Parece que don Francisco Goya y Lucientes (1746-1828) además, de ser un gran pintor, tenía fama de ser bastante irascible. Y su carácter no cambió cuando en 1773 casó con doña Josefa Bayeu (1747-1812), hermana del celebrado pintor Francisco Bayeu (1734-1795). El personaje de Goya es demasiado grande para ser tratado en una sola nota, de modo, que veremos en ésta un episodio relacionado con la Basílica de Nuestra Sra. del Pilar en Zaragoza y con el carácter de Goya.
Hacia 1780, Bayeu había obtenido la dirección de las obras del decorado de la catedral del Pilar en Zaragoza y se encargó de ello con su hermano Ramón (1744-1793) y con Goya. Los bocetos de Goya no resultaron del agrado de la comisión de obras, que requirió el juicio de Bayeu. Goya, que consideraba estar al nivel de su cuñado protestó enérgicamente contra la medida y amenazó con dejar los trabajos.
Ante la poco grata situación que se había generado, el P. Félix Salcedo, Cartujo de Aula Dei le dirige una carta instándolo a reflexionar. La misiva es, en sí, una verdadera lección y redactada con tal delicadeza, que merece transcribirse. Seguimos el texto publicado en la madrileña Revista contemporánea Nº 9/1882, con la firma del historiador Cipriano Muñoz y Manzano (1862-1933).
La carta
“Aula Dei, 30 de marzo de 1781
Mi querido amigo y dueño:
En vista de la variedad de cosas que llegan a mis oídos, sobre las historias con su hermano D. Francisco Bayeu, y de haber tenido carta de un amigo mío, y también de vuestra merced, en que me dice que habiendo vuestra merced presentado los bocetos de las pechinas a la junta del Cabildo, decretó ésta que no los admitiría por buenos ni proseguiría vuestra merced en su obra, mientras no los acompañase la aprobación de dicho Bayeu, pero que vuestra merced se ha cerrado absolutamente a no pasar por su censura, y a irse antes a Madrid que convenir en ello.
No puedo dar asenso a semejante resolución. Lo tengo a vuestra merced por hombre de más juicio y prudencia que la que correspondería a ese hecho: también me hago cargo que, como hombre, puede resolver sin el mayor acierto, a que las leyes de su facultad, pidan determinaciones distintas de las que yo puedo figurarme. Sea lo que fuese, fundado en el especialísimo afecto y cariño que a vuestra merced tengo, por el que le deseo el mayor acierto en todas sus cosas, y que en todas resplandezca su cristiandad, su hombría de bien y su honor, me tomo la licencia de exponerle mi sentir”.
Como Nuestro Señor
“En primer lugar, digo a vuestra merced que no hay en el hombre acción más noble, cristiana y religiosa, que el humillarse a otro hombre, cuando lo pide la razón o la ley de Dios; y cuanto más se humille y lo merezca menos la persona a quien se humilla, tanto más heroica y meritoria será la acción.
Nuestro Redentor Jesús nos enseñó esta doctrina con obras y con palabras; con obras, humillándose y obedeciendo hasta a sus sayones; y pasando por el juicio de unos jueces protervos, preocupados y enemigos implacables suyos, en el que fue condenado a muerte de cruz, contra toda justicia y contra toda ley; con todo pasó por ella, sin apelarla ni resistirla, porque nos convenía para nuestra redención y para su infinita elevación y gloria; pues fue infinitamente exaltado porque se humilló infinito. Con palabras innumerables nos recomienda esta virtud. Aprended de mí, nos dice, que soy manso y humilde de corazón. El que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado.
Esta sentencia indefectible es de aquel Señor de cuya mano han de venirnos todos los bienes, así espirituales como temporales, o los castigos en uno y otro, pues quien quiera ser distinguido en honor, humíllese para amor del Señor, pase por esta sumisión tan repugnante a nuestra natural soberbia y altivez, ponga debajo de los pies todo respeto humano, todo lo que dirán los hombres, y sólo para complacer a Dios haga su humillación, que no faltará a su palabra en exaltarlo”.
La voz de la razón
“En el caso presente también pide la razón que vuestra merced se humille, ya porque la junta sólo pide lo que ofreció Bayeu al Cabildo, de dirigir la obra de vuestra merced y D. Ramón, de modo que quedase a su satisfacción, siendo vuestra merced sabedor de ello, y aunque con el dicho haya vuestra merced convenido en otro, no ha sido con consentimiento del Cabildo; éste siempre puede hacer se cumpla lo tratado; es el dueño de la obra, quien la paga, y, por lo tanto, puede valerse de la censura de quien lo entienda para su satisfacción; en esto nada ofenden a vuestra merced, antes es a su favor, porque si la obra es buena, con la censura se publica por tal para todos y sale de la variedad de opiniones.
Y cuanto mejor sea el sujetarla a parecer ajeno, cederá en honor de vuestra merced; esto, aunque la hubiera de juzgar el peor pintor del mundo, porque la obra será la que siempre dará testimonio del mérito de vuestra merced, y el haberla sujetado á visura de otro, lo dará de su humildad y hombría de bien. Fuera de que sería muy mal visto de todos el que por una etiqueta se estrellase con todo un Cabildo, que puede favorecer mucho a vuestra merced y a los suyos, porque no sabe vuestra merced lo que Dios le guarda, y es justo quedar bien con él. Es la primera obra de nota que a vuestra merced se le ha ofrecido, y seria cosa lastimosa saliese vuestra merced de ella pleiteando; que, aunque ganase el pleito, quedaría en el concepto de hombre vuestra merced: pero de lo contrario, no espere vuestra merced buen éxito”.
Buen consejo
“Mi dictamen, como de su mayor apasionado, es que vuestra merced se someta a lo que pide la junta, que haga llevar sus bocetos a casa de su hermano, y le diga con el mejor modo: esto pide el Cabildo, aquí los tienes; regístralos a tu satisfacción, y pondrás por escrito tu dictamen para presentarlo, portándote en ello según Dios y tu conciencia te lo dicte. Y esperar la resulta. Reflexiónelo vuestra merced despacio, pídale a la Virgen del Pilar le dé luces para el acierto, y ejecute lo que le parezca, ha de serle más grato á S.M. y a su divino hijo, que también le pide lo mismo; porque soy su amigo de corazón que B. S. M.”.
Pocos días después, Goya le contesta aceptando la mediación el sacerdote: “…haré nuevos bocetos para las pechinas, de acuerdo con mi cuñado don Francisco Bayeu, y precedida la aprobación de éste en los términos que los señores de la junta determinen, pasaré a ejecutarlos en la media naranja, haciendo igualmente en ésta lo que pareciere a dicho mi cuñado. Suplico a vuestra merced se sirva dar noticia a los señores de la junta de esta prueba de mi justa consideración a sus preceptos, y de la sumisión con que venero sus resoluciones, dispensándome vuestra merced los que fueren de su agrado. Nuestro Señor guarde a vuestra merced muchos años. En 6 de abril de 1781”.
Dicen que los aragoneses son cabezones, lo cierto es que en el caso prevaleció el buen sentido. De todos modos, su trabajo se limitó a la pintura de la Cúpula Regina Martyrum de la Basílica, que ilustra esta nota, y que bastaría para asegurarle su sitial en la fama.
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