Se ha dicho mucho sobre el accidente en el que perdió la vida Carlos Gardel, pero muy poco –o casi nada– se ha contado sobre por qué se ocultaron los expedientes oficiales. Esta nota busca arrojar luz sobre las causas reales que contribuyeron a la tragedia del 24 de junio de 1935 en Medellín, y los intereses que silenciaron durante décadas lo que verdaderamente ocurrió.
Basada en el exhaustivo trabajo del abogado colombiano Alfonso Uribe Misas, publicado en su libro La verdad, esta investigación invita a repensar la historia no solo desde la emoción, sino también desde la evidencia.
La versión oficial –la de una colisión accidental entre dos aviones en la pista del aeródromo Olaya Herrera– fue aceptada con rapidez, sin una investigación profunda ni acceso público al expediente civil; esto suscitó muchas especulaciones por parte de la prensa. Pero la verdad era más compleja.
Según Uribe Misas, la causa del accidente no fue una fatalidad inevitable, sino el resultado de una cadena de errores humanos, fallas de coordinación aérea y condiciones técnicas deficientes. Lo más grave: las irregularidades en los procedimientos posteriores. El expediente original fue sistemáticamente ocultado y permaneció desaparecido durante más de 70 años, hasta que fue hallado –casi por casualidad– en el altillo de la Universidad de Medellín, en el año 2014.
¿Por qué se ocultó? ¿Qué intereses había en borrar esa parte de la historia? ¿A quién protegía el silencio? Las respuestas siguen siendo incómodas para algunos, pero necesarias para quienes desean justicia histórica.
A 90 años del accidente, los mitos siguen vivos, pero los documentos también. Y es momento de escucharlos. Porque Gardel no murió por azar, sino por negligencia. Y porque su legado merece ser preservado no solo en la emoción, sino también en la verdad.
Con la muerte de Carlos Gardel no solo se perdió un cantor, sino el máximo exponente del tango. Un artista innovador, compositor, actor y empresario visionario. Quien se encontraba en el punto más alto de su carrera internacional, con contratos firmados en Estados Unidos para muchas más películas en proceso y giras planeadas por América Latina. Su trágica muerte no solo conmovió a millones: también interrumpió un momento de expansión cultural y económica sin precedentes para la música rioplatense.
Dos aviones, una tragedia
Aquella mañana despegarían dos vuelos desde Medellín hacia Cali. Uno pertenecía a la empresa colombiana SACO, y el otro a Scadta, una sociedad colombo-alemana con fuerte presencia en la región. El Ford Trimotor de SACO, matrícula F-31, iba a ser piloteado por Ernesto Samper Mendoza y llevaba a bordo a Carlos Gardel, Alfredo Le Pera, sus músicos y equipo técnico, esto destruiría la ilusión de millones de hispanos, marcando la historia cultural de un país.
El de Scadta, matrícula Manizales, había aterrizado minutos antes, con el piloto alemán Hans Ulrich Thom al mando. La pista de Medellín era precaria: de ripio, sin torre de control ni señalización moderna. Todo dependía de banderilleros y la coordinación visual entre tripulaciones. El F-31 de SACO cargaba exceso de peso –baúles con vestuario, películas, archivos– y despegaba con viento de cola, una maniobra desaconsejada.
Cuando Samper aceleró para despegar, el avión no respondió adecuadamente. Se desvió hacia la izquierda, fuera del eje de pista, e impactó al Ford Trimotor de Scadta, que esperaba su turno para despegar. La colisión fue brutal. Ambas aeronaves estallaron en llamas.
Murieron 17 personas: Gardel, sus guitarristas Guillermo Barbieri y Ángel Domingo Riverol, su secretario Corpas Moreno, el piloto Samper, los tripulantes del Scadta, y otros pasajeros. Solo tres personas sobrevivieron con heridas graves.
El mito, en el aire
Carlos Gardel tenía 44 años y estaba en el punto más alto de su carrera artística. Tras su consagración en Nueva York, y luego del éxito de sus películas El día que me quieras y Tango Bar, emprendía una ambiciosa gira por América Latina. Medellín era una escala más en ese recorrido triunfal.
La noticia del accidente fue un baldazo de agua helada. Aún en medio del dolor, comenzaron a circular versiones contradictorias. ¿Había sido un error del piloto? ¿Una falla técnica? ¿Un acto intencional? La falta de una investigación clara alimentó durante décadas especulaciones de todo tipo.
¿Quién tuvo la culpa?
Los análisis posteriores indicaron que la responsabilidad directa fue del piloto Ernesto Samper. Según peritajes, el F-31 inició el despegue con el timón de profundidad mal regulado (“nariz abajo”), y el viento en contra del eje habitual provocó que el avión no pudiera ganar suficiente altitud ni control lateral. A esto se sumó un error de procedimiento: el Manizales de Scadta, en lugar de esperar alejado de la pista, estaba alineado para salir rápidamente. Cuando el F-31 perdió dirección, impactó el costado derecho del otro avión.
A pesar de la tragedia, no se abrió un juicio penal, ya que todos los posibles imputables (Samper, Thom, copilotos) murieron. Solo hubo una investigación administrativa, cuyas conclusiones fueron poco difundidas.
El silencio institucional
Un año después del siniestro, en 1936, la Scadta intentó publicar un libro con los resultados del sumario, incluyendo informes técnicos y testimonios. El autor fue el abogado colombiano Alfonso Uribe Misas, quien había actuado como representante legal de la Scadta. El libro –que debía llamarse La verdad, sobre del accidente aéreo de las Payas– fue censurado por el gobierno colombiano. Se argumentó que su contenido podía afectar intereses diplomáticos y comerciales con Estados Unidos, ya que la Pan American Airways, empresa norteamericana, tenía participación accionaria en ambas compañías.
Así, la historia oficial del accidente quedó enterrada, alimentando el mito. Algunos medios internacionales señalaron “culpas compartidas”, pero sin el respaldo documental que Uribe Misas había reunido. Solo décadas después, documentos filtrados y archivos recuperados permitieron reconstruir con mayor precisión lo ocurrido aquel 24 de junio.
¿Una tragedia evitable?
Fue una combinación de errores humanos, negligencias del piloto y limitaciones técnicas, agravadas por un contexto donde las empresas priorizaban la competencia comercial por sobre la seguridad.
Negligencias del piloto
El piloto Samper Mendoza se había pasado la mañana en el club social y el expediente judicial marca que estaba alcoholizado; no poseía licencia para pilotear ese tipo de aviones, esto hizo que el copiloto, persona muy importante en este tipo de aviones, no quisiera volar con él, este fue remplazado por un chico de 19 años sin ninguna experiencia ni conocimiento sobre el avión. Sobrecarga en el avión y mala distribución del equipaje y el peso.
Maniobra técnica incorrecta
El viento desfavorable atravesaba la pista, la sobrecarga del avión hacia que tuviera que despegar contra el viento para sustentar el avión cuanto antes, la falta de conocimiento del copiloto hizo que no se regulara el ala de cola para que esta no interfiera con la dirección del avión en el despegue.
Hoy, a 90 años, podemos decir que Carlos Gardel sigue siendo eterno. Su voz, su música y su figura forman parte del ADN cultural de millones. Es por eso por lo que su fundación viene trabajando en que se reconozca toda su historia: la del artista, el hombre, el empresario y la verdad del vuelo que no debió haber terminado como terminó.
Presidente de Fundación Internacional Carlos Gardel