Hablando de la obra de Goya dice el escritor español Eduardo López Bago (1855-1931) que “la línea de sutura, el punto de unión entre lo real y lo fantástico, no se distingue; es una vaguísima frontera que el analítico más sutil no podría trazar con tanta naturalidad e importancia”. Con el correr del tiempo lo mismo ha ido sucediendo con la vida de Goya que, principalmente gracias a la novelística, se ha convertido en un auténtico tema literario. Esa mezcla de lo real y lo fantástico empieza a gestarse en la prensa de la época.
Así, diez años después de la muerte del artista, el escritor poeta y periodista José Somoza (1781-1852) publica en el Semanario pintoresco español el 15/7/1838 un artículo del cual extraemos un episodio de tensión entre el pintor y el duque de Wellington.
“El lord Wellington hallándose en Madrid en el año de 1812, dice Somoza, quiso tener su retrato hecho de mano de Goya. Este le hizo, y se esmeró en él y quedó muy satisfecho de su obra. Vino el lord al estudio de Goya, acompañado de un oficial general español: el hijo de Goya don Javier, estaba con su padre por fortuna. Wellington comenzó a poner defectos a su retrato, y se empeñó en que necesitaba corrección, principalmente respecto del talle, diciendo que le había puesto más grueso y pesado de lo que era. D. Javier Goya le disputaba que esto consistía en la actitud de la figura, y ponerlo cual él quería era ridículo y contra el arte. Goya el viejo, como era sordo, que no oía un cañonazo, se mataba a preguntar de qué se hablaba, y principiaba a ponerse de mal gesto.
El lord echaba pestes en inglés, y aun en francés con el general español, sin sospechar que el hijo de Goya sabia las dos lenguas. Instaba al general español a que dijese a Goya que no le acomodaba semejante mamarracho; pero el general no podía hacerse entender del sordo Goya sino por medio de su hijo, que era allí el único que sabía el alfabeto de los dedos; y el prudente hijo no quería decir al padre lo que se trataba, y hacía muy bien, porque el viejo tenia las pistolas cargadas sobre la mesa, así como el lord la espada a su lado. El pintor preguntaba a su hijo con mil imprecaciones.
El lord con no menores gritos instaba al general a que explicase su descontento. Ya el viejo Goya con aire y tono de desafío había tomado un papel y pluma, y se le presentaba a Wellington, diciéndole, en francés que así podían entenderse los dos sin necesidad de intérprete; pero el hijo se opuso, persuadiendo al general español a que procurase sacar de allí al inglés si no quería que hubiese un lance serio, y que le asegurase que o se daría la corrección, o se quedarla en casa el retrato; y a su padre le sosegó diciéndole que el mal humor del lord era por otros asuntos. Seguramente aquel día se hubiera perdido un gran general, o un célebre artista, o el uno y el otro, si Wellington hubiera entendido las señas de la mano, o si Goya hubiera sido menos sordo, o si su hijo hubiera tenido menos prudencia. Quizá no hubiera habido Waterloo ni Santa Alianza, y quizá la Europa entera sería diferente de lo que es hoy día”.
Años después
Un cronista no identificado relata la misma escena, en la Revista de bellas artes(Madrid) del 31/3/1867: “[…] Hábil en el manejo de las armas, y con un carácter vivo y enérgico, Goya pasó una juventud borrascosa. Cuéntase que, a consecuencia de un lance, tuvo necesidad de huir de Zaragoza, y que poco después fue hallado en una calle de Madrid gravemente herido”. Agrega erróneamente que “se casó con la hija de Bayeu a quien amó con ternura, y de quien tuvo muchos hijos”. Se trataba de la hermana del pintor Francisco Bayeu.
“En 1814 se retiró Goya a Burdeos, a consecuencia de un disgusto ocurrido con motivo del retrato de Wellington. Parece ser que el general inglés hizo un gesto de desagrado al ver su retrato, en ocasión en que Goya se hallaba dándole las últimas pinceladas, y que el pintor, poseído de la ira, se lanzó sobre Wellington espada en mano. Hubiéralo pasado mal el inglés si varias personas no hubieran impedido a Goya llevar adelante su mal propósito”.
En 1879, otro periodista no identificado aborda el tópico: “Para que nuestros lectores puedan formarse una idea del carácter arrebatado y díscolo de Goya”. Y para probarlo afirma: “Cuando Wellington vino a Madrid, quiso retratarse, y en consecuencia preguntó por el pintor de más fama. Indicáronle a Goya, y presentado éste al inglés, dióse comienzo al retrato.
Pero a medida que las líneas iban apareciendo sobre el lienzo, Wellington, acostumbrado a la severidad del arte inglés, mostrábase poco satisfecho de la manera de ejecutar del artista español, llegando hasta el punto de manifestar terminantemente su desagrado”.
Goya, ya lo hemos dicho, era sordo y además no comprendía el inglés; pero así que se enteró de lo que pasaba, prorrumpió en denuestos contra Wellington; contestó este de un modo altanero; no lo quiso sufrir Goya, y sacando una pistola de su bolsillo, iba a poner al inglés en estado de no poderse retratar más en su vida, cuando el hijo de nuestro pintor se abalanzó a su padre exclamando: “¿Qué vais a hacer, padre mío?” “Tienes razón –contestó Goya arrojando la pistola– no vale la pena de que lo mate”. El retrato quedó sin concluir. El Liceo (Madrid). 15/6/1879
¿Realidad o ficción?
Según el escritor Ramón Mesonero Romanos (1803-1882) el general Álava, que habría presenciado la escena, la relata en términos similares, solo que el héroe que impide la tragedia es el propio general.
El historiador español Leonardo Romero Tobar (1941) arroja una luz distinta sobre el tema. Cita al historiador inglés Allan Braham (1937-2011) quien afirma que un médico británico de apellido McGrigor, dice en su Autobiografía, haber participado de la reunión en que se produjo el desencuentro. Parece que el galeno había ido a encontrarse con Wellington, para explicarle las medidas sanitarias que había tomado con posterioridad a la batalla de Salamanca (22/06/1812), explicación que no había sido del agrado del inglés.
“Cuando a mi llegada a Madrid me presenté ante lord Wellington […] él estaba posando para un pintor español que le estaba haciendo un retrato […] se levantó de repente y con modales violentos censuró mi iniciativa […]. Su Señoría se mostró furiosísimo y el artista español, quedesconocía la lengua inglesa, se quedó atónito”.
De acuerdo con Romero, el relato de Mesonero seguiría “un proceso fabulador [cuyo] recorrido se inicia en un relato memorativo del Semanario Pintoresco Español”, construido por Somoza
Como vemos, las fuentes citadas en las versiones son diferentes: el general español (Mesonero) el médico inglés (Romero). Solo Somoza no indica el origen de su información.
¿A quién le creemos?