentos de seguridad nacional, rivalidad tecnológica y apalancamiento geopolítico –particularmente frente a China–. Este replanteo señala un posible alejamiento del consenso posterior a la Guerra Fría, según el cual los mercados abiertos y las reglas multilaterales de comercio promovían inherentemente los intereses de Estados Unidos. En cambio, el nuevo proteccionismo presenta la interdependencia económica como una vulnerabilidad a gestionar, incluso a costa de la eficiencia o de la cooperación global. En este sentido, la segunda presidencia de Trump acelera tendencias bipartidistas preexistentes hacia la política industrial y el desacople estratégico, lo que sugiere que Estados Unidos podría estar entrando en una era duradera de gobernanza comercial más intervencionista y centrada en la soberanía.
Mencionaba las consecuencias “desiguales” que ha implicado la guerra comercial para los consumidores estadounidenses. ¿Cuál considera que es el efecto real de los nuevos aranceles y las sanciones tecnológicas para la sociedad en su conjunto?
Los nuevos aranceles y las sanciones tecnológicas impuestos durante la segunda administración de Trump han tenido efectos inmediatos y tangibles sobre los consumidores estadounidenses, elevando los precios domésticos de una amplia gama de bienes y restringiendo el acceso a ciertas tecnologías. Los aranceles sobre bienes intermedios y finales –especialmente electrónica, electrodomésticos y productos manufacturados de uso cotidiano– funcionan como un impuesto a las importaciones, y gran parte de ese costo se traslada a los consumidores en forma de precios minoristas más altos. Como muchas empresas orientadas al consumidor dependen de cadenas globales de suministro que no pueden reconfigurarse rápidamente, tienen una capacidad limitada para sustituir proveedores por alternativas domésticas o de terceros países en el corto plazo, lo que amplifica el impacto sobre los precios. Al mismo tiempo, la expansión de las sanciones tecnológicas contra China ha endurecido las restricciones sobre insumos de semiconductores y ciertos dispositivos digitales, reduciendo la disponibilidad de productos electrónicos de gama media y ralentizando la introducción de modelos nuevos y asequibles. Si bien algunas empresas absorben parte de estos costos para mantener su cuota de mercado, el efecto general ha sido una reducción del poder adquisitivo de los consumidores, afectando especialmente, como decía, a los hogares de menores ingresos, para quienes las subas en productos básicos representan una mayor proporción de su presupuesto.
¿Cómo evalúa puntualmente el impacto de los controles a la exportación de chips, la relocalización forzada y las restricciones a empresas chinas en este nuevo contexto?
En cierto nivel, estas medidas apuntaron a frenar el avance de China en sectores estratégicos –particularmente inteligencia artificial, semiconductores y telecomunicaciones–, restringiendo el acceso a componentes de vanguardia y a redes de producción vinculadas a Estados Unidos. Pero evaluar su impacto real también requiere considerar cómo aceleraron el impulso chino hacia la innovación propia, desencadenaron una reestructuración costosa en las cadenas globales de valor y modificaron los cálculos de riesgo de las empresas respecto de la exposición política. Los incentivos de relocalización forzada llevaron a las multinacionales a diversificar su producción hacia el Sudeste Asiático, Estados Unidos y México, introduciendo resiliencia, pero también elevando los costos y reduciendo la eficiencia. Por su parte, las restricciones a empresas chinas como Huawei no solo limitaron su presencia global, sino que alentaron la creación de ecosistemas tecnológicos alternativos menos dependientes de estándares estadounidenses. En conjunto, la eficacia de estas medidas depende en última instancia de si permiten preservar de manera sostenible el liderazgo tecnológico estadounidense sin imponer costos de largo plazo sobre la innovación, las alianzas y la apertura del sistema comercial global.
De todas maneras, a pesar de las restricciones impuestas, China continúa consolidando su posición como potencia global. ¿Qué lectura hace acerca de su rol actual en la economía mundial?
El rol actual de China en la economía mundial se entiende mejor como el de un actor sistémico cada vez más asertivo, cuyas prioridades internas y estrategias externas están remodelando la producción, la tecnología y las finanzas globales. Aun con un crecimiento más lento y restricciones tecnológicas y de inversión más duras por parte de Estados Unidos, China sigue siendo el mayor centro manufacturero del mundo, un nodo crítico en las cadenas de suministro de tecnología verde y un mercado clave para materias primas y bienes de capital. Pekín sigue una doble trayectoria: por un lado, refuerza la autosuficiencia en tecnologías avanzadas –semiconductores, inteligencia artificial, equipos de energía limpia–; por otro lado, amplía su influencia mediante el comercio, la inversión exterior y las instituciones como la Iniciativa de la Franja y la Ruta y el Banco Asiático de Inversión en Infraestructura.
¿Hacia dónde visualiza que China se encaminará en los próximos años?
En los próximos años, es probable que China aproveche su política industrial estatal y su enorme mercado interno para ascender en la cadena de valor y profundizar su presencia en el sur global, aun enfrentando restricciones demográficas, resistencia geopolítica y la necesidad de reequilibrar su crecimiento hacia el consumo. El resultado no es un repliegue, sino una recalibración: China seguirá siendo central en las redes económicas globales, pero en un entorno más disputado que exigirá adaptaciones estratégicas dentro y fuera del país.
¿Podría decirse que este nuevo escenario que describe apunta hacia una nueva bipolaridad económica o, dado lo que comentaba sobre el rol menos relevante de la OMC, cree que el mundo avanza hacia un sistema más fragmentado?
El panorama global actual sugiere no tanto un retorno a una bipolaridad económica rígida, sino más bien una deriva hacia un sistema multipolar fragmentado y fluido. Si bien la rivalidad entre Estados Unidos y China indudablemente condiciona patrones centrales del comercio, la tecnología y la inversión, ninguna de las dos potencias es capaz de ejercer un dominio sistémico comparable al de los bloques de la Guerra Fría, y ambas enfrentan limitaciones internas y externas que reducen su capacidad de imponer esferas económicas coherentes. En su lugar, potencias intermedias como India, la Unión Europea, Japón, Corea del Sur y, cada vez más, actores como Brasil, Indonesia o los estados del Golfo, están aplicando estrategias de diversificación, equilibrando entre los dos gigantes mientras profundizan vínculos Sur-Sur e integraciones regionales. Las cadenas globales de suministro no se están reconfigurando en dos campos claramente separados, sino en redes superpuestas e influidas políticamente, moldeadas por el derisking (reducción de riesgos), la seguridad y la política industrial. El resultado es un orden económico internacional marcado por alineamientos selectivos, coaliciones específicas por tema y estrategias industriales competitivas: un mundo donde la atracción gravitacional de Estados Unidos y China sigue siendo fuerte, pero cada vez más equilibrada por múltiples centros autónomos de poder.
En este escenario, ¿qué implicancias cree que estos cambios globales tienen para América Latina?
El renovado énfasis de la segunda administración de Trump en medidas comerciales unilaterales, alianzas de seguridad más estrictas y el desacople estratégico de China, está reconfigurando el panorama geopolítico para América Latina de manera compleja. Por un lado, la mayor rivalidad entre Estados Unidos y China presiona a los gobiernos latinoamericanos, muchos de los cuales dependen del comercio, el crédito y la inversión en infraestructura provenientes de China, obligándolos a navegar en un entorno más polarizado y con menor margen para la no alineación. El impulso de Washington para relocalizar o “friend-shorear” cadenas de suministro –especialmente en minerales críticos, tecnologías energéticas y manufacturas– genera nuevas oportunidades económicas para países como México, Brasil y Chile, pero esas oportunidades dependen de cumplir condiciones más estrictas de seguridad, migración y gobernanza por parte de Estados Unidos. Al mismo tiempo, una aplicación más agresiva de las políticas estadounidenses en materia de migración y seguridad hemisférica puede generar inestabilidad en el corto plazo, tensionando la política interna de Centroamérica y el Caribe. En conjunto, América Latina enfrenta una mezcla de presión estratégica y oportunidades selectivas: la región puede beneficiarse de los cambios en las redes globales de producción, pero debe lidiar con una agenda de seguridad estadounidense más aguda y un espacio de maniobra cada vez más reducido a medida que se intensifica la competencia entre grandes potencias.




















































