Tras el fallecimiento del papa Francisco, los medios difundieron todo tipo de artículos sobre su pontificado. Se vieron en estos días, desde generosos panegíricos en su honor, hasta ácidas críticas sobre su obra. Algunos hablaron con conocimiento de causa y otros, a nuestro juicio, sin tener la menor idea de lo que decían…
Poco a poco, día a día, el foco de atención fue pasando del papa Francisco al cónclave. Que el cardenal tal o cual tiene mejores o peores posibilidades de ser papa –como si de una Olimpíada o una carrera de caballos se tratara–. Que Fulano sería buenísimo, pero que no tiene chance porque es muy viejo, o porque es muy joven; o porque es muy “modernista” o porque es muy “tradicionalista”…
Por eso, desde esta modesta columna, queremos hacer un llamado a la prudencia. Es cierto que hay que informarse, y que para ello hay que consultar distintas fuentes. Pero hay que tener criterio y hay que tener cuidado. Porque entre las olas que van hacia un lado y las que van hacia el otro, pueden generarse remolinos y nuestras almas pueden ahogarse en el error casi sin que nos demos cuenta. Navegamos en un mar donde la línea entre la alabanza justa, la crítica objetiva y el fanatismo –a favor o en contra– puede llegar a ser muy delgada.
En este sentido, cabe observar que, si bien algunos críticos del pontificado de Francisco han sido muy duros y hasta irrespetuosos, otros prácticamente le han “canonizado”, afirmando que “el papa Francisco ya está en el cielo”. Ahora bien: si el papa ya está descansando junto al Padre, ¿qué sentido tiene rezar por su alma? Yo, por las dudas, seguiré rezando para que Dios le conceda el descanso eterno…
Otros han dicho por ahí que el papa “volvió a la casa del Padre”. Grave error: el único que volvió a la casa del Padre fue Nuestro Señor Jesucristo tras haber salido del Padre. Nuestras almas, no vivían en el cielo antes de encarnarse en nuestros cuerpos: fueron creadas por Dios junto con nuestros cuerpos. Por eso cuando morimos no volvemos al cielo: vamos. Y por regla general, antes tenemos que pasar por el purgatorio…
Estos ejemplos muestran la necesidad de ser prudentes. ¿Qué dice el Catecismo de la Iglesia Católica sobre esta virtud? En el punto 1806, leemos: “la prudencia es la virtud que dispone la razón práctica a discernir en toda circunstancia nuestro verdadero bien y a elegir los medios rectos para realizarlo. “El hombre cauto medita sus pasos” (Pr 14, 15). “Sed sensatos y sobrios para daros a la oración” (1 P 4, 7). La prudencia es la “regla recta de la acción”, escribe santo Tomás (Summa theologiae, 2-2, q. 47, a. 2, sed contra), siguiendo a Aristóteles. No se confunde ni con la timidez o el temor, ni con la doblez o la disimulación. Es llamada auriga virtutum: conduce las otras virtudes indicándoles regla y medida. Es la prudencia quien guía directamente el juicio de conciencia. El hombre prudente decide y ordena su conducta según este juicio. Gracias a esta virtud aplicamos sin error los principios morales a los casos particulares y superamos las dudas sobre el bien que debemos hacer y el mal que debemos evitar.
Es importante insistir en que la prudencia no está –ni jamás estuvo– reñida con la fortaleza, con la valentía, con la justicia, con el amor a la verdad o con la radicalidad del amor a Cristo.
En estos tiempos la Iglesia necesita un papa que sea un auténtico hombre de Dios. Un papa que no tenga respetos humanos de ningún tipo. Un papa realmente comprometido con la custodia y la defensa del depósito de la fe. Un papa valiente, capaz de dar su vida y su honra por la Sagrada Escritura y por la Sagrada Tradición, auténticamente interpretadas por el Magisterio de la Iglesia. Un papa con una enorme fe –católica ortodoxa–, capaz de proteger y restaurar en la Iglesia la doctrina de siempre: la doctrina de Cristo. Como dijo el cardenal Müller: “La cuestión no es entre conservadores y liberales, sino entre ortodoxia y herejía”.
Es necesario, por tanto, rezar con toda el alma para que, durante el Cónclave, el Espíritu Santo ilumine a los cardenales, y para que estos, con prudencia, sigan sus mociones. Solo así, el papa electo, será el que Dios quiere. Está en juego la guía espiritual de los 1400 millones de almas católicas que pueblan la Tierra.
Cuando las pasiones están desatadas, es fácil que nos gobierne el diablo. Procuremos por tanto ser prudentes: para echar al diablo al infierno, y que se haga la voluntad de Dios…