Tenerife comerciaba activamente con Venezuela. Además de las 200 toneladas que al año podía enviar a aquella parte de América, muchos tinerfeños residían allí. El pleito entablado entre los armadores hubiera perjudicado a Tenerife si se resuelve en sentido contrario al que indica Anchieta: “Jueves, 19 de agosto 1751. Al amanecer hubo muchas piezas en Santa Cruz y a las doce camaretas en la Plaza de la Pila seca y en la de Santo Domingo, con repiques en las iglesias, sobre el pleito que ha ganado la Compañía de los vizcaínos para Caracas, contra los mismos de Caracas”.
Del diario del regidor Anchieta y Alarcon
Ampliación y contexto histórico
Esta breve pero reveladora anotación de José de Anchieta y Alarcón, escrita un jueves de agosto de 1751, captura un momento crucial en la historia económica y social de las Islas Canarias. No se trata solo de una nota sobre un pleito comercial; es el reflejo de una red transatlántica de intercambios, migraciones y conflictos que definió la identidad canaria y su proyección hacia América.
En el siglo XVIII, el archipiélago canario funcionaba como un puente estratégico entre Europa, África y América. Gracias a los Reglamentos de Libre Comercio de la Corona española, Tenerife disfrutaba de un permiso especial para exportar anualmente 200 toneladas de productos a Venezuela y otros territorios americanos. Este cupo no era solo un número: representaba la savia económica de la isla. En esos barcos viajaban vinos de malvasía, aguardiente, telas, herramientas y productos manufacturados locales. A cambio, retornaban cacao, tabaco, cueros, maderas preciosas y –en no pocas ocasiones– remesas de dinero enviadas por los emigrantes tinerfeños asentados en Venezuela.
La migración era otro pilar de esta relación. Muchos canarios, especialmente de Tenerife, buscaban en Venezuela oportunidades que la árida geografía insular les negaba. Allí se establecían como agricultores, comerciantes, artesanos y hasta funcionarios menores. Estas comunidades mantenían lazos estrechos con su tierra natal, creando un flujo constante de personas, ideas y capital que Anchieta, como regidor y observador, conocía bien. Su mención a “muchos tinerfeños residían allí” no es casual; era una realidad social y económica palpable en las calles de La Laguna y Santa Cruz.
El pleito mencionado por Anchieta –la disputa entre la Compañía de Caracas (controlada por comerciantes vizcaínos) y los vecinos de Caracas– tiene capas de significado. La Compañía, con sede en Bilbao, tenía el monopolio del comercio con Venezuela, lo que generaba fricciones tanto con los productores canarios como con los colonos americanos. Los canarios veían en esta compañía un intermediario que encarecía los productos y limitaba su acceso directo a los mercados americanos. Anchieta temía que una resolución judicial adversa perjudicara a Tenerife, pues hubiera significado un fortalecimiento del monopolio vizcaíno en detrimento de los armadores y agricultores locales.
La celebración con salvas de cañón (“piezas”), camaretas y repiques de campanas que Anchieta describe no era solo un festejo callejero. Era la expresión de un alivio colectivo ante un fallo que permitía mantener –al menos temporalmente– los privilegios comerciales de la isla. En una sociedad donde la economía dependía de la exportación, una sentencia contraria hubiera significado hambre, desempleo y decadencia.
Anchieta, con su pluma detallista, no solo narra el hecho, sino que lo enmarca en la vida cotidiana: el sonido de las campanas, el humo de la pólvora, la congregación en las plazas. Su diario nos permite escuchar el eco de esas campanas y comprender que, en el siglo XVIII canario, un pleito comercial en la lejana Caracas podía determinar el ritmo de la vida en Tenerife.
Esta entrada es, además, un testimonio de la interconexión atlántica previa a la globalización moderna. Muestra cómo decisiones políticas y legales tomadas en Madrid, Bilbao o Caracas resonaban en las islas, afectando desde el precio del vino hasta la suerte de familias enteras. Anchieta, como cronista, entendía que lo local y lo global ya estaban entrelazados.
La mención al comercio con Venezuela también ilustra la vulnerabilidad y la resiliencia de la economía canaria. Dependiente de un permiso real y de la estabilidad de las rutas marítimas –amenazadas por piratas, guerras y monopolios–, Tenerife supo construir una red de intercambios y migraciones que le permitió sobrevivir y, en ocasiones, prosperar. Anchieta, en su diario, levanta acta de esa lucha constante.
Hoy, esta anotación nos invita a reflexionar sobre las raíces históricas de la diáspora canaria en América y sobre los lazos que, durante siglos, han unido a ambas orillas del Atlántico. El diario de Anchieta, más que un simple registro de eventos, es un mapa humano de conexiones, un recordatorio de que las islas nunca han estado aisladas, sino que son nodos vivos en una red de historias compartidas.
En definitiva, lo que Anchieta escribió en 1751 no es solo una nota comercial: es un documento de identidad atlántica. Nos habla de una comunidad que miraba al mar no como una frontera, sino como un camino. Y en ese camino, Venezuela era –y sigue siendo– una de sus principales destinaciones.
José de Anchieta y Alarcón nació el 14 de diciembre de 1705 en La Orotava (Tenerife), en una familia hidalga de origen vasco, con destacados eclesiásticos en su linaje. Desde joven mostró interés por la historia y la documentación. En 1732 se estableció en La Laguna, donde contrajo matrimonio y, en 1735, fue nombrado Regidor perpetuo del Cabildo de Tenerife, cargo que ejerció con notable dedicación durante más de tres décadas. Anchieta combinó su labor pública con una intensa actividad como historiador y cronista. Inspirado por el espíritu ilustrado del siglo XVIII, dedicó años a investigar archivos y recopilar noticias sobre Canarias. Su obra más conocida es el Diario, un registro manuscrito redactado en trozos de papel e incluso sobres, donde anotaba impresiones cotidianas, eventos sociales, políticos y anecdóticos de la vida en Tenerife entre 1740 y 1767. El Diario destaca por su estilo directo y observador, ofreciendo un retrato vivo de la sociedad lagunera y santacrucera de la época. Aunque nunca fue publicado en vida, sus apuntes son considerados una fuente histórica invaluable para el estudio del siglo XVIII canario, destacando su mirada crítica, detallista y a menudo personal. Anchieta falleció en La Laguna el 11 de diciembre de 1767, dejando un legado escrito que continúa siendo referencia para la historiografía regional.


















































