Yo y mi circunstancia
En el terreno de la existencia humana existen dos campos diferentes pero ambos necesarios, independientes y complementarios: la vida individual o personal y la vida social o comunitaria. Se influyen mutuamente y son relativamente independientes: yo estoy dentro de la sociedad y no puedo ser absolutamente solitario; pero también la sociedad está dentro de mí, la llevo en mis recuerdos, en hechos que marcaron mi vida, en el lenguaje que me transmitieron. Siempre está el otro, real o virtual, presente en mi conciencia. De ahí que Ortega y Gasset dijera: “Yo soy yo y mi circunstancia”.
Pero en nuestra cultura actual postmoderna, individualista, consumista y secularizada, hay una desmesurada diferencia en la extensión de una y otra zona. El exceso de información, enorme en cantidad, pero pobre en calidad, con su ansiedad y ritmo vertiginoso, con necesidad de que todo sea rápido y fácil, que solo vale la pena lo que me resulta útil o agradable, provoca personalidades volcadas al medio exterior, con un mundo interior casi desértico. Es en este donde puedo tomar conciencia de qué soy, en qué mundo estoy, qué sentido tiene la realidad, para qué hago lo que hago…
El mundo interior me constituye en persona, me permite dirigir mi voluntad, asumir compromisos y experimentar afectos. Por él tomo conciencia de mi identidad de saber quién soy y por él puedo abrirme a mi entorno y conocer la realidad. Siendo hoy un área empobrecida y abandonada, se hace necesario que rescatemos la autoconciencia y que podamos ser dueños de nosotros mismos. Ese volver la atención de la mente al interior y ese “darse cuenta” es el mecanismo mental que llamamos reflexión.
Como dijo Sócrates
Entre las múltiples formas de reflexión, el camino ejemplar es el del método socrático. La madre de Sócrates era partera y así como la partera no es la madre del bebé, pero ayuda a parirlo, en la terapia socrática el terapeuta no hace afirmaciones, sino que formula preguntas, ayudando a que el paciente logre “dar a luz” la verdad, darse cuenta, hacer consciente lo inconsciente. Por eso también al método se lo denomina Mayéutica, porque en griego mayeuo significa “parir, dar a luz”. El terapeuta escocés contemporáneo Donald Robertson cita la frase de Sócrates: “La vida no examinada no vale la pena vivirla”. Y acerca del método, señala que “es una herramienta eficaz para vivir mejor, aclarar nuestra mente, cuestionar nuestras creencias y supuestos y ver más allá de las apariencias… Para pensar por nosotros mismos y no extraer las opiniones de las redes sociales, que promueven emociones peligrosas como la ira o el miedo. […] El saludable hábito de la reflexión implica usar la sabiduría para preguntar y preguntarse y para pensar más profundamente. […] Pensar es lo que más importa en la vida […]. Ganamos libertad por pensar por nosotros mismos, porque nos hace libres” (La Nación 17/3/2025).
Por tanto, el camino de la reflexión, que aumenta la autoconciencia, no consiste en juicios o reproches, premios o castigos, ni en una inoportuna insistencia ética, ni en conceptos de “sabios”, ajenos y simplemente inculcados y de escaso provecho. Se necesitan, por un lado, un pensamiento objetivo y realista y una mente clara; y por otro, un corazón sincero que no sea víctima de autoengaños que distorsionen la percepción de la realidad y que esté dispuesto a la verdad de las cosas. Si me guío por lo que me gusta o disgusta o veo solo “lo que me conviene”, me desvío de una disponibilidad libre y honesta y una visión objetiva de la realidad.
Yo existo
Comenzamos nuestra reflexión con una verdad básica: Estoy vivo. Y ¿cuál es mi situación? Tengo qué comer y dónde vivir. Y puedo añadir innumerables bienes, además de los que encuentro en la Naturaleza: vínculos familiares y de amigos, relación con personas que aprecio y me aprecian, comodidades que me ofrece la sociedad: adelantos técnicos y científicos, servicios de salud y de recreación… O sea: me rodea una infinidad de bienes. Que agradezca que me mantengo en la existencia, que valore si nací y me conservo con salud, si he tenido el beneficio de un medio familiar digno, si recibí una buena educación, si encontré una situación socioeconómica aceptable, si aprecio todas esas cosas y muchas otras, agradecer no es una actitud benévola o ingenua, sino propia de una visión bien realista y objetiva. El agradecer es de las almas nobles.
Estos bienes que poseo me pueden parecer naturales y acaso considere que me son debidos. Puedo creer erróneamente que tengo derecho a ellos, que tengo necesidad y es obligatorio que los posea. Pero también es un hecho que innumerables seres humanos no los poseen. Hay quienes padecen hambre y enfermedades, carecen de techo y de recursos sanitarios y sus carencias son incontables. Mi situación es ampliamente favorable en comparación con la suya. Además, todos esos bienes que disfruto, no los produje yo. El creyente dice: “Son gracias que nos ha dado Dios”, el no creyente dirá: “Provienen de la Naturaleza”, o “de la Vida, o “del Destino” o de alguna otra explicación, pero todos debemos aceptar el hecho de que no los creamos nosotros. Nos han sido dados. No es que los merecemos, sino que los recibimos, mientras otros carecen de ellos. Ni son por nuestros méritos. Son gratuitos. Y la consecuencia inmediata es que merecen gratitud.
Gratitud y generosidad
Como ya mencionamos, la gratitud es esa capacidad de dar gracias, de estimar un beneficio recibido y responder a ello y expresarlo. Es una de las acciones humanas de mayor calidad, que me permite librarme del deseo de tener una autosuficiencia y una autonomía egoístas. La persona capaz de gratitud no da por supuesto, de antemano, que tiene derecho a los bienes, que le son debidos, sino que tiene presente dar gracias. Pero no de pura formalidad sino de corazón, valorando y apreciando lo recibido. Por eso, son personas positivas y bien dispuestas, no conocen la envidia ni el resentimiento, viven en paz interior y disfrutan de la vida.
La experiencia nos enseña que son pocos los que saben agradecer. La mayoría fácilmente “se olvida de un favor o un bien recibido” y hay quienes “pagan mal por bien” y hasta traicionan. La gratitud escasea. Por eso debemos reconocer la dignidad de la persona que sabe agradecer. Quien la encontró, encontró un tesoro.
Y habitualmente la gratitud viene aliada con una virtud análoga: la generosidad. generosa es la persona capaz de dar sin esperar nada a cambio.
Ante catástrofes naturales, es habitual que muchos sectores de la población movilicen recursos en ayuda de todo tipo, invirtiendo tiempo y dinero, sin recompensa. Aquí se pone en evidencia el Altruismo. Pero también pueden intervenir propósitos como el prestigio social, el ascenso político y otros. Por eso, en la generosidad hacemos hincapié no tanto en lo que se da sino en la intención genuina y en la rectitud de los motivos. Es algo que brota de adentro de las personas. Es una disposición profunda, basada en los valores en que la persona cree, en una actitud que se ha hecho espontánea y natural en el carácter y se expresa con prontitud y naturalidad.
La persona generosa sobrepasa los límites estrechos de la justicia con la benevolencia y el espíritu amplio. Sin mezquindades y sin estrechez de intenciones, no está midiendo siempre lo que le van a dar. No necesita recompensa ni reconocimiento. Atenta a las necesidades, voluntariosa, está dispuesta a dar y ofrece más de lo que está obligada o de lo que la justicia manda. Recorre con dignidad y libertad el camino de servir a los demás. Engendra alegría, sabe acompañar y escuchar a los otros con atención y sin impaciencia. Desprendida de sí, no está “demasiado pronta” para exigir sus derechos.
Y a veces la generosidad lleva a actos heroicos, como los que arriesgan su vida por salvar a otros. No todos somos capaces.
El Polo opuesto de la generosidad es el egoísmo, que encierra a las personas y hace que no vean las necesidades ajenas. Pero también están las personas estrechas de miras, sin un espíritu abierto, faltas de ánimo para molestarse por los demás e incapaces de emprender acciones de bien. Habitualmente, ante la evidencia de que la justicia no basta para la paz social, la opinión pública suele ver la generosidad como un hábito deseable generalmente aprobado, aunque no siempre practicado.
Tiempo y cambio
Todos sabemos que la Tierra tiene un movimiento de rotación sobre su eje en una marcha imperturbable completa de 24 horas. Y sabemos de un movimiento de traslaciónalrededor del Sol. Pero muchas personas se sorprenden cuando hacen consciente y descubren que, con el Sol y arrastrando a la Luna, ¡vamos viajando en el espacio y no sabemos hacia dónde! Así, la vida humana es una existencia peregrina. ¡Siempre vamos, nunca estamos!
Y aquí nos encontramos con el tiempo, que no es otra cosa que la medida del movimiento en el espacio. Vivimos en el tiempo, irrefrenable. Podemos acumular dinero, pero no tiempo. Si pierdo el coche, el seguro me lo repone; pero, el tiempo perdido ¿quién me lo puede reponer? Puedo aprovisionarme de víveres para un viaje, ¿cómo “aprovisionarme” de tiempo? El gran límite de los financistas es que pueden manejar el dinero, pero el tiempo es la realidad intangible que se les escapa de las manos. Y es el gran escollo de los poderosos. Porque él es incontrolable y anula toda posibilidad de perpetuarse en el poder. ¿Qué se ha hecho de aquel Hitler omnipotente del Holocausto? ¿Cuál será el poder de Putin, hoy capaz de provocar tragedias que conmueven el mundo, dentro de 10 o 15 años? Si sufrimos la injusticia de los tiranos o la omnipotencia de los dueños del mundo financiero, un día, como dice la sentencia árabe, “sentados a nuestra puerta, veremos pasar su cadáver delante de nosotros”. El paso del Tiempo inevitable descubre la insuficiencia del Poder.
Y así, el tiempo nos permite la paciencia y la esperanza. Todo pasa: muchos males son pasajeros y el dolor presente se convertirá en pasado. Muchas vidas pasan casi sin darse cuenta en qué mundo viven y distraídas en no se sabe qué. Podemos decir que atentan contra la Vida, porque desperdician la existencia en un viaje sin sentido. O, con un carácter permanentemente descontentadizo, cultivan el malestar y la amargura.
Es propio de la sabiduría humana comprender que el ritmo del tiempo es imperturbable y que de nada vale la inquietud. Eso nos hace capaces de la aceptación de las cosas del presente y de la fortaleza para sobrellevarlas.
El tiempo es también proceso y cambio. “Cambia, todo cambia”, canta Mercedes Sosa. Ni hasta las piedras son absolutamente estáticas. Ya Heráclito decía: “Nunca pasan dos veces las mismas aguas debajo del mismo puente”. Eso nos hace capaces de admirar el milagro de la Vida, ese continuo camino de desarrollo que descubrimos en todos los vivientes. Crecen las plantas, crecen las personas, y brotan siempre nuevas realidades. Por ejemplo: ver crecer a los hijos es una experiencia rebosante de plenitud.
Y viajamos en el proceso de la Historia, cadena de eslabones como todo desarrollo: mientras todavía se halla vigente una etapa, ya la próxima se está preparando, y el pasado repercute durante bastante tiempo en el que le sigue. No pretendamos frenar la Historia. Como todo proceso, cuando llega a su culminación comienza su declinación, cual si fuera un atardecer al mediodía. Pero esto ya pertenece al otro terreno: al vínculo con el mundo de los otros. La dimensión social, que puede ser objeto de otro artículo. En éste, tratamos el primer terreno, el de la conciencia personal.
Aceptación, amor a la vida y gratitud, tiempo y cambio, son pilares básicos de una buena reflexión sobre la existencia. Con estas disposiciones, ojalá que, al final de nuestra vida, cada uno pueda decir: He dejado una huella buena en la Tierra.
* Licenciado en Psicología (UBA). Fue profesor de Psicología Social y Psicología de la Personalidad y director de la Carrera de Postgrado en Psicología Clínica (UCA).