El analista Eduardo Bottinelli, en diálogo con La Mañana, evaluó los primeros meses del gobierno de Yamandú Orsi como un período de instalación compleja, marcado por la campaña departamental, la moderación para lograr mayorías parlamentarias y la impronta de la denominada “revolución de las cosas simples” pregonada por dirigentes del Frente Amplio. El director de Factum destacó que ahora, con presupuesto propio aprobado, comienza una nueva etapa de mayor responsabilidad ejecutiva y posible confrontación política, mientras la oposición aparece fragmentada y la imagen presidencial combina cercanía natural con críticas.
¿Cuál es la evaluación que puede realizar en lo que respecta al funcionamiento del gobierno cuando está terminando el año?
Ha tenido distintas fases. Primero, hubo un proceso de instalación que no fue una continuidad de partido, sino un cambio, lo que supone procesos de adaptación. Además, tuvo la particularidad de las elecciones departamentales en el medio. Es decir, a los dos meses de instalarse un gobierno hay elecciones, por lo tanto, el gobierno se instala prácticamente en medio de una campaña electoral departamental y municipal.
En segundo lugar, está la impronta del presidente Yamandú Orsi, que transmitió en la campaña electoral, pero sobre todo desde que asumió el gobierno. Orsi y el secretario de Presidencia, Alejandro Sánchez, han hablado mucho del concepto de la “revolución de las cosas simples” y no de grandes cambios estructurales. Uno observa que las líneas generales no son de grandes transformaciones ni de grandes proyectos, sino que han sido modificaciones o, en algunos casos, cambios que han tenido mayor repercusión mediática respecto a lo que el gobierno anterior había iniciado o modificado. Pienso, por ejemplo, en el tema del tabaquismo, Casupá y Arazatí o lo acontecido con Cardama.
En ese marco se trató el Presupuesto, que era un terreno muy escabroso para el gobierno. Es decir, necesitaba llevarlo adelante con líneas de cambio o de estrategia política respecto al gobierno anterior, pero debía lograr la aceptación, al menos, de dos votos que le permitieran alcanzar la mayoría en la Cámara de Diputados para aprobarlo. Y eso también ha permeado esta primera fase del gobierno: la necesidad de moderar o manejar de la mejor forma posible los choques y las contradicciones entre gobierno y oposición para no dañar la posibilidad de alcanzar una mayoría parlamentaria.
¿Va a cambiar un poco la dinámica del gobierno tras la aprobación del Presupuesto?
Deberían verse algunos cambios, y eso es parte de la negociación desde el Poder Ejecutivo, tanto en el texto presentado y aprobado en Diputados como en las modificaciones introducidas en el Senado.
Aquí hay dos dimensiones. Una es desde el punto de vista de los efectos concretos: cuáles son las improntas que se plasmaron en el Presupuesto y cómo se abordan temas centrales para la población, como la seguridad, la pobreza infantil en particular y la pobreza en general, la educación y la salud. También aparecen sobre la mesa los temas impositivos, que se incorporan a la discusión interna dentro del Frente Amplio.
La segunda dimensión del Presupuesto, más allá de lo práctico y de lo que permita ejecutar, es la política. Ahora el gobierno tiene un presupuesto propio, a pesar de las restricciones existentes. Por lo tanto, a partir de ahora la ejecución pasa a ser claramente responsabilidad del gobierno actual. Hasta este momento, uno de los puntos de discusión era que el gobierno no contaba con su propio presupuesto. Es razonable pensar, entonces, que comienza una nueva etapa del gobierno.
Y en general, ¿qué se puede esperar para el funcionamiento pleno del gobierno a partir del año que viene?
A partir de ahora se esperan dos cosas. La primera es que comience la ejecución presupuestal y que el gobierno sea evaluado en función de los resultados obtenidos con su propio presupuesto. Ya está aprobado, por lo tanto, será medido por lo que modificó y por las Rendiciones de Cuentas, que serán instancias particularmente complejas y de evaluación permanente.
La segunda, desde el punto de vista político, es que el gobierno queda algo más liberado para determinadas confrontaciones que pueden darse en los próximos meses. Durante la discusión presupuestal hubo cuestiones que estuvieron más cuidadas, y eso ahora queda atrás. En términos generales, lo que se puede esperar es que el gobierno empiece a funcionar plenamente en función de sus propuestas.
¿De qué manera ha evolucionado en la percepción de la ciudadanía la imagen del presidente Yamandú Orsi?
Orsi tiene una ventaja y, al mismo tiempo, un problema en su forma de ser. La espontaneidad tiene virtudes y defectos. La virtud es que lo que transmite es lo que es; no aparece como una figura impuesta ni como alguien que esté midiendo cada palabra, y eso ha sido parte de su reivindicación.
Pero, por otro lado, es un defecto en la medida en que el lugar que ocupa no siempre es compatible con la espontaneidad o con no dominar determinados temas. A veces el rol exige, o una parte de la población espera que se transmita seguridad.
Entonces, por un lado, aparece esa cercanía, esa confianza que genera alguien natural; y por otro, la necesidad de construir una confianza que no es personal, sino institucional. La confianza personal se construye a partir de esa naturalidad, de no esquivar los temas y de hablar llano. Pero la confianza desde el punto de vista de la capacidad de gobierno y de la impronta presidencial se construye a partir de declaraciones más sólidas, sostenidas, con manejo de los tiempos, y ese es el costado más débil de esa personalidad.
Su imagen ha tenido algunos golpes que eran esperables y naturales. Si miramos los niveles de aprobación y la imagen del gobierno, los indicadores muestran que el arranque y los primeros meses tuvieron un apoyo claramente mayoritario entre los votantes del Frente Amplio, casi sin imágenes negativas. Entre los votantes fuera del Frente Amplio predominaba una imagen intermedia, ni aprueba ni desaprueba, con niveles de neutralidad más altos de lo habitual.
Naturalmente, ese punto intermedio comienza a caer y empieza a aumentar la valoración negativa. No se puede establecer una causalidad directa y decir: “Pasó esto y por eso cayó”, pero sí es claro que no era sostenible en el tiempo que una tercera parte de la opinión pública se mantuviera neutral. Por las dinámicas políticas del país, por la discusión presupuestal y por la confrontación entre este gobierno y el anterior era esperable que quienes no votaron a Orsi comenzaran a ser más críticos. No se trata de un episodio puntual, sino de una acumulación de factores, entre ellos su discurso y otros de carácter estrictamente político.
¿Cómo ve en todo este proceso el rol de la oposición, principalmente del Partido Nacional y del Partido Colorado?
Cada vez es más difícil hablar de “la oposición”; en realidad, hay oposiciones. No solo por las diferencias entre el Partido Nacional y el Partido Colorado, sino también por las diferencias internas dentro de cada uno.
Claramente, no están actuando como una oposición alineada en todos los temas. Por el contrario, se han visto diferencias de criterio en declaraciones públicas, en intervenciones en sala y en las votaciones.
En el Partido Nacional hay una línea más dura, incluso en lo personal, y otra menos confrontativa, con gestos que llaman la atención, como el reconocimiento explícito de legisladores nacionalistas a la gestión de Carolina Cosse en su rol de presidenta del Senado durante la discusión presupuestal. Ese es un mensaje muy distinto al que transmite otro sector del partido.
En el Partido Colorado ocurre algo similar. Ha tenido posturas divergentes: por ejemplo, en el Senado votó dividido el Presupuesto, y lo mismo sucedió en Diputados. Las dinámicas de relacionamiento han sido diferentes. En el último tiempo, a raíz de la denuncia por violación de la Constitución presentada por el senador Andrés Ojeda, el partido ha estado más replegado y con menor actuación pública fuera de ese tema. Pero las posturas políticas han sido claramente distintas entre el sector de Ojeda y el sector de Bordaberry.
Si bien se creó una instancia de coordinación de la coalición en el Parlamento, hasta ahora no ha tenido resultados concretos. Apenas se conformó esa comisión, se produjo la votación del Presupuesto y esos mismos partidos votaron divididos. Esto plantea un desafío para la oposición: definir si va a trazar un camino único y monolítico, pensando en llegar con más fuerza a 2029, o si mantendrá una mayor pluralidad que amplíe el electorado, pero que dificulte la construcción de una unidad sólida. Esa es la tensión que atraviesa a la oposición en estos años.
¿Dentro del Frente Amplio existe algún tipo de roce entre los diferentes sectores?
A nivel de dirigencias y de bancadas se priorizó claramente la unidad por encima de las diferencias. No hubo grandes discusiones en torno a los temas presupuestales, aunque existían diferencias entre algunos sectores respecto a la propuesta elevada por el Ejecutivo y la que finalmente fue apoyada por la mayoría de la bancada.
Desde los sectores que podrían haber sido más confrontativos, incluso dentro del propio Frente Amplio, el mensaje fue preservar la unidad y no abrir un debate que pudiera afectar esa cohesión o debilitar al gobierno.
Ahora bien, las diferencias existen. No son solo instrumentales, sino también ideológicas, vinculadas al rol del Estado en determinados aspectos y al peso que deben tener ciertos indicadores. Son diferencias que no se expresaron abiertamente en esta discusión, pero que aparecen en debates laterales o a nivel de militancia. Eso demuestra que, aunque el comportamiento de la bancada haya sido homogéneo, no implica que el pensamiento lo sea ni que no existan diferencias internas.




















































