En una de las últimas sesiones del Senado en el año 2024, se trató un proyecto con media sanción de diputados rotulado “Protección del trabajo sexual”. Se pretendió su aprobación dando la sensación de que se deseaba satisfacer algún interés particular que se desvanecería si no era aprobado cuando se aproximaba el receso veraniego. Como no se logró su aprobación, alguno de sus autores me llamó para ver si era posible someterlo a votación en la última sesión del Senado de la anterior legislatura. En la primera intentona, expresé en Cámara mi oposición al voto favorable del engendro y en la segunda anticipé mi opinión contraria a semejante mamarracho, y eso al parecer disuadió a sus promotores de intentar su aprobación en la anterior legislatura.
Es bueno que a lo que expresamos en una primera oportunidad en el Senado lo ratifiquemos enfáticamente. Es incuestionable que los pilares de la sociedad occidental y cristiana han sido gravemente socavados, de manera a veces imperceptible inicialmente y de manera radical en época contemporánea. Esta sociedad, como lo he dicho en alguna otra oportunidad, es la más exitosa de la historia de la humanidad, pero, cuándo no, la estupidez humana se ha obstinado en demolerla con el pretexto de superar sus injusticias y corregir sus defectos, que como cualquier obra humana padece.
En ese sentido, digamos que no hay nada más constructivo que el trabajo humano. La actividad del ser humano para crear cosas y prestar servicios que satisfagan las necesidades de las personas, tanto materiales como espirituales. Por tanto, cabe preguntarse si cualquier actividad humana puede considerarse trabajo. Ya el Génesis hace referencia al trabajo al que nos habría encomendado Dios con la famosa orden “Te ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la misma tierra de la cual fuiste sacado”. Pero cabe preguntar si cualquier actividad humana es trabajo, ¿lo son acaso sus actividades de naturaleza fisiológica como respirar, digerir, alimentarse, etc.? Nos preguntamos si puede calificarse de trabajo la actividad de los delincuentes que hurtan, rapiñan o estafan. Esta actividad es considerada por los infractores como su trabajo y hasta así lo han expresado en alguna oportunidad al ser indagados o sometidos a juicio pretendiendo justificar su tropelía. Creo que no, tampoco lo es la actividad sexual, que en caso de practicarla por dinero no ha merecido, hasta modernamente, ser calificada de trabajo. Se dirá que el ser humano ha tenido la posibilidad de modificar, en el curso del tiempo, sus ideas sobre diversos aspectos de su vida. Pero cabe preguntar si la prostitución, que desde la antigüedad ha sido considerada una actividad denigrante, puede merecer ser considerada de otra forma.
En lo que a nosotros respecta, entendemos que conceptualizarla como una actividad laboral es un grave error, que más allá de lo moral y del quizás bien intencionado propósito de quienes pretenden que sea una actividad laboral, supone legitimar la cosificación de los seres humanos y en especial de la mujer y su utilización como un bien de uso. Mucho se han criticado los certámenes de belleza, los desfiles de moda y otras actividades similares por utilizar a la mujer como un objeto. Legitimar la prostitución como un trabajo significa poner la actividad sexual de algunas mujeres en el mercado, como un bien legítimamente transable, transformándolo en un objeto para satisfacer el placer de quienes le paguen por relacionarse sexualmente. Por otro lado, esta legalización solo conduce a darle respetabilidad a la explotación de estos seres humanos por rufianes, proxenetas, dueños de establecimientos donde realizan la actividad, etc., dándoles la calidad de respetables comerciantes. La prostitución no puede considerarse una actividad que tenga la misma jerarquía de quienes realmente trabajan, ya sea en labores domésticas, fabriles, comerciales o universitarias.
La presión demagógica por obtener el voto de minorías no puede alterar los valores sobre los que se construyó nuestra sociedad y hacer de ella un cambalache que nos haga vivir las estrofas “Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor. Ignorante, sabio o chorro, pretencioso o estafador. Todo es igual, nada es mejor ¡Lo mismo un burro que un gran profesor! No hay aplazaos, qué va a haber, ni escalafón. Los inmorales nos han igualao”. El pretender adjudicarle a una actividad el rótulo de laboral no significa que cambie su naturaleza y, en el caso concreto, que le dé la dignidad de las actividades que suponiendo un sacrificio personal no cosifican a la persona ni la someten a explotación. Tampoco podemos, por la vía anotada, legitimar la explotación de seres humanos, muchas veces con escasas posibilidades de liberarse de vínculos humillantes y de una explotación inaceptable. Nos preguntamos hasta cuándo, en el afán de demoler los principios morales sobre los cuales se construyó nuestra sociedad, continuaremos pretendiendo disfrazar el error, dándole una falsa apariencia de legitimidad, travistiéndolo y presentándolo con apariencias legítimas, que desafían el principio de lógica aristotélica, sobre la cual razonamos habitualmente, que sostiene que “la verdad es la adecuación de nuestro pensamiento a la realidad exterior”.
Un matutino informa recientemente que legisladores blancos y frentistas han decidido impulsar el proyecto legislativo que criticamos. Seguramente, ello no será óbice para que se siga repitiendo el falso sonsonete de que es Cabildo Abierto el que es ladero del gobierno, cuando repetidamente es desde los partidos tradicionales que el marxismo logra apoyos en su objetivo más importante, que es el de la victoria cultural, demoliendo las bases tradicionales de nuestra civilización. Lamentablemente, se pretende un cambio cosmético para las personas que desempeñan una actividad a la que siempre se consideró humillante, cuando lo deseable es buscar proporcionar actividades laborales que les permitan a quienes desarrollan la actividad en cuestión tener un ingreso por un trabajo real que evite se sientan obligadas a mantener relaciones sexuales con personas que no desean, corriendo incluso el riesgo de ser maltratadas. Como se señala en la nota periodística a la que aludimos “son muy pocas las mujeres que teniendo otras opciones reales eligen este camino”, o sea el de la prostitución. Por lo tanto, en lugar de disfrazar una situación penosa desde todo punto de vista, lo que además redunda en legitimar no ya la actividad de las víctimas, sino de los numerosos negocios de los aprovechados que obtienen las mayores ganancias, la solución pasa por darle a las personas “otras opciones reales”, o sea verdaderas opciones laborales.
Recientemente, en Nueva York la organización Center for Family & Human Rights reclamó a los estados miembros de la ONU que reconocieran la prostitución como factor clave de la trata de personas. Por otro lado, la entidad Sanctuary for Families, que ofreció representación legal a miles de sobrevivientes de la trata y a sus familias, sostuvo que sus clientes sufrieron graves daños a manos de compradores de sexo, incluyendo violaciones, torturas y femicidios. El Instituto de Justicia de Jerusalén condenó “la nueva retórica que etiqueta la prostitución como una forma de empoderamiento para las mujeres”, afirmando que “esto es absurdo. El cuerpo de una mujer no es un producto ni un lugar de trabajo”. Sobre proyectos como el que comentamos se ha dicho, en nombre de alguna de estas organizaciones, que son “parte de un ecosistema tóxico de corrupción moral y depravación que se perpetúa mediante leyes y políticas que hacen la vista gorda ante las víctimas de la compra de sexo”.
En definitiva, no se trata de maquillar una situación que degrada al ser humano y lo somete o expone a la explotación, sino de tenderle la mano para evitar que resulte víctima de inescrupulosos de distinto tipo, puesto que los seres humanos no deben ser objeto de uso como si fueran cosas desechables para la satisfacción de terceros.




















































