La historia de los Radunz es una historia que podemos repetir una y mil veces; aquella que, como dice el autor, “dio vida a nuestras vidas”. Así titula Eduardo Ensslin este libro sobre su familia y sobre tantas otras que desarrollaron y afianzaron el cultivo del arroz en Uruguay, una actividad que lleva más de 100 años en el país, manejando el riego, cuidando los recursos naturales y fortaleciendo las comunidades donde se afinca.
Eduardo Ensslin es productor arrocero en el departamento de Treinta y Tres, licenciado en Administración de Empresas, máster en Ingeniería de Producción y profesor universitario desde 2001. Autor del libro Frederico y Alma Radunz: Una historia de vida que dio vida a nuestras vidas, relata en primera persona, como si una tía, hija de Frederico, le contara la historia de su padre a él, su sobrino nieto. Una narración entrañable y atrapante sobre el emprendedurismo, el trabajo, los éxitos y los fracasos, que refleja la esencia de tantas familias arraigadas y transformadoras de nuestro interior profundo.
Esta biografía recorre la vida de Alma y Frederico Radunz, uno de los pioneros del cultivo de arroz en Uruguay. Comienza a finales del siglo XIX, cuando los abuelos de Frederico decidieron dejar Alemania y embarcarse hacia Sudamérica para establecerse en el estado gaúcho de Río Grande del Sur, Brasil.
“Es un libro sobre la familia y el emprendimiento. Es una historia real de cómo el trabajo duro, el coraje y la determinación pueden llevarnos al verdadero sentido de la vida, incluso ante las adversidades. Nos enseña que no es el futuro el que nos arrastra, sino el pasado el que nos empuja”, reflexiona Eduardo.
El autor destaca que el mensaje del libro es para todas las familias y la importancia de valorar nuestras raíces para jamás olvidar de dónde venimos. “Porque para saber adónde queremos ir, necesitamos saber de dónde venimos. La historia de Frederico y Alma nos recuerda con fuerza que nuestro camino no se trata solo de nosotros mismos, sino también de quienes nos precedieron y de quienes vendrán después”.
El camino recorrido por la familia Radunz hace que, en el año 2027, habrán de cumplir 100 años de cultivo ininterrumpido de arroz en Uruguay. “Siempre ha habido un descendiente de Frederico Radunz cultivando arroz en Uruguay”, cuenta con orgullo el autor.
De Alemania a Brasil, y la llegada a Uruguay
Los abuelos de Frederico llegaron desde Alemania en 1875 y se establecieron en la región de Candelária, en el centro de Río Grande del Sur, Brasil. Allí sus padres comenzaron a cultivar arroz, y él pronto siguió sus pasos.
En 1927, gracias a una oportunidad, Frederico se trasladó a la región de Tranqueras (Rivera), donde inició el cultivo de arroz en Uruguay. Se estableció allí hasta 1939. Fue en Tranqueras donde forjó una gran amistad con uno de sus vecinos, el ingeniero agrónomo Alfredo Mones Quintela, quien hasta entonces había intentado producir caña de azúcar en la zona y en 1940 se trasladó a Bella Unión (Artigas) para desarrollar este cultivo. “Otro gran pionero, líder y emprendedor uruguayo”, destaca el autor, mencionando también a otras grandes familias productoras de la región, Freitas, Coitiño y Bonino, que más tarde se establecieron y prosperaron en distintas zonas del país.
Entre 1940 y 1947, Frederico se radicó en el suroeste del departamento de Treinta y Tres, específicamente en la 7ª sección. En esa época alcanzó uno de sus mayores logros. Debido a la escasez de combustible provocada por la Segunda Guerra Mundial, los arroceros se quedaron sin combustible para sus bombas de agua. Entonces, compró una locomotora en Montevideo, la transportó por ferrocarril hasta la ciudad de Treinta y Tres, la descarriló frente a la Unión Rural y la remolcó con bueyes sobre troncos de madera hasta su establecimiento. Allí instaló una bomba de agua impulsada por esa locomotora, la Locomóvil, “¡y fue todo un éxito!”, expresa el autor y nieto de Frederico, revelando su personalidad creativa y su fuerza para sobreponerse a las dificultades.
En 1947, Frederico vendió su arrocera y molino establecido en Treinta y Tres y compró un campo en la región de Río Branco, Cerro Largo, camino a Laguna Merín. Fue su época de mayor esplendor. Ese mismo año fue uno de los fundadores de la Asociación Cultivadores de Arroz (ACA) en Uruguay. En Jaguarão (Río Grande del Sur), en la frontera con Uruguay, construyó un molino de arroz –donde hoy se encuentra Madeirão–, un local de venta de materiales de construcción, una curtiduría, una fábrica de calzado, un matadero, una fábrica de café y una estación de servicio.
Tenía un barco que transportaba 120 toneladas de carga: arroz, carne seca y zapatos. Atracaba en el puerto de Jaguarão y llevaba la mercancía por la Laguna Merín hasta el puerto de Río Grande para exportar las tamancas, un tipo de zapato popular en la época, a Francia. Su éxito fue tal que incluso llegó a tener su propia moneda en la región, aceptada por comerciantes desde Treinta y Tres hasta Arroio Grande (Brasil). Aquellos “vales” que entregaba a empleados y proveedores se canjeaban cada quince días por dinero en efectivo en su casa o en la curtiduría, que también era su oficina.
En la década de 1950 construyó una hermosa casa en el balneario de La Paloma (Rocha), cuando allí había pocas casas y mucha arena. Los constructores le advirtieron que no sería posible cimentarla sobre ese suelo, pero él respondió: “Si un barco flota, una casa también tiene que flotar sobre arena”. Mandó construir una plataforma plana y erigió la casa encima, con un resultado perfecto. La vivienda, de cuatro pisos, aún hoy no presenta grietas.
Animado por el éxito de sus emprendimientos, en esa misma década se sintió impulsado a participar en la política brasileña y se postuló como alcalde de Jaguarão. Ademar de Barros, entonces gobernador de San Pablo y futuro candidato a la presidencia de Brasil, lo visitó en su casa, donde ambos pronunciaron discursos ante una multitud reunida en la plaza central. Sin embargo, Frederico Radunz perdió las elecciones frente al candidato del partido tradicional de la época.
En la Navidad de 1956, su curtiduría y su fábrica de calzado se incendiaron misteriosamente, destruyéndolo todo. Allí estaba su oficina principal, donde guardaba recibos y documentos contables. El fuego lo arrasó todo y perdió una fortuna. Comenzó entonces su etapa más difícil. Finalmente, en 1959, vendió su maquinaria y liquidó la arrocera para pagar sus deudas. Cumplió con cada compromiso, guio a su yerno Lourenço Ensslin y a sus hijos Soni y Luther Radunz para que continuaran con el cultivo de arroz y se retiró.
Valores de generación en generación
“La gran lección que nos legaron Federico y Alma fue que la persistencia, la perseverancia, la resiliencia, la tenacidad, los sueños y la honestidad son las cualidades que transforman nuestras vidas y las de quienes nos rodean”, reflexiona Eduardo, y destaca también “la bondad y la humildad de su esposa, Doña Alma Radunz”.
A pesar de que en 1959 tuvo que vender toda su maquinaria y liquidar la arrocera para poder saldar todas sus deudas, hoy sus descendiente continúan en la misma actividad, que como productores siguen siendo el primer eslabón de una cadena, que soporta en primera persona la inclemencias del tiempo, de los precios internacionales que no maneja, sobre la cual se apoya una larguísima cadena de intermediarios, proveedores, obligaciones impositivas, estatales y una larga lista de etcéteras que se apoyan sobre las espaldas de quienes no claudican de su condición de agricultores.
Una historia que vale la pena leer. La historia de tantas familias de campo que, con su esfuerzo y visión, fueron pioneras y fundamentales en el desarrollo de una actividad ininterrumpida, fuente de vida y sustento para las comunidades que crecen alrededor del arroz. Familias que echan raíces, que educan, que transmiten valores y conocimiento de generación en generación.
Con emoción, hacemos nuestras las palabras del autor: “No es el futuro el que nos arrastra, sino el pasado el que nos empuja”.









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