Es difícil escribir en este momento en que se mezclan sentimientos de tristeza y al mismo tiempo de esperanza. Tristeza por la partida de un padre espiritual y una figura muy cercana, especialmente para los rioplatenses. Esperanza por las orientaciones pastorales que deja su pontificado y por el impacto removedor que ha generado en millones de personas a lo largo y ancho del mundo, incluso de los que no profesan la fe católica.
Nos quedarán grabadas las primeras imágenes del papa Francisco saludando desde el balcón de la basílica de San Pedro, su cálido “buona sera” y el toque de humor cuando dijo que venía “del fin del mundo”. Doce años después, desde el mismo lugar, con su aliento final, dando la bendición pascual y saliendo, contra toda prescripción médica, a rodearse por última vez de la gente que colmaba la Plaza.
El pontificado de Francisco empezó en un momento de muchas tensiones, luego del papado de transición de Benedicto XVI. Bergoglio era el primer papa no europeo desde el siglo VIII, ahora en un contexto internacional marcado por el resquebrajamiento del orden político y económico posterior a la II Guerra, la proliferación del terrorismo y el crimen organizado trasnacional, las crisis migratorias y un avance científico y tecnológico que aceleran la historia.
Juan Pablo II en el contexto del mundo bipolar EE. UU.-URSS fue un auténtico globalizador en el sentido católico-universal, crítico de los colectivismos y del capitalismo salvaje, reivindicó el trabajo y la solidaridad como pilares de dignidad humana, a través de la doctrina social de la Iglesia. Ya comenzado el siglo XXI, Benedicto XVI hizo una importante contribución al plantear una modernidad católica1 y advirtió sobre la “dictadura del relativismo”, poniendo el centro en la esperanza cristiana y la síntesis de fe y razón, al mismo tiempo que, al igual que su antecesor, fue un puente entre Europa y América Latina.
El fallecimiento de Wojtyla en 2005 hizo pensar en la posibilidad de la postergación de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano de Aparecida (Brasil), prevista para dos años después. Sin embargo, la fecha se mantuvo y el cardenal Bergoglio tuvo un rol fundamental como jefe de redacción del documento final, que luego ya como pontífice repartía a los mandatarios que lo visitaban en la Santa Sede. Este jesuita argentino había sido especialmente influido por la llamada Teología del Pueblo, una variante distinta a la Teología de la Liberación, que tuvo relevancia durante la Conferencia de Puebla de 1979, en la que se ponen de relieve la religiosidad popular (piedad popular) y la opción preferencial por los pobres. Así lo plasmó durante tantos años en los suburbios y las villas de Buenos Aires.
La elección del nombre de Francisco tuvo que ver con el pedido de su amigo el cardenal brasileño Hummes, que terminando el cónclave lo abrazó y le dijo: “No te olvides de los pobres”. Hacia adentro reclamó una “Iglesia pobre, para los pobres” y hacia afuera instó a los movimientos políticos y sociales a ocuparse de las tres T: tierra, techo y trabajo. Le preocupaba que lo republicano y lo democrático se contrapusiera a lo popular, pidió a los políticos que dialogaran e hicieran el esfuerzo de escucharse, pero interpretando fielmente a sus pueblos.
La recuperación de la figura de San Francisco de Asís implicó también una invitación a vivir intensamente la belleza de la creación, frente a las tendencias nihilistas y libertinas que proponen una vida sin Dios. No es justo etiquetar el pontificado de Francisco, pero seguramente podemos destacar que fue el papa de la alegría y de la misericordia. Ya en el inicio de su exhortación apostólica Evangelii gaudium (la alegría del Evangelio), que se inspira mucho en el documento de Aparecida y en Evangelii nuntiandi de Pablo VI, hay una especie de hoja de ruta. “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales, de la conciencia aislada”, alerta2. No ser cristianos “de una Cuaresma sin Pascua”. Francisco lo comunicaba cotidianamente con la amabilidad de sus gestos y con su sentido del humor.
También hizo un gran énfasis en la misericordia, en el perdón de los pecados. Así como el monje Mamerto Menapace separaba “el pecado” de “la opción por el pecado”, Francisco diferenciaba al pecador “que conoce límites, que tiene equivocaciones”, del corrupto “que pierde esa brújula”.3 Bergoglio aprendió el significado de la misericordia en la capilla del convento donde asistía su familia y adoptó como lema para su obispado “miserando atque eligendo” (Lo miró con los ojos de misericordia y lo eligió)4. En 2015 el papa Francisco convocó al Jubileo Extraordinario de la Misericordia y propuso que la Iglesia sea más parecido a un “hospital de campaña”.
Lo anterior tiene sentido junto con la insistencia de Francisco por tener una Iglesia en salida, que pueda “primerear”, que tome la iniciativa y salga al encuentro. Cuando se refiere a la Iglesia no habla solamente del clero y de la institución, está refiriéndose también a los laicos y a todo el pueblo de Dios. Así se ha comprendido especialmente la misión de la Iglesia desde el Concilio Vaticano II, en la que se asumió lo mejor –o la parte de verdad– de la Reforma y del Iluminismo. Prueba del fin de esa rivalidad es que en 2016 en Lund (Suecia), el papa participó invitado por las iglesias luteranas para la conmemoración de los 500 años de la Reforma protestante.
Francisco insistió mucho con prestar atención a las periferias, a las geográficas, pero también las existenciales y las de conciencia: “Salir de la propia comodidad y atreverse a llegar a todas las periferias que necesitan la luz del Evangelio”. Se refería no solo a aquellos cinturones de las ciudades y zonas rurales donde suelen habitar los excluidos de la sociedad, sino también a las cárceles y los guetos de inmigrantes. Su primer viaje a la isla de Lampedusa en el Mediterráneo fue todo un mensaje contra la indiferencia. Además, hay otras periferias que muchas veces nos rodean, como los ancianos o los enfermos ninguneados. Incluso las periferias de aquellos que pueden pensar muy diferente que nosotros, generando un ensimismamiento peligroso.
Rechazó lo que llamaba la “cultura del descarte”, el desprecio por la vida que se manifiesta en la exaltación del aborto, de la eutanasia, del suicidio asistido y las drogas. Además, Francisco advirtió sobre la “colonizaciones ideológicas”. “Una cosa muy peligrosa hoy día es la ideología de género que, de todas las colonizaciones ideológicas que están pasando, a mi juicio es la peor. Porque te despotencializa las diferencias y te va llevando a que no haya diferencias, cuando lo más rico es la contraposición de las diferencias que te hace progresar. La ideología de género es nefasta”, dijo Francisco en una entrevista5.
En el plano geopolítico, el papa Francisco denunció una tercera guerra global fragmentada en múltiples conflictos. Una encíclica muy importante es Fratelli Tutti del año 2020 en la que desarrolla la idea de la “cultura del encuentro” entre las naciones, de construir puentes en lugar de muros. Un documento importante también en el marco de la pandemia del covid-19, que “dejó al descubierto falsas seguridades”. La fraternidad que da equilibrio a la libertad y la igualdad, para no caer en sistemas egoístas y opresivos.
Francisco prefería la imagen del poliedro al de la esfera, es decir, una globalización donde se respeten las diferencias culturales y la soberanía de los pueblos, que no sea homogénea. Lo mismo decía respecto a la importancia de los procesos de integración continental de los países, siempre respetando esas premisas. Francisco fue el primer papa que realizó un discurso en el Congreso de Estados Unidos y el primero en lograr un acuerdo provisional con el gobierno de China. También debe destacarse el encuentro con el patriarca Kirill de la Iglesia Ortodoxa Rusa, en Cuba, tras mil años del cisma; el viaje apostólico a Irak y la fuerte condena a la persecución de cristianos; así como la firma de la Declaración sobre la Fraternidad Humana en Abu Dabi, promoviendo la paz entre cristianos y musulmanes.
Otro aporte significativo fue la encíclica Laudato Si, que se refiere al cuidado de la casa común y el ambiente, pero que Francisco no le gustaba que llamaran “encíclica verde” ni que se le atribuyera un “ecologismo infantil”, porque entendía que era una encíclica social, por la indisoluble relación entre ambiente y justicia social. Apenas mencionaremos entre otros temas lo que tiene que ver con las reformas de organización interna de la Iglesia como la promulgación de una nueva Constitución apostólica o el nombramiento de cardenales de todas partes del mundo, hacia una mayor sinodalidad.
Como bien ha señalado el arzobispo bonaerense García Cuerva, ahora es necesario una lectura a fondo del magisterio de Francisco. Agregamos, que sea metabolizado por todos, especialmente por las universidades, por los partidos políticos, por los gremios y sindicatos, para que los jóvenes puedan “hacer lío” de verdad.
1 Methol Ferré, Alberto; Metalli, Alver. La América Latina del siglo XXI. Edhasa, 2006.
2 Papa Francisco. Evangelii Gaudium. 2013.
3 Papa Francisco. Latinoamérica. Conversaciones con Hernán Reyes Alcaide. Planeta, 2017.
4 Ivereigh, Austen. El gran reformador. Francisco retrato de un papa radical. Ediciones B, 2015.
5 Entrevista del papa Francisco con Jorge Fontevechia. Perfil, 2023.