Vivimos un tiempo paradójico: nunca hubo tanto acceso a la información y, sin embargo, nunca se premió tanto a la ignorancia. En cualquiera de los géneros –desde los medios hasta la política, desde la educación hasta la música– asistimos al espectáculo de la banalización. Se celebra lo efímero, se aplaude lo burdo, se ignora lo construido. Lo que antes era símbolo de excelencia hoy es acusado de elitismo. Y en ese contexto, hablar de identidad cultural no solo parece anacrónico, pareciera que se ha vuelto incómodo; sin embargo, es más urgente que nunca.
Porque la identidad no es un dato decorativo, ni una pieza de museo. Es un derecho social, una herencia viva que nos permite saber quiénes somos, qué fuimos y hacia dónde podemos ir. Y si hay una figura que encarna, con profundidad y coherencia, esa idea de identidad nacional elevada a arte, esa figura es Carlos Gardel.
Gardel no fue solo el cantor de tangos más importante de la historia. Fue el primero en darle al país una voz reconocible, universal y respetada. El primero en internacionalizar la cultura argentina sin perder su raíz popular. El primero en ser ídolo y artista. Y el primero en demostrar que el talento no está reñido con la humildad ni con el pueblo.
Gardel como constructor de identidad
Gardel construyó su figura desde el barrio humilde del Abasto hasta el Empire de París, y luego duplicó la apuesta conquistando a Nueva York. Lo hizo sin marketing, sin redes, sin escándalos. Solo con su voz, su presencia y una ética del arte que se sostenía en la disciplina, profesionalismo, con ternura, con elegancia y por sobre todo autenticidad. Y por eso, aún hoy, generaciones que no lo escucharon en vida lo sienten cercano.
Su legado no es solo musical. Es narrativo, emocional, afectivo, estético, moral. Es la prueba de que la cultura popular puede ser también cultura profunda, y que lo criollo no necesita un disfraz para dialogar con el mundo.
La actualidad: cultura en retroceso, memoria en riesgo
Hoy, sin embargo, vemos cómo ese legado se reduce, se banaliza o se destruye. Se “modernizan” sus espacios sin criterio, se profanan sitios patrimoniales como su casa-museo, se alteran sus objetos, se manipulan sus archivos, se falsifica su historia con una liviandad alarmante.
Lo que alguna vez fue orgullo nacional hoy parece un souvenir sin dueño. Pero no es casual. Porque cuando se pierde la identidad, se gana terreno para el desarraigo, para el vacío simbólico, para el consumo sin alma. Y con eso, ganan los que apuestan a sociedades sin pasado, sin relato, sin autoestima.
El futuro que el destino nos arrebato
Hoy, a 90 años de su muerte trágica, también es legítimo preguntarse ¿qué Gardel nos fue negado? ¿Qué país se nos escapó en ese avión?
Gardel no era solo un cantor en la cumbre de su fama: era un artista en plena evolución, un productor visionario, un embajador cultural sin paralelo. En Nueva York, acababa de fundar su propia productora. Estaba escribiendo su primera película hablada en inglés. Planeaba su regreso a Europa. Había firmado para filmar con Paramount en tres continentes.
Soñaba con un cine latinoamericano con voz propia. Con un futuro cinematográfico. Con un puente entre las músicas populares del mundo. Nos arrebataron al primer artista global del sur.
¿Y si hubiera vivido veinte años más? Tal vez o seguramente hubiera sido el mentor de una generación entera de músicos y cineastas geniales. Tal vez hubiera impulsado escuelas, festivales, políticas culturales. Tal vez hoy tendríamos un Hollywood del sur con acento rioplatense. Tal vez el tango, en vez de ser una reliquia patrimonial, sería hoy una industria viva y pujante.
Lo que perdimos no fue solo una voz. Fue una posibilidad cultural que hoy se siente más que nunca. Por eso no alcanza con recordarlo. Es necesario reparar lo perdido, reivindicar lo que Gardel insinuó, y defender la cultura como quien defiende una esperanza colectiva.
Gardel como camino y advertencia
A 90 años de su desaparición física, Gardel sigue enseñándonos. Su historia demuestra que con talento, esfuerzo, sensibilidad y dignidad se puede alcanzar lo más alto. Pero también nos advierte: su figura, si no es cuidada, puede diluirse. Y con ella, la posibilidad de seguir creyendo que lo nuestro puede ser universal sin dejar de ser auténtico.
Hoy, la cultura argentina está en disputa; sí, como la memoria. Y frente a ese escenario, elegimos resistir, con documentos, con proyectos, con verdad. Porque sin cultura no hay comunidad. Sin identidad, no hay nación. Y sin memoria, no hay futuro.
Por eso decimos: Gardel no es pasado. Gardel es posibilidad. Y defenderlo es defendernos.
La ignorancia no es inocente. Es funcional. Por eso, el desinterés por la cultura no es un error: es una estrategia. Y es nuestra responsabilidad frenarla.
El trabajo de la Fundación Carlos Gardel
Desde hace años, la Fundación Internacional Carlos Gardel trabaja de forma silenciosa pero incansable en la defensa, investigación, restauración y proyección del legado gardeliano. Hemos recuperado objetos, desmentido falsedades, preservado documentos, apoyado investigaciones y promovido proyectos culturales, museográficos, educativos y editoriales.
No lo hacemos por nostalgia. Lo hacemos porque la figura de Gardel es una plataforma de sentido, capaz de darles a las nuevas generaciones una referencia de excelencia popular, de belleza emocional, de memoria compartida. Porque Gardel sigue siendo una puerta de entrada a la mejor versión de nosotros mismos.
* Presidente de la Fundación Internacional Carlos Gardel