El jardín de los cerezos, de Antón Chéjov, es una pieza teatral que retrata a una familia rusa enfrentada a dificultades económicas, cuyos integrantes parecen incapaces —o poco dispuestos— a actuar para evitar la pérdida inminente de sus bienes. Bajo la superficie sencilla de temas aparentemente triviales, se esconden conflictos profundos y silenciosos. Dicen que Chéjov aclaraba que su obra era una comedia y no un drama como creían todos.
El uruguayo es algo chejoviano. Quizás por eso le gusta tanto la murga, es decir, “transformar la comedia en drama, sin dejar de ser comedia”, como escribió alguna vez Falta y Resto. Pero ha de ser muy fuerte la pulsión vital, el espíritu para superarse y trascenderse en las próximas generaciones, para que esta comunidad histórica que cumple doscientos años no caiga definitivamente en los extremos del nihilismo o el libertinismo.
El panorama actual es sumamente complicado para el Uruguay. Podemos consolarnos en que no estamos en una zona de guerra, ni estamos sometidos a una tiranía sangrienta, ni faltan los recursos básicos para una vida digna. Podemos apreciar que tenemos una geografía privilegiada, un valioso acervo cultural e instituciones democráticas. Pero hay un declive de ese Estado de bienestar que se está haciendo ostensible, principalmente para los más jóvenes.
La pasada semana en el editorial de La Mañana, con el título “La economía, una preocupación vital”, se describieron algunas situaciones que explican por qué es razonable que los uruguayos estemos cada vez más inquietos por los asuntos económicos. El cierre de empresas en distintos sectores de la industria, los problemas de competitividad en el agro y las dificultades para el comercio minorista en la frontera, lamentablemente, son noticia cotidiana desde hace un tiempo.
Es desolador asistir a este tiempo en que el aparato productivo nacional sufre estos desmoronamientos. El gobierno está echando mano a algunos instrumentos de apoyo económico, que sirven más como paliativos o soluciones provisorias. Lo está advirtiendo la Cámara de Industrias del Uruguay, que desde hace mucho propone a los partidos políticos un plan de acción. Mientras tanto, han pasado los industriales de dar empleo a 300 mil uruguayos a 160 mil en la actualidad.
Por otro lado, hace décadas escuchamos hablar del potencial de la pesca que podría generar miles de empleos, desarrollar la economía de la llamada “pradera azul”, pero las noticias lamentablemente tienen que ver una y otra vez con conflictos en el sector y falta de estímulo para la inversión. ¿Tiene sentido haber hecho una apuesta tan grande al cannabis y a las energías renovables, en lugar de darle una verdadera oportunidad a nuestro mar?
Los trabajadores y empresarios de pymes no solo tienen que afrontar un sistema tributario que castiga el trabajo y el crecimiento. También sufren por las olas de robos y rapiñas, ahora bajo la modalidad de los robos piraña. Ni siquiera pueden ver con optimismo el futuro, en un mercado que se achica y empobrece, una sociedad que envejece y no da garantías de tener una seguridad social sólida para el mañana.
Preocupa cuando se lee al ministro Oddone decir que género, cambio climático y responsabilidad fiscal con sensibilidad social son los lineamientos para el próximo Presupuesto. Uno entiende la necesidad de salir a buscar financiamiento internacional, pero advierte que no parece suficiente para dar vuelta esta situación y que el mundo está cambiando también sus parámetros. Del mismo modo, inquieta que dirigentes frenteamplistas estén proponiendo nuevos impuestos. ¿Seguiremos en ese camino de deuda e impuestos?
Un reciente cambio de metodología en el cálculo de la pobreza y la indigencia en nuestro país “elevó” de 8,3% a 17,3% la población afectada por la pobreza, lo que se ajusta mucho más a la experiencia de cualquier ciudadano que observe la realidad del conjunto de nuestra sociedad fragmentada. Ya en 2020 cuando estalla la pandemia y se veían largas colas en comedores y ollas populares se podía advertir de la fragilidad de muchos hogares que no se condecía con los relatos políticos. Hasta había una jactancia de que la indigencia prácticamente no existía, mientras que la evidencia empírica mostraba un incremento de los asentamientos precarios.
Esa miopía hizo que muchos, especialmente desde el ámbito sindical, exigieran una cuarentena obligatoria que hubiera resultado fatal y posiblemente terminado con una violenta represión a las personas que necesitaban salir a ganarse el jornal. Dichosamente, el gobierno y las autoridades de la Salud fueron conscientes de esto y promovieron la “libertad responsable”.
Tuvieron que pasar varios años para que el Banco Central reconociera que había un millón de uruguayos en el Clearing y más de 700.000 deudores irrecuperables, afectados fundamentalmente por la usura, inconstitucional, aunque legalizada desde 2007, sobre todo a través de los préstamos al consumo, pero también en la relación con el propio Estado. Sin embargo, la mayoría de los partidos políticos hicieron la vista gorda y sigue sin concretarse un giro en este tema.
El escándalo de los fondos ganaderos refleja también un deterioro profundo, que de ninguna manera puede generalizarse sobre todo el sector, pero que revela la agonía del mentado país productivo hacia el modelo del país casino. No solo en los slots miles de uruguayos arruinan sus vidas diariamente.
Fue necesaria la llegada de este crudo invierno para que se prestara la debida atención a las personas que viven en la calle, aunque debieron lamentarse varias muertes hasta que las autoridades abandonaron algunos clichés ideológicos y permitieron que se volcaran los esfuerzos a salvar vidas con la evacuación obligatoria de muchas personas en situación de extrema vulnerabilidad.
Sin embargo, sorprende la poca vinculación que se hace entre este fenómeno de las personas en la calle y los alarmantes indicadores sobre el consumo de drogas en nuestro país. En estos días se conoció el Informe Mundial sobre Drogas 2024 presentado por la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito que indica que Uruguay se posiciona entre el primer y segundo lugar en consumo de casi todos los tipos de drogas relevados en América Latina. Tenemos el triste récord de liderar el consumo de cannabis, éxtasis y opioides, siendo segundos en cocaína y opiáceos.
Y ahí sigue la ley de la marihuana tan campante como la ley de usura, haciendo estragos mientras los gobernantes prometen atender la sensibilidad social del tema y llaman a procesos de diálogo, inter institucional, multidisciplinario, etc., etc. Verdaderas políticas de Estado para endeudar y narcotizar a la población, eso es lo que son. No olvidemos que en 2024 el gobierno decidió vender una nueva variedad de cannabis con mayor concentración de THC, el principal componente psicoactivo de la planta.
Luego nadie se explica cómo es que este país también encabeza las estadísticas de suicidios y se registran cada vez más abortos. Y ahora se apresta a aprobar la eutanasia y abrir una compuerta cuyo límite desconocemos. Se equivoca el que piensa que estos temas son simplemente parteaguas entre progresistas y conservadores. Se trata de un debate sobre el valor de la vida, que estamos perdiendo.
Cuando la sociedad renuncia a proteger la vida, poco sentido tiene hablar de justicia social, reforma de las cárceles o rechazar el sicariato. Duele hacerse la idea de que estamos acostumbrándonos a escuchar noticias aberrantes vinculadas a esta falta de sensibilidad.
Uruguay necesita un viraje espiritual y material urgente. Si algo lo sostiene es ese pulso silencioso que habita en las familias que trabajan, en los jóvenes que, aun decepcionados, no se resignan, en los docentes que educan con pasión, en los empresarios que invierten a pesar de todo, en los vecinos que cuidan su barrio y en los voluntarios que abrigan a otro en la calle. Los referentes políticos de este momento tienen que entender la hora crucial que estamos atravesando y la responsabilidad que les toca.
Nuestro jardín no se salva con nostalgia, pero puede salvarse si se planta algo nuevo en la misma tierra. Debe recuperarse el sentido de comunidad, el proyecto de país, con nuevos horizontes.