En entrevista con La Mañana, Roger Mirza, doctor en Letras, docente, crítico y traductor, repasa su vida entre El Cairo y Montevideo, su vínculo con la docencia, la literatura y el teatro uruguayo, y reflexiona sobre el arte, la crítica y los desafíos culturales de hoy.
Roger Mirza (El Cairo, 1944) es doctor en Teoría e Historia de las Artes por la Universidad de Buenos Aires, profesor titular y director del departamento de Teoría y Metodología Literarias de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Udelar, donde es coordinador de la Maestría Opción Teoría e Historia del Teatro. Ha ejercido la crítica teatral en diferentes medios y publicado numerosos artículos y libros sobre literatura, teoría del teatro y teatro uruguayo, entre los que se destacan Teatro uruguayo contemporáneo. Antología (coord.), Madrid, F.C.E., 1992, Florencio Sánchez, entre las dos orillas (coed.), Buenos Aires, Galerna, 1998, La escena bajo vigilancia, Montevideo, EBO, 2007, además de traducciones de Balzac, Mallarmé, Colette, Koltès y Azama. Fue nombrado Caballero de las Artes y de las Letras por el Ministerio de Cultura de Francia en el año 2000.
Empecemos por los orígenes. Nacido en El Cairo en el año 1944, creciste, estudiaste y viviste hasta tus doce años en Egipto. ¿Qué educación te dieron tus padres? ¿Qué idiomas aprendiste? ¿Qué leías?
Hablaba francés y fui al Collège des frèresen la ciudad de Heliópolis, cerca de El Cairo, un colegio de habla francesa. Tuve una educación francesa y podía entender y hablar algo de árabe, pero hablaba y leía en francés narrativa y poesía. En ese tiempo se habían establecido en Egipto familias de origen europeo (sobre todo franceses e italianos) y otras de origen libanés y sirio, además de los árabes y tenían diferentes lugares de educación, trabajos, comercios y familias, pero la convivencia era armoniosa. Mi padre era contador y egipcio de nacimiento, aunque de formación francesa y trabajaba en el diario Al Ahram, muy prestigioso allí. Él y mi madre pertenecían a la colectividad francesa y hablaban el francés y el árabe, además de un buen conocimiento del inglés. Mi madre, hija de un sirio Bazerghi y una griega de apellido Dimitriadis, hablaba también griego. En los años escolares fui a una escuela de habla francesa en Egipto hasta los 12 años inclusive, el Collège des frères. En 1957 mis padres, con los cinco hijos se vinieron al Uruguay, país que eligieron a partir de un libro sobre América Latina en el que se decían maravillas de ese país y sobre todo a partir de la carta de un amigo quien ya vivía en Montevideo con su familia y quien confirmó todo lo que decía el libro y ofreció recibirnos en su casa para los primeros tiempos.
¿Cuál fue tu primera impresión de Uruguay? ¿Cómo fueron aquellos primeros tiempos?
Llegué a Montevideo con mis padres y mis cuatro hermanos en 1957 a los doce años en el Conde Grande (transatlántico italiano). Nos recibió en su casa de Carrasco una familia amiga de mis padres y de origen egipcio, la familia Babazogli, de habla francesa, radicados en Uruguay desde hacía algunos años. Dicha familia nos recomendó el Colegio y Liceo San Francisco de Sales en Bulevar Artigas y Agraciada, en el que se habían educado sus hijos. Ya nos habían inscrito en dicho colegio al que fuimos los tres hermanos mayores (de 12, 11 y 9 años) a los pocos días de llegar. Fuimos recibidos con mucha simpatía y generosidad por docentes y estudiantes y como casi no hablábamos el castellano nos ayudó un salesiano, el padre Lecarós, a aprender el idioma fuera del horario de clase, lo que fue un importante apoyo para nuestra adaptación. En ese colegio y liceo estuve desde sexto año de primaria hasta el cuarto año de liceo y posteriormente pasé al preparatorio del IAVA. En cuanto a nuestra primera impresión, fuimos recibidos con mucha generosidad y simpatía por los uruguayos. Por contar una anécdota graciosa: algunos compañeros del colegio nos preguntaban cómo era Egipto, si había cocodrilos en el Nilo que pasaba por el Cairo, si había automóviles y ómnibus en la ciudad.
Ya en la etapa de decidir, ¿tenías claro qué ibas a estudiar y en dónde? ¿IPA o Facultad de Humanidades? ¿Cómo fue esa etapa?
Después de terminar secundaria pasé un año por la Facultad de Derecho, pero luego me inscribí en la Facultad de Humanidades y Ciencias, donde fui varios años ayudante de Literatura Francesa con José Pedro Díaz como titular, hasta obtener la licenciatura en Letras. Al mismo tiempo ingresé al Instituto de Profesores Artigas, donde me recibí como profesor de Literatura, lo que resultó mi verdadera vocación y dicté clases de literatura en diversos liceos públicos y privados de Montevideo. Finalmente me inscribí en la Facultad de Filosofía y Letras en Buenos Aires, y obtuve el título de Doctor en Letras con una tesis sobre un formidable poeta francés, Stéphane Mallarmé.
Como docente, ¿qué disfrutaste más, recorrer liceos como profesor de Literatura o con los estudiantes a nivel universitario?
Al principio no quería ser docente y pensaba dedicarme a la literatura y la creación literaria y por eso me inscribí en la licenciatura en Letras en la Facultad de Humanidades de la Udelar, pero ante una sugerencia del profesor José Pedro Díaz, de Literatura Francesa de dicha facultad, quien nos preguntó en clase de qué íbamos a vivir como licenciados y nos sugirió el Instituto de Profesores Artigas, me inscribí en dicho instituto, de donde egresé y empecé a dar clases de literatura en Secundaria. Mientras, seguía en la Facultad de Humanidades, primero como ayudante de Literatura Francesa y luego como profesor de Teoría Literaria en la misma facultad, de donde egresé también como licenciado. Posteriormente, me doctoré en Letras en la Universidad de Buenos Aires y seguí como docente de Teoría Literaria en la FHCE hasta mi jubilación. De modo que la docencia fue mi vocación y mi actividad más importante, tanto a nivel de Enseñanza Secundaria como en la Universidad, con importantes diferencias, sin embargo. Y creo que lo principal de la docencia es el contacto con los alumnos, la transmisión de una vocación, una pasión por la materia y experiencia vital, junto o más que la transmisión de conocimientos, tanto a nivel secundario como a nivel universitario con diferentes matices. En cuanto a la inteligencia artificial me interesa mucho el mundo contemporáneo y sus avances tecnológicos que pueden ser útiles en toda educación, aunque mi postura en la enseñanza es el diálogo permanente con los alumnos, en una mayéutica que haga surgir el interés y la reflexión sobre lo que leen y viven.
Fuiste nombrado Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres, en París el año 2000, y recibiste el Premio Armando Discépolo a la investigación teatral (Universidad de Buenos Aires, 2005). ¿Qué estímulos para ti fueron sustanciales: los viajes, los reconocimientos, los premios?
Los premios, los reconocimientos y los viajes son fundamentales para toda trayectoria intelectual, porque condensan y explicitan un reconocimiento público, reavivan el contacto con los receptores y con la propia vocación estimulando a quien los recibe.
Publicaste traducciones de Balzac, Baudelaire, Mallarmé, Koltès, Azama, pero te interesaba investigar algo más. ¿Cómo surgió ese interés por el teatro uruguayo? ¿Crees que Florencio Sánchez está vigente? ¿Cómo ves la dramaturgia nacional?
Como pasa muchas veces, fue un conjunto de circunstancias. Durante la dictadura Manuel Flores Mora estaba escribiendo en el diario El Día y necesitaban un crítico de teatro para el suplemento La Semana. Nos conocíamos de antes y me vino a proponer el puesto. Yo no había hecho crítica de teatro anteriormente y solo crítica literaria, pero le pareció suficiente e insistió. Finalmente acepté y a partir de allí empecé a escribir en el suplemento La Semana del diario El Día junto a amigos como Alicia Migdal, Jorge Albistur, Roberto de Espada, Enrique Estrázulas, entre otros. A partir de allí empecé a interesarme más por el teatro uruguayo.
Pienso que la dramaturgia uruguaya, empezando por Florencio Sánchez, está plenamente vigente y tiene muy buen nivel, pero además siguen surgiendo dramaturgos jóvenes con vigor y plena conciencia de las dificultades, pero que aceptan los desafíos de la cultura contemporánea frente a un mundo devastado por la universalización de las guerras y donde el arte es un lugar de confrontación de ideas y emociones. Esto se puede ver en algunas puestas en escena actuales que revelan una verdadera transformación de la teoría y la práctica teatrales atravesadas por la violencia de la actualidad.
¿Cómo ves el papel del crítico hoy en día? ¿Cómo es hacer crítica en tiempos de streaming, de redes en que los espectadores son prosumidores y todos pueden opinar libremente?
Es cierto que se han multiplicado las formas y los medios de expresión y de comunicación. Y eso plantea un desafío para la cultura. Pero, así como la llegada del cine no anuló el teatro, los cambios actuales abren nuevas posibilidades sin excluir las anteriores, aunque compitan con ellas.
¿Cuál de todas tus obras es tu preferida y por qué?
La escena bajo vigilancia es la obra que elijo, porque es la más consistente y abarcadora y cubre un período terrible de la historia de nuestro país y destaca y desarrolla la importancia del contacto que genera el teatro entre la escena y los espectadores en una especial complicidad entre ambos, a tal punto que el público a veces sobreinterpretaba los diálogos y aplaudía o se reía ante cualquier sugerencia que apuntara a formas de violencia o de abuso de poder. A partir de esa situación se produjeron cambios en las condiciones mismas de la representación.
Compartiste muchas instancias con la gente de teatro independiente, ¿qué piensas de esas generaciones que fundaron, mantuvieron y dejaron el legado hasta hoy? ¿Eran otros tiempos?
Además del empuje, energía y entusiasmo que marcó el surgimiento del teatro independiente en Uruguay, hay que destacar también la formidable resistencia de esos grupos durante la dictadura a través de múltiples recursos para aludir en medio de la opresión a los abusos del poder dictatorial, al mismo tiempo que existía una apertura a cambios en la concepción escénica y la emergencia de nuevos dramaturgos, directores y actores, en un período particularmente difícil y hasta el presente. En La escena bajo vigilancia hay una reformulación de la decisiva participación del teatro independiente en la escena teatral uruguaya desde los años sesenta hasta el presente.
¿Nunca te tentó hacer teatro? ¿Qué te queda por hacer? ¿Qué le aconsejarías a un joven estudiante al que le gustan las letras o lo teatral?
Nunca me tentó hacer teatro, aunque la docencia contiene algo de teatral. Siempre quedan cosas por hacer, por suerte, y sigo con mis pasiones e intereses, la lectura, la escritura y todas las formas del arte, de creación y de comunicación que me siguen interesando, así como la pasión por la lectura y la escritura que me sostienen hasta el presente. Al joven le diría que siga su búsqueda. También le diría que siga su propio impulso y apueste, que la elección surgirá de su experiencia.
Si no estuvieras aquí y en este momento, ¿en qué lugar y época te gustaría estar?
No cambiaría de lugar ni de época.