El Ing. Julio Perrachón dijo que el relevo generacional es un tema que está sobre la mesa, y que hay que cambiar el concepto o la creencia de que la juventud no quiere trabajar, el problema pasa por otros asuntos que se deben atender y solucionar.
Desde hace años el Instituto Plan Agropecuario (IPA) realiza jornadas y talleres vinculadas a la incorporación de los jóvenes al medio rural, y cada vez que el tema se menciona surge el nombre del Ing. Agr. Julio Perrachón Ariztia, técnico del departamento de Colonia y coordinador de la Regional Litoral Centro del IPA, especialista en temas de integración generacional en las empresas familiares agropecuarias.
Perrachón ingresó al Plan Agropecuario desde 1997 y en 2011 realizó una tesis para una maestría, la cual fue su primer trabajo sobre relevo generacional, abordando el traspaso de las empresas de los padres a los hijos.
“Por lo tanto, fue en 2010 que empecé con este tema”, dijo a La Mañana, y a partir de ahí comenzó a estudiar en profundidad las diferentes aristas de la temática: “Relevo, sucesión, herencia, integración y, por supuesto, que los jóvenes son uno de los tantos integrantes que hay en una empresa familiar”, considerando que en los establecimientos suelen convivir varias realidades y generaciones, donde está el productor hombre y mujer, sus hijos, los abuelos. “Esa es la realidad, y como el IPA tiene una mirada sistémica de los predios, no solo va a ver el trigo, la vaca, también es importante para entender el establecimiento, ver toda la interrelación con todos los integrantes de ese predio” en el que no solo se produce, también “hay una familia con el permanente gran desafío de tener que tomar decisiones para gestionar todos los recursos disponibles”.
Consultado cómo surge el interés por temas de un perfil más social, aunque sin perder de vista lo productivo, Perrachón dijo que “lo primero fue escuchar a viejos técnicos extensionistas” que le explicaron cómo funcionan las empresas y que “las cosas de las empresas no se resuelven en medio del campo sino en la cocina, con el hombre y la mujer negociando y tomando decisiones, y entender que la lógica de la toma de las decisiones afectan directamente la adopción de nuevas tecnologías, y donde en la práctica diaria observamos que un productor de 80 años adopta menos tecnologías o arriesga menos que un productor de 35 años”.
Otro factor importante que lo llevó a meterse en el tema fue su propia familia: “Soy hijo de papá y mamá, tengo una pareja y también tengo dos hijos que me hicieron cuestionar muchas cosas, llevándome a ingresar en temas más sociales”, como el relevo generacional. “Es una deformación de mi condición de ingeniero agrónomo”, enfatizó, y cuestionó que en la Facultad de Agronomía “no se habla mucho de extensión, por lo tanto, la parte social es nula, en cambio se aprecia una mayor orientación a que los futuros colegas busquen la carrera productivista, en procura de lograr los máximos rendimientos”.
No hay que olvidar el aspecto humano, las personas, “porque la tecnología sola no funciona, hay que hacerla funcionar con gente preparada, capacitada y motivada”. Si la tecnología fracasa es porque antes fracasó la formación y la motivación.
Agregó que a su experiencia familiar con sus dos padres y ser él mismo padre de dos hijos, se suma “la experiencia de visitar familias agropecuarias con esta problemática” sobre integración generacional, lo cual lo ha estimulado a seguir profundizando sobre esta temática.
“Y, por supuesto, la formación del IPA”, donde ha realizado un largo recorrido: “Ya estamos hace 15 años trabajando en esto, junto a jóvenes, con los productores, a los que le hemos preguntado cuáles son las principales problemáticas o sus situaciones”. Asimismo, “como técnico del IPA he hecho talleres con familias que tienen situaciones, problemas o cosas sin resolver sobre la toma de decisiones de relevo generacional”. Ese conjunto de cosas hace a la formación.
Un problema universal y no solo rural
El relevo generacional “no es solo un problema de Uruguay, aunque a diferencia de otros países la gran ventaja del nuestro es que hay varias instituciones que ya pusieron el tema sobre la mesa”.
“Tampoco es un tema único del sector agropecuario, pero cuando se da en el medio rural tiene algunas características diferentes, como que la agropecuaria no tiene las comodidades que sí tienen los trabajos urbanos”. Esa desigualdad se da “en la educación, la infraestructura, la recreación. A pesar de que Uruguay es un país chico de tamaño, todavía sigue faltando la igualdad de posibilidades entre el medio rural y lo urbano. Estamos mucho mejor que los países de la región, pero no es lo mismo para el joven que se cría en el medio rural, que el joven que está en el medio urbano, con sus cosas buenas y de las otras, por supuesto”.
Un concepto que “hay que cambiar” y que “se suele escuchar cuando se habla con productores y gente adulta es que no hay jóvenes y que no quieren trabajar. Lo que yo veo y digo es que las escuelas agrarias están llenas de jóvenes, esas escuelas agrarias no dan abasto porque están llenas de jóvenes que están ahí capacitándose”, afirmó.
Otro punto es que “esos jóvenes que se capacitaron, que fueron muy buenos estudiando, hoy son hombres y mujeres, pero ¿le damos posibilidades y alternativas? ¿Y cuánto paga el medio rural y en qué condiciones?”, se preguntó. “Es ahí donde se arranca mal. Decir que los jóvenes no quieren nada es un grave error de interpretación, es culpar a los jóvenes de lo que está sucediendo. No es algo que digan todos los empresarios agropecuarios, pero el principal obstáculo es hablar así de la otra persona”.
La charla sobre cómo integrar a los jóvenes tiene mensajes para las dos partes, los jóvenes y el adulto que va a contratar o incorporar a jóvenes en su establecimiento. “Es toda una negociación” que tiene varios puntos de análisis.
Alguno de ellos es que “ambas partes tienen que poner ganas y compromiso, buenas intenciones y actitud para lograr ese acuerdo. Es fundamental que haya una formación adecuada, lo que no es imposible de lograr porque Uruguay ofrece muchas alternativas educativas. Ambas partes deben tener empatía, aceptando al otro sin juzgar. Y, fundamentalmente, cuando uno quiere cambiar algo, lo primero que tiene que cambiar es a sí mismo”.
Otro disparador de análisis que vale tanto para los jóvenes como para los adultos es “conocer cuáles son nuestros sueños, qué metas tienen y qué es lo les gustaría hacer”, una pregunta que todos deben plantearse.
En ese punto hay un cambio en la posición que asumen los jóvenes de hoy, observó Perrachón: “Son mucho más libres que nuestras generaciones, por eso duran el tiempo que ellos quieren y después se van y hacen otras cosas. Pero también estoy lleno de ejemplos de que hay empresas en las que el personal dura muchos años y otras que dura un año, ¿qué es lo que hace la diferencia?, ¿cuál es la explicación? Según mi experiencia, es el ambiente que se genera y el trato de parte del responsable de la empresa”.
Claridad de los jóvenes
Por otra parte, Perrachón dijo que el momento de elegir qué estudiar o qué hacer en la vida es un momento de dudas e incertidumbre. No todos tienen claro qué quieren: “Hasta yo tengo dudas de por qué estudié agronomía”, expresó. “Los adultos también pasamos por ese tipo de cuestionamientos, pero muchas veces les exigimos a un joven que decida sobre su futuro, cuando los más grandes también podemos cuestionamos si lo que estamos haciendo es realmente lo que nos gusta”.
“El principal desafío de mis charlas es que la gente, sean jóvenes o adultos, se vaya pensando qué es lo que quiere, cuáles son sus sueños, sus metas”. Claro que hay gente que está conforme y sin ningún tipo de dudas sobre lo que ha hecho o quiere hacer, pero “para empezar a escarbar, conformarnos y vivir el día a día es bueno saber para dónde deseamos transitar”.
“Hay jóvenes que tienen muy claro qué es lo que quieren, después se verá si pueden cumplir o no, y si la sociedad les da la oportunidad de crecer en eso que les gusta y con lo que sueñan. No es solo oportunidad, también ellos deben poner su impronta, actitud, voluntad, esmero, y para algunos será más fácil; para otros, más difícil”.
También pasa que “hay gente adulta que te dice que la tiene clara, pero si profundizas no saben decir cuáles son sus sueños”. Determinar el objetivo que tenemos y hacia donde vamos “es un desafío de toda la sociedad, no solo de los jóvenes”, y los adultos no podemos “ir coartando los sueños de los jóvenes”, a pesar de que por ser adultos tenemos una visión diferente de la vida, con “otras necesidades y obligaciones” que no tienen que por qué formar parte de lo que es nuestro ideal a realizar.
La diversidad de objetivos que los jóvenes expresan es tanta como personas haya en un salón de clase. En una escuela agraria, todos con el objetivo común de estudiar y aprender determinadas cosas, expresaban “sueños muy diferentes, uno quería tener un taller mecánico, otro manejar un camión, un tercero expresó que su anhelo era jugar al rugby”, esto es un ejemplo más que hay muchos jóvenes con metas bien definidas.
Una de las cosas que “he aprendido y que me queda de todos esos talleres que he hecho es que cuanto más jóvenes, más sinceros son y más puros para decir lo que quieren para sí mismos”, subrayó.
Concluyó que, pensando en la inserción en el medio rural, es importante que los jóvenes tengan “más oportunidades con condiciones de trabajo dignas y bien pagas. Esos tres puntos no aseguran que la oferta laboral crezca, pero vamos a tener más alternativas. Es fundamental el ambiente laboral, porque hay quienes pagan fortunas, pero la gente no les dura. Nadie trabaja solo por plata, y menos los jóvenes. Es importante un buen ambiente laboral, el dejar crecer a las personas, y eso vale también para las empresas urbanas”.