Hace apenas una semana el mundo entero observó con preocupación la escalada del conflicto entre India y Pakistán, dos países con armas nucleares que hicieron “sonar los tambores de guerra” y se provocaron mutuamente daños significativos. En la cuenca del río Indo, una de las más densamente pobladas y con gran dependencia de los recursos hídricos para la agricultura y la generación de energía, viven más de 250 millones de personas.
Algunas horas después, en Roma, comenzaba el Cónclave para la elección del nuevo papa de la Iglesia católica, un acontecimiento seguido con atención desde todas las regiones del planeta. La irrupción del cardenal Robert Prevost, ahora León XIV, sacudió los pronósticos más difundidos y dio a conocer a un misionero estadounidense, agustino, matemático y profundo conocedor de América Latina, que en su primer mensaje desde la plaza San Pedro hizo un fuerte llamado a la paz.
El frágil cese al fuego acordado entre India y Pakistán, los intentos por establecer rondas de paz entre Rusia y Ucrania en Turquía, más el interminable escenario bélico de Israel y Hamas en Gaza muestran un panorama sumamente complicado, sobre todo teniendo en cuenta la debilidad que tiene hoy en día el sistema de las Naciones Unidas. Una aparente tregua lograda en estos días en la “guerra comercial” entre Estados Unidos y China por lo menos contribuye a bajar la tensión global. Pero la posibilidad de que se desencadene una tercera guerra mundial con derivaciones imprevisibles no parece muy lejana.
En contraste, aparecen signos de esperanza, como las más de 200 mil personas que participaron este lunes en la procesión de las velas en Fátima, Portugal. Hay algo que parece removerse desde lo profundo de muchas sociedades, con un reclamo de fraternidad auténtico, que es muy diferente a la mera tolerancia de algunas vertientes multiculturalistas o al individualismo que propaga la economía del descarte.
Una reseña escrita por Methol Ferré y publicada en la revista católica Nexo en 1987 hacía el siguiente comentario sobre el libro San Agustín del teólogo germano-polaco Erich Przywara y la figura de aquel santo como “genio de la síntesis”, pero también de la “Agonía” y de las “grandes fronteras”:
“Primero en el derrumbamiento de la Ecúmene Antigua, cuando se eleva a la teología de la historia de la ‘Ciudad de Dios’. Luego su resurrección medieval, en la Europa naciente de las ciudades y el fin del Sacro Imperio germánico romano, con Santo Tomás, San Buenaventura y Duns Escoto. Finalmente, en la tercera fase, en la nueva Ecúmene mundial desde el siglo XVI”.
“Przywara escribía esto en la última guerra civil europea, que iba a cerrar el ciclo de la unificación de la Ecúmene mundial. Su San Agustín es de 1934, en pleno desencadenamiento trágico de las furias del nazismo, en el ‘apocalipsis del alma alemana’ (como definió Balthasar) que significó justamente el fin de la primera fase de la Ecúmene mundial, la europea. Una segunda época de la Ecúmene mundial se ha abierto desde 1945. Desde el ángulo eclesial es el Concilio Vaticano II. Y aquí, Agustín tiene un nuevo papel, en la nueva frontera cuando emergen China, India, América Latina, etc. Przywara había previsto esta nueva frontera. Una cuarta fase, a las tres que el también ‘agónico’ Przywara señala. Esa cuarta fase, ya en la segunda época de la Ecúmene mundial, es la que nos toca vivir”.
Sentar las bases para una convivencia pacífica en este mundo poliédrico, multipolar e interdependiente aparece como un gran desafío para toda la humanidad, sin caer en la desviación globalista que pretende uniformizar a partir de un modelo tecnocrático ni tampoco en el aislamiento y el levantamiento de muros entre los pueblos que proponen algunos proyectos políticos mesiánicos.
El trabajo ante una nueva revolución industrial
El historiador Patricio Lons recuerda que una ordenanza de 1593 del monarca español Felipe II estableció la limitación de la jornada laboral y la paga de medio salario en caso de lesiones del trabajador, previendo incluso la confiscación de bienes o la cárcel para los incumplidores, diferenciándose así España y las Indias de otras potencias de la época.
No obstante, el mes de mayo tiene una connotación especial en lo que se refiere a la cuestión obrera por los episodios de la huelga de trabajadores industriales de Chicago (EE. UU.) en 1886 reclamando su inclusión en la Ley Ingersoll, firmada por el presidente Andrew Jackson unos años antes. En un editorial de La Mañana de 2022 se sostenía: “La revolución tecnológica había cambiado radicalmente el mundo de la producción y con ello vendrían profundos cambios en la organización de la sociedad. Pero la gente, naturalmente, no estaba preparada para estos cambios. Es frente a esa realidad que, mientras desde algunas latitudes se imponían por el mundo ideas que justificaban la pasividad del Estado ante el manifiesto deterioro en las condiciones de vida de las familias, en 1891 el papa León XIII enviaba su encíclica Rerum Novarum. La ‘cuestión obrera’ era magistralmente resumida por el sucesor de Pedro con palabras que, lamentablemente, tienen hoy la misma vigencia que cuando fueran escritas trece décadas atrás”.
Precisamente en Chicago nació el actual papa León XIV, ciudad que tiene una importante inmigración polaca y latinoamericana. El papa Juan Pablo II la visitó en 1979 y dos años después escribió la encíclica Laborem Exercens sobre la dignidad del trabajo humano, mientras que en 1991 publicó Centesimus Annus, conmemorando un siglo de la Rerum Novarum que dio a luz la Doctrina Social de la Iglesia.
Ha sido muy esclarecedor el discurso de León XIV ante el Colegio Cardenalicio en el que señaló uno de los motivos de la elección de su nombre: “Hay varias razones, pero la principal es porque el Papa León XIII, con la histórica encíclica Rerum Novarum, afrontó la cuestión social en el contexto de la primera gran revolución industrial y hoy la Iglesia ofrece a todos, su patrimonio de doctrina social para responder a otra revolución industrial y a los desarrollos de la inteligencia artificial, que comportan nuevos desafíos en la defensa de la dignidad humana, de la justicia y el trabajo”.
Hoy conviene releer el libro de Ignacio Munyo y Federico Castillo titulado La revolución de los humanos. El futuro del trabajo en el que se adentran en el estudio del proceso de automatización que ya comenzó y se plantea cómo lograr sustituir trabajos automatizables por trabajos complementarios a ese avance. Bill Gates ha llegado a decir que con la inteligencia artificial vamos camino al fin del trabajo humano que, acotamos, lejos de ser un estadio de felicidad perpetua puede ser en realidad un proceso que lleve a la sociedad a enfrentar serios problemas de convivencia y una amenaza a la libertad, agravados por la concentración del poder y la riqueza en pocas manos, que inevitablemente hace suponer a gobiernos totalitarios.
Adentrarse en este tema del trabajo, crucial también para nuestro país, por supuesto, va a requerir de nuestros gobernantes, de los empresarios, de los sindicatos y de la academia un esfuerzo de estudio, de creatividad y de visión profunda que puede y debe nutrirse del pontificado de León XIV.
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