La representación “drag queen” en el salón de actos de la Presidencia de la República dio lugar a diversas reacciones. La organizadora, directora transexual de la Secretaría de Derechos Humanos de Presidencia, manifestó que su intención fue visibilizar a un colectivo que es estigmatizado en nuestra sociedad.
Más allá de la intención de quienes organizaron esto, es claro que se ha pasado una raya, una más, en el proceso de socavamiento de la sociedad tradicional uruguaya, en aras de la construcción de un mundo diferente en el que cada uno haga lo que le plazca, dé rienda suelta a sus instintos, sin frenos de ninguna naturaleza. Eso sí, sin importar los efectos negativos desde el punto de vista personal, social y cultural que se generan en ese camino.
Este evento se suma a la propuesta de la Asamblea Técnica Docente de los maestros, realizada en agosto, de incluir en el programa de niños preescolares todo lo relacionado a la ideología de género en una posición abiertamente crítica sobre la construcción social que determina el sexo de una persona. Es decir que las bases morales y cívicas de nuestra sociedad, respetadas desde los comienzos de nuestra historia, y la propia biología ahora se ponen en duda y se abren a la discusión. Muchos niños y adolescentes que de otra manera estaban condenados a una vida común, ennoviarse, tal vez formar pareja, tener hijos, ahora serán tentados a buscar otro camino, el de la transgresión a una sociedad opresora, integrar colectivos que viven de la victimización y odiar a todo lo que antes se consideraba normal.
Hace pocos días, en una entrevista radial y al surgir este tema, un conocido conductor me decía que seguramente el notorio aumento en nuestra sociedad de homosexuales, transexuales, etc., se debe a que ahora nadie tiene miedo de asumirlo, pero que es un fenómeno que siempre existió. Sí, es cierto que siempre existió, pero la explosión actual no solo se debe a que cesó la condena social, también se debe a políticas de estímulo que más o menos abiertamente se impulsan en la educación desde temprana edad, actuando en niños que aún no tienen afirmada su personalidad.
Esta ofensiva contra la institución familiar y todo lo que se consideró natural durante siglos lleva varias décadas. Fue el foco del llamado “Mayo francés” de 1968. Su objetivo es derribar todo aquello que vincule al hombre con su pasado y con sus raíces, su fe, su historia, su nación, su territorio, su familia. En fin, todo aquello que pueda llevarlo a oponerse a la revolución cultural que busca imponer al “Hombre nuevo”. Y así será un dócil instrumento funcional a la revolución que se hace cargo de todos los aspectos de la vida del ser humano, incluyendo la educación de sus hijos, con el objetivo final del poder total.
En ese camino se valida la cancelación a todos los que se opongan, aunque más no sea por el simple razonamiento basado en el sentido común. Los calificativos más duros y estigmatizantes se aplican sin piedad. Vale todo: fascista, nazi, oligarca, explotador, extrema derecha, dictador, dinosaurio, etc. Son términos que se imponen en la opinión pública de la mano de una pléyade de comunicadores debidamente adoctrinados a su paso por la universidad. Y cuando todo esto no les alcanza, se pasa al terreno de la agresión. El reciente asesinato de Charlie Kirk en Estados Unidos fue, por la repercusión mundial que tuvo, un hecho que dejó al descubierto ante buena parte de la opinión pública los procedimientos a los que puede llegar el wokismo-progresismo político en estos tiempos.
Lo del show en Presidencia es algo más que un espectáculo de mal gusto. Es una demostración de un sentimiento de impunidad de quienes se consideran que por su condición tienen derecho a imponerles su forma de ver la vida a la inmensa mayoría de los uruguayos que, en ese tema, no comparte su visión.
Es claro el uso político que se ha hecho desde la izquierda de estos colectivos, previamente organizados y estimulados, para imponer la idea de su sensibilidad exclusiva por los más frágiles. Y aunque los partidos tradicionales quieran subirse al carro al solo efecto de participar en el botín electoral, es evidente que en ese tema el Frente Amplio copó la banca.
La defensa de los más frágiles es un fin loable, y es la base misma del artiguismo que nosotros reivindicamos. Pero hoy, ¿quiénes son los más frágiles?
¿Son los colectivos notoriamente impulsados para criticar y destruir a una sociedad a la que odian porque los estigmatizó por sus desvíos contra natura? ¿O son los miles de padres que ven con impotencia como sus hijos son inducidos en la escuela y a través de los medios de comunicación a formar parte de esos colectivos y transformarse en meros instrumentos de la revolución totalizadora? Sin duda son también los niños a los que perversamente se les inocula el germen de la confusión de identidad, que les arruinará la vida, a una edad en la que no pueden discernir qué es lo bueno y qué es lo malo.
Estos son los más frágiles y por ellos debemos luchar…