Hace poco comentábamos que si bien es deseable la unidad en la sociedad esta no es posible a cualquier precio. No podemos unirnos en el error: debemos unirnos en la verdad. Además, el concepto unidad, suele confundirse con el de uniformidad, lo cual genera no pocos problemas…
Aunque el mejor ejemplo de unidad en la diversidad es la Santísima Trinidad, un texto que deja clara la diferencia entre unidad y uniformidad, es el capítulo 12 de la Primera Epístola de San Pablo a los Corintios:
“Así como el cuerpo tiene muchos miembros, y sin embargo, es uno, y estos miembros, a pesar de ser muchos, no forman sino un solo cuerpo, así también sucede con Cristo. Porque todos hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo Cuerpo –judíos y griegos, esclavos y hombres libres– y todos hemos bebido de un mismo Espíritu.
El cuerpo no se compone de un solo miembro sino de muchos. Si el pie dijera: ‘Como no soy mano, no formo parte del cuerpo’, ¿acaso por eso no seguiría siendo parte de él? Y si el oído dijera: ‘Ya que no soy ojo, no formo parte del cuerpo’, ¿acaso dejaría de ser parte de él? Si todo el cuerpo fuera ojo, ¿dónde estaría el oído? Y si todo fuera oído, ¿dónde estaría el olfato? Pero Dios ha dispuesto a cada uno de los miembros en el cuerpo, según un plan establecido.
Porque si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo? De hecho, hay muchos miembros, pero el cuerpo es uno solo. El ojo no puede decir a la mano: ‘No te necesito’, ni la cabeza, a los pies: ‘No tengo necesidad de ustedes’. Más aún, los miembros del cuerpo que consideramos más débiles también son necesarios […] Dios dispuso el cuerpo, dando mayor honor a los miembros que más lo necesitan, a fin de que no haya divisiones en el cuerpo, sino que todos los miembros sean mutuamente solidarios”.
Con esto alcanza para entender los conceptos fundamentales: la unidad, puede darse en la diversidad. La uniformidad, no es unidad: no todo en el cuerpo es mano, ni todo es ojo: las manos y los ojos en distintos lugares del cuerpo, y con distintas funciones, enriquecen al cuerpo.
Por eso, la confusión entre unidad y uniformidad puede llevar a cometer graves errores y grandes injusticias. En política, por ejemplo, las personas suelen unirse en torno a una carta o declaración de principios. No obstante, por cuestiones de afinidad –totalmente coyunturales, opinables y subjetivas– dentro de un mismo partido unos se juntan con unos y otros se juntan con otros, formando sectores y presentando sus candidaturas aquí y allá, sin dejar de lado los principios fundacionales.
La diversidad dentro de cada partido suele verse como algo bueno y beneficioso, porque cada grupo, con sus características propias, atrae a votantes distintos. Cuando en lugar de buscar la unidad en la diversidad, se procura una uniformidad absoluta, que invade el terreno de lo opinable, por lo general se generan conflictos de mayor o menor gravedad y consecuencias.
En la Iglesia, pasa otro tanto. Es necesario que exista una unidad en torno al Magisterio: en torno a lo establecido en el Catecismo y en la doctrina que siempre enseñó y defendió la Iglesia. Ahora bien, en lo que no es doctrinal, hay una amplísima libertad. Y por eso hay en la Iglesia, gran diversidad de carismas. El Opus Dei, las Visitandinas y la Orden San Elías –por ejemplo– tienen carismas muy distintos. Pero ello no es obstáculo para que un fiel del Opus Dei quiera mucho a las Visitandinas y a los sacerdotes de la Orden San Elías y rece por ellos. Y viceversa.
Sin embargo, no han faltado dentro de la Iglesia verdaderas persecuciones debido a que algunas personas con cierta influencia, o bien no entienden determinados carismas, o bien no les agradan por razones que sólo ellos conocen. ¿Cuál es el problema de fondo? La confusión entre unidad y uniformidad. Algunos querrían que la Iglesia fuese como ellos quieren. Que todos estén de acuerdo con la forma de hacer las cosas que ellos proponen, ya se trate de cuestiones opinables o de cambios radicales que nada tienen que ver con lo que la Iglesia enseñó siempre. Y eso es contrario al respeto debido a la diversidad en la unidad dentro de la Iglesia.
De ahí la necesidad de tener muy clara la diferencia entre unidad y uniformidad, entre lo fundamental que une, y lo opinable que distingue, pero no necesariamente separa. Entre lo que debe defenderse a muerte y aquello en lo que lícitamente se puede disentir.