“Creo, a saber, de acuerdo con la causa más verdadera, pero menos aparente de lo que se dice, que los atenienses al hacerse poderosos y producir miedo a los lacedemonios, les forzaron a luchar”. Tucídides, hace 2500 años, ya comprendía que los conflictos no estallan por las razones declaradas en público, sino por miedos, equilibrios y ambiciones ocultas en los pliegues más profundos de la política internacional.
Hoy, mientras el mundo presencia una acelerada carrera armamentista y un retroceso diplomático alarmante, Uruguay busca sostener su tradicional apuesta por el derecho, la cooperación y la democracia. La reciente participación del presidente Yamandú Orsi en la cumbre Democracia Siempre en Santiago de Chile refleja esa intención, aunque los vientos del mundo parecen soplar en dirección contraria.
La cumbre convocada por Gabriel Boric reunió a líderes progresistas como Lula da Silva, Gustavo Petro y Pedro Sánchez para firmar la Declaración de Santiago. Allí se ratificaron valores democráticos y la voluntad de enfrentar el avance autoritario, la desinformación y las desigualdades crecientes. Orsi expresó que “la democracia no puede ser solo un régimen de elecciones, sino un proyecto de dignidad y justicia para nuestros pueblos”. Palabras necesarias en un contexto en que el poder vuelve a medirse más en tanques y misiles que en consensos multilaterales. No obstante, está por verse si este tipo de instancias tendrá algún tipo de peso o incidencia y no será motivo de distanciamientos con países como Estados Unidos, por ejemplo, o Argentina sin ir más lejos.
Mientras tanto, Alemania anunció que su presupuesto de defensa crecerá hasta los 152.800 millones de euros en 2029, llegando al 3,5% de su PBI. Para muchos, esto representa un “despertar estratégico” frente a la guerra entre Rusia y Ucrania. Para otros, significa una deriva armamentista sin horizonte diplomático que terminará por salirle caro especialmente a Alemania, tal como lo explicó recientemente el académico Roland Popp, de la Academia Militar ETH de Zúrich, en una entrevista para el periódico berlinés Berlinerzeitung.
China incrementa su gasto militar por encima del 7% anual. Rusia, que ha salido fortificada de las sanciones, avanza hacia una economía de guerra. Estados Unidos destina casi un billón de dólares al año a su defensa y Trump amenaza con usar los aranceles como arma estratégica contra el Sur Global. Irán e Israel escalan su confrontación directa en Medio Oriente.
El think-tank Atlantic Council reveló en junio un dato que hiela la sangre: el 40% de sus expertos globales cree probable una guerra mundial en la próxima década. Sin embargo, en Occidente y Asia se habla con pasmosa naturalidad de presupuestos de defensa, reclutamientos y rearme nuclear, como si la guerra fuera un simple expediente político. Se trata de un viraje de época que nos puede retrotraer a los prolegómenos de 1914.
Roland Popp había advertido que “ignorar los valores fundamentales de la civilización europea” y caer en esta amnesia histórica es una muestra de que muchas de las élites políticas actuales carecen de idoneidad para sus cargos. Europa parece olvidar el costo de la guerra total en su suelo y, al mismo tiempo, se subordina a la agenda de potencias externas, incapaz de trazar un camino propio.
En ese mundo, ¿qué significa que Uruguay asista a una cumbre como Democracia Siempre? Significa mucho y significa poco. Significa mucho porque reitera un posicionamiento histórico del país: el multilateralismo, el derecho internacional y la integración regional como caminos de supervivencia para naciones pequeñas. Y significa poco si la diplomacia es incapaz de frenar la vorágine global de poder duro y violencia.
El periodista Aris Roussinos escribió hace meses que Europa, carente de visión estratégica propia y abandonada por un Estados Unidos introspectivo, se ha convertido en un “sirviente sin amo”. Palabras duras, pero reales. Europa, dividida entre quienes piden más armas y quienes exigen diplomacia, no logra acordar un camino común frente a Rusia, China o frente a ella misma y la crisis migratoria en sus costas.
Henry Kissinger, con todas sus luces y sombras, comprendió mejor que muchos la naturaleza histórica de países como Rusia y su resiliencia tras cada crisis. George Kennan, padre de la contención, advirtió en su momento que el verdadero peligro soviético no era su fuerza, sino su miedo. Hoy, Occidente olvida esas lecciones y abraza una estrategia de humillación que puede traer costos incalculables. La guerra entre Rusia y Ucrania es injustificable desde el punto de vista del derecho internacional, pero la respuesta –sin diplomacia, sin estrategia de paz– puede dejar a Europa más cerca de la guerra total que de la paz duradera. Algo parecido le sucede a Estados Unidos tras su ataque a Irán en apoyo a Israel que lejos de haber desactivado el problema parece haberlo acentuado, aunque logró que –por el momento – se terminaran las agresiones entre ambos países. Aunque como bien expresó para esta edición de La Mañana Gabriel Ben Tasgal: “La inteligencia norteamericana señala que una sola central ha sido dañada de plano. Si eso es así, no descarte la posibilidad de que Israel vuelva a atacar a Irán, con o sin ayuda de Estados Unidos”.
En este marco, la cumbre Democracia Siempre lanzó un mensaje claro: ante el avance autoritario y la violencia política, los países del Sur Global deben fortalecer sus instituciones y promover políticas que reduzcan desigualdades. Lula da Silva insistió en que la democracia no se garantiza sola, sino que requiere sistemas de protección social fuertes. Petro pidió democratizar la economía para frenar los discursos de odio. Sánchez advirtió sobre la amenaza de la desinformación digital.
Uruguay, en la voz de Orsi, defendió su trayectoria de estabilidad y reafirmó que la democracia no puede reducirse al ritual electoral. Es un mensaje importante en un continente donde el desencanto ciudadano con la política convencional crece cada día. Sin embargo, Tucídides nos recuerda que la democracia y la diplomacia solo prevalecen si entienden el juego de fuerzas que las rodea.
La Declaración de Santiago será presentada en septiembre ante la Asamblea General de la ONU como un manifiesto a favor de la democracia. Pero mientras se firman declaraciones, el gasto militar global alcanzó su récord histórico en 2024, superando los US$ 2,4 billones según Sipri. La historia demuestra que las carreras armamentistas no producen paz, sino que aumentan la probabilidad de guerras por error de cálculo o percepción.
La pregunta, entonces, es si en este clima de desconfianza y rearme global quedará espacio para la diplomacia antes de que el mundo vuelva a aprender las consecuencias de la guerra por la vía más costosa.
Porque, como advirtió Tucídides, las causas más verdaderas de la guerra no son las que se declaran en los foros internacionales. Son los miedos mutuos, la hybris y la incapacidad de reconocerlos lo que empuja a los pueblos hacia su destrucción. Uruguay, con su voz pequeña pero moralmente significativa, apuesta a que aún haya tiempo para la palabra antes que para las armas.