En esta última semana varios acontecimientos internacionales captaron la atención de la opinión pública uruguaya. La elección del papa León XIV, el desfile de la Victoria en Moscú y los enfrentamientos entre India y Pakistán, entre otros, acapararon buena parte de los titulares de los medios de comunicación.
En nuestro país, mientras tanto, la atención se centró en las elecciones departamentales del pasado domingo. Más allá de que no se esperaban, y no se produjeron, grandes sorpresas (a excepción de la paridad en Lavalleja), siempre despierta interés constatar números, verificar aciertos o errores de las encuestadoras, pontificar a algún exitoso competidor o crucificar a algún perdedor. En fin, la historia de siempre.
Sin duda, la elección más relevante del pasado domingo fue la que se verificó en la capital del país, en la que resultó ganador Mario Bergara, en consonancia con lo que anunciaban todas las encuestas. Claramente esta elección era más complicada para la oposición capitalina que la del 2020. Siempre hemos dicho que aquella de hace 5 años era ganable si se hubiera hecho lo que nosotros planteamos: ir con tres candidatos fuertes que sumaran voluntades en distintos sectores de la sociedad montevideana. Incluso llegamos a ofrecer nuestra candidatura como una de las tres a presentar, lo que implicaba concurrir a la elección con el lema Cabildo Abierto. Lamentablemente no se aceptó nuestra postulación, y se terminó compareciendo con la candidatura única de Laura Raffo. Decimos que aquella elección era más ganable que esta, ya que ahora el gobierno nacional en manos del Frente Amplio pudo haber influido en la decisión de muchos votantes.
A la luz de los resultados del domingo en Montevideo podríamos hacernos varias preguntas que cada uno contestará de acuerdo con su criterio político, y que podrían ser objeto de estudio de especialistas en la materia, politólogos, sociólogos y hasta psicólogos. ¿Como puede ser que una ciudad que no puede solucionar los asuntos básicos de la gestión municipal elige y reelige siempre al mismo partido que no ha sabido dar soluciones? ¿La gente vota de acuerdo con sus conveniencias mirando lo mejor para la ciudad, o antes que nada la mueve el odio al adversario político? ¿Cuánto les afecta a los habitantes de la capital la mugre que desborda contenedores, el caos en el tránsito, la ciudad poceada y grafiteada, los ruidos excesivos a toda hora, la falta de iluminación? ¿Esto le importa a la gente, o lo que realmente le importa es que el Frente Amplio retenga su bastión de poder al que se aferra desde hace 35 años? En definitiva, que siga siendo la agencia de colocación de compañeros que ha sido desde 1990 y el trampolín para retener o conquistar el gobierno nacional.
Podríamos aceptar, a modo de respuesta, y es totalmente válido, que el comportamiento de la gente se parece cada vez más al de un barrabrava de un club de fútbol: no importa cómo juegue el cuadro, igual serán hinchas fanáticos hasta el final. Vale cualquier insulto al cuadro contrario y, por supuesto, al juez del partido.
Pero si esto fuera así, tan sencillo y tan lineal, puede ganarnos el desánimo y la idea de que no hay nada para hacer, que hagamos lo que hagamos, por mejores que sean los candidatos que presentemos, el resultado final será inalterable y terminaremos muriendo entre la mugre y el mal gobierno.
Por el contrario, pensamos que a la hora de hacer un análisis serio, que de eso se trata si es que pretendemos cambiar la realidad, no podemos caer en el insulto a los electores, como lamentablemente lo ha hecho algún actor político, y deberíamos reconocer que el Frente Amplio le ha sabido llegar al corazón de mucha gente con acciones que, aunque no sean de específica responsabilidad departamental, le afectan su vida: policlínicas, comedores, carnaval, espectáculos gratuitos, alguna obra (plaza, iluminación, etc.) localizada en el corazón de las barriadas más populosas…
Si pretendemos algún día recuperar Montevideo deberíamos aceptar que los rivales ganan porque saben llegarle a la gente, porque hacen un trabajo de hormiga constante en una estrategia que vienen aplicando desde hace décadas y que tiene como objetivo crear lo que ellos llaman “gérmenes del poder popular”. Esto significa acompañar la vida del vecino en todas sus instancias, estando presente en el barrio, en la escuela, en el trabajo, en el club, en la cooperativa, participando allí donde se desarrolla la vida de cada vecino, tejiendo una bien pensada telaraña de poder a la que siempre, tarde o temprano, deberá recurrir el ciudadano común para encaminar su vida.
Deberíamos aprender de ellos, evitar que nos gane el derrotismo y salir a la cancha ya, en 2025, si es que pretendemos el triunfo en 2030. La realidad manda y no hay otro camino que entenderla…