La fragmentación política interna y el auge de los extremos paralizan la capacidad de acción de los gobiernos nacionales y de la UE. Con casos de estudio en España, Francia y Alemania, este análisis revela cómo la inestabilidad crónica y la falta de un liderazgo cohesionado están minando la influencia global de Europa en un momento crítico, llevando a aliados como Estados Unidos a cuestionar su fiabilidad.
El proyecto europeo, forjado sobre las cenizas de dos guerras mundiales con el ideal de una integración pacífica y próspera, se enfrenta hoy a su prueba de estrés más severa en décadas. Lejos de la unidad que presuponían los avances comunitarios, el Viejo Continente navega por aguas turbulentas marcadas por una profunda fragmentación política interna. Este fenómeno, que trasciende fronteras nacionales, no es un mero reflejo del saludable pluralismo democrático, sino la manifestación de una polarización que amenaza con paralizar la capacidad de acción de sus gobiernos y de la Unión Europea en su conjunto. En un momento histórico que demanda respuestas ágiles a desafíos globales como la guerra en Ucrania, la competencia tecnológica con Estados Unidos y China, y la transición ecológica, Europa parece sumida en un bloqueo legislativo y una inestabilidad gubernamental crónica que comprometen su peso en el mundo.
La fragmentación del panorama político
El paisaje político europeo ha experimentado una metamorfosis radical. Los grandes partidos populares y socialdemócratas, que durante décadas se alternaron en el poder en un sistema cuasi bipartidista, han visto erosionado su electorado. En su lugar, han florecido formaciones de extrema derecha, de extrema izquierda y verdes, fragmentando los parlamentos y complicando hasta el extremo la formación de mayorías estables. Esta dinámica, analizada en profundidad por el Real Instituto Elcano, señala que la polarización ya no es solo ideológica, sino también social y territorial. El centro político se desdibuja y la conversación pública se envenena con discursos que priorizan el enfrentamiento sobre el consenso.
El resultado directo es el bloqueo legislativo. Gobiernos en minoría o coaliciones frágiles e incómodas se ven obligados a negociar cada iniciativa legislativa, a menudo diluyendo su contenido o viéndose abocados a la parálisis. La capacidad de implementar reformas estructurales necesarias para la competitividad o la cohesión social se resiente enormemente. Esta “gobernanza de la minoría”, donde la oposición tiene un poder de veto fáctico, genera desencanto ciudadano y alimenta un círculo vicioso de desconfianza hacia las instituciones, del que se nutren precisamente los partidos antisistema.
Casos de estudio
- España: la diplomacia en el filo de la navaja
La situación española es un ejemplo paradigmático de cómo la política interna puede proyectar sombras sobre la posición internacional. El reciente episodio en el que el presidente Pedro Sánchez mantuvo un saludo protocolariamente normal con el expresidente Donald Trump, apenas una semana después de que este pidiera la expulsión de España de la OTAN, ilustra la delicada tesitura en la que se encuentran muchos gobiernos europeos. La necesidad de mantener la estabilidad diplomática y la lealtad atlántica choca con declaraciones que, desde el corazón de la política estadounidense, ponen en entredicho a un aliado. Este incidente, cubierto por El Economista, subraya la vulnerabilidad de las naciones europeas ante un posible cambio volátil en la política exterior de Estados Unidos, un riesgo que la parálisis interna no hace más que agravar.
- Francia: el blindaje presidencial ante la amenaza parlamentaria
Al norte de los Pirineos, el presidente Emmanuel Macron ofrece otro rostro de la crisis. Tras unas elecciones legislativas que no le otorgaron una mayoría clara, se ha visto forzado a formar un gobierno de tecnócratas y leales, encabezado por el nuevo primer ministro, Éric Lecornu. Este “gobierno de combate”, como se ha descrito, es un intento explícito de blindarse ante la amenaza latente de una moción de censura. Según El Economista, Macron busca priorizar la gestión técnica y la lealtad incondicional sobre la representación política amplia. Es una estrategia defensiva que, si bien puede garantizar la supervivencia inmediata del Ejecutivo, evidencia la debilidad de su base parlamentaria y su dificultad para impulsar un programa ambicioso sin negociaciones extenuantes y con la espada de Damocles de la censura permanente.
- Alemania: la impopularidad de la nueva “gran coalición”
El caso alemán es quizás el más significativo por su peso central en la Unión Europea. El canciller Friedrich Merz, al frente de una compleja coalición de democratacristianos (CDU/CSU) y socialdemócratas (SPD), llegó a sus primeros cien días de gobierno con un lastre de fuerte impopularidad. Como reportó RFI, la ciudadanía percibe desacuerdos internos en el gabinete y una falta de dirección clara. El regreso a la fórmula de la “gran coalición”, que muchos alemanes asociaban con el estancamiento pre-Merkel, ha generado desencanto. La incapacidad de Merz para articular un mensaje cohesionado y generar ilusión refleja la fatiga de un modelo de gobierno que, aunque busca la estabilidad, paga el precio de la falta de perfil ideológico nítido y de la percepción de que las difíciles decisiones se postergan en aras del consenso interno.
Consecuencias geopolíticas
Esta tormenta perfecta de inestabilidad interna tiene serias repercusiones en el escenario global. Una Europa políticamente dividida y ensimismada es una Europa debilitada. Su capacidad para actuar como un actor unitario y creíble en la escena internacional se ve mermada.
Esta pérdida de peso específico no pasa desapercibida para los analistas internacionales. El economista James Galbraith, por ejemplo, ofrece una crítica mordaz: “Europa se ha vuelto bastante loca. Sus élites, por supuesto, no tienen verdadera influencia, pues ¿quién podría tomarlas en serio?”. En su visión, la obsesión continental por escalar tensiones con Rusia respondería más a razones de política interna y al impulso de las industrias armamentísticas que a una estrategia sensata, preparándose para una guerra que “terminaría en pocos minutos si alguna vez comenzara”. Galbraith aboga por un camino alternativo y radical: la búsqueda de acuerdos de seguridad mutua en el continente euroasiático, un giro que, admite, requeriría “el reemplazo total del liderazgo europeo actual”.
Esta perspectiva, que considera a Europa un aliado ingobernable y errático, encuentra eco al otro lado del Atlántico. La relación con unos Estados Unidos, que atraviesan su propia polarización extrema, se vuelve más impredecible. Dando crédito a esta línea de pensamiento, figuras como el presidente Donald Trump parecen estar moviéndose para “lavarse las manos respecto de los europeos”, considerando que la OTAN, pilar de la seguridad europea durante 70 años, es un lastre y no una alianza. La fortaleza del vínculo transatlántico ya no puede darse por sentada.
En definitiva, Europa se encuentra en una encrucijada crítica. El modelo de integración basado en la ampliación y la profundización técnica ha topado con el muro de la desafección política y la fragmentación social. La polarización y el bloqueo no son fenómenos pasajeros, sino síntomas estructurales de malestares más profundos: la desigualdad, la gestión de la migración, la crisis del coste de vida y la pérdida de identidad en un mundo globalizado.
Superar este impasse requiere algo más que nuevos gobiernos de tecnócratas o coaliciones de emergencia. Parece exigir, más allá de revivir al pacto social, una renovación del discurso político que sea capaz de reconstruir puentes entre territorios y clases sociales. Los líderes europeos tienen la responsabilidad de explicar con honestidad los desafíos y buscar consensos amplios, incluso a costa de ceder en posturas ideológicas rígidas. La alternativa parece ser bastante evidente: o Europa encuentra la manera de reconectar con sus ciudadanos y recuperar la credibilidad política, o se condena a la irrelevancia en el nuevo orden mundial que se está configurando.