El pasado viernes 28 de noviembre se celebró la fiesta de un santo poco conocido entre nosotros por su nombre, pero cuya obra es famosa en todo el mundo occidental. Nos referimos a Santiago de la Marca, nacido en 1391 en Montepradone, Italia central, con el nombre de Domingo Gangali. Siendo niño quedó huérfano de padre y fue enviado a cuidar ovejas. Más tarde, gracias a algunos familiares sacerdotes, pudo estudiar y formarse en derecho civil, en Perugia. Llegó a ser notario y luego alcalde de Florencia.
Su vida parecía orientarse hacia el derecho y política, pero en Asís se encontró con los franciscanos. Luego de una charla con el prior de Santa María de los Ángeles, en 1416 decidió ingresar en la Orden de Frailes Menores. Fue ordenado sacerdote en 1422 y comenzó su predicación en la iglesia florentina de San Miniato.
Su vocación se caracterizó por una predicación itinerante, al modo de San Francisco y de su maestro, San Bernardino de Siena. Con él y con San Juan de Capistrano, compartió campañas de predicación y reforma. Durante más de 50 años recorrió Italia y gran parte de Europa (Alemania, Austria, Hungría, Polonia, Bohemia y Bosnia).
Su predicación era apasionada, directa y popular. Siempre estaba alentando la conversión de los fieles y la reforma de costumbres. Combatió la herejía husita en Europa central y defendió la ortodoxia católica frente a desviaciones doctrinales. Los husitas cuestionaban la autoridad del papado y pedían reformas profundas en la Iglesia, lo que derivó en conflictos armados conocidos como las Guerras Husitas. Una muestra más de que el progresismo moderno no ha inventado nada.
Sin embargo, Santiago de la Marca es más conocido por haber sido el fundador y promotor de los Montes de Piedad –o montepíos obreros–, término que hasta hoy sigue siendo utilizado por el muy laicista estado uruguayo.
Los montepíos surgieron como respuesta a la usura y explotación de los pobres por parte de los prestamistas. ¿En qué consistían los montepíos? Eran instituciones que ofrecían créditos sin intereses abusivos, garantizados por objetos empeñados, y administrados por religiosos y laicos comprometidos.
Fueron el antecedente de las cajas de ahorro popular y constituyen uno de los legados sociales más duraderos de la espiritualidad franciscana.
Santiago de la Marca compuso, además, numerosos sermones y tratados teológicos, muchos de cuyos manuscritos se conservan. Su teología estaba signada por una profunda devoción al Santísimo Nombre de Jesús, siguiendo la espiritualidad de San Bernardino.
Como ya adelantamos, Santiago de la Marca defendió la ortodoxia frente a corrientes heréticas dentro de la Iglesia y buscó siempre la renovación espiritual del pueblo. La tensión entre ortodoxia y herejía dentro de la Iglesia, obviamente, no es un fenómeno nuevo.
También se interesó el P. Santiago por cuestiones jurídicas y sociales, aplicando su formación en derecho a la vida religiosa y comunitaria. En sus últimos años, fue acompañado por el fraile Venancio de Fabriano, quien dejó testimonio de su vida y su predicación.
El padre Santiago murió en Nápoles el 28 de noviembre de 1476 después de una vida de incansable servicio, y fue enterrado en la iglesia de San María la Nueva.
Fue canonizado en 1726 por el papa Benedicto XIII. Su fiesta litúrgica se celebra el 28 de noviembre. Es venerado como patrono de Monteprandone, su tierra natal, y como modelo de predicador franciscano. Su legado más visible, sin embargo, son los montepíos, que marcaron un hito en la historia de la economía solidaria y la doctrina social de la Iglesia, cien años antes de que, en la Universidad de Salamanca, Martín de Azpilcueta estableciera con claridad los límites entre préstamo lícito y usura en su Manual de Confesores y Penitentes de 1556.
En suma, Santiago de la Marca contribuyó notablemente a la renovación de la vida cristiana en Italia y Europa central, con un estilo de predicación popular y fervoroso, escribió obras teológicas y jurídicas en defensa de la ortodoxia y la disciplina eclesial, y fundó una institución que facilitó el otorgamiento de créditos justos, con lo cual, ayudó a proteger a los más frágiles de los abusos de los prestamistas de su tiempo. Al unir en su vida una fe profunda con una firme ortodoxia doctrinal y una compasiva y concreta caridad con los pobres, vivió ejemplarmente esa unidad de vida que estamos llamados a vivir todos los cristianos.
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