“Doce años van, que estoy yendo al Colegio,>
y suman en total dos mil jornadas…”
Así iniciaba el soneto que le dedicaba al querido Colegio de los Vascos, como se le conocía en Montevideo al Inmaculada Concepción de Mercedes y Julio Herrera y Obes, con su espléndida iglesia contigua. Pero el viejo Colegio cerró definitivamente sus puertas.
Abierto a miles de niños y adolescentes durante 168 años de vida, desde que en 1867 aquellos sacerdotes vascos franceses y bearneses llegaron a estas costas en su misión evangelizadora y educadora en el Cono Sur de Sudamérica, como les había encomendado el fundador de su congregación, san Miguel Garicoïts.
De las más antiguos del país, esta institución educativa dio cursos de primaria y secundaria, luego habilitado por el Estado –siempre censor– e inició una larguísima etapa de docencia y formación humana y espiritual a contingentes de niños y jóvenes uruguayos, hijos de inmigrantes y extranjeros por más de un siglo y medio ininterrumpido.
Tuve el honor de ser exalumno –desde 1956 a 1967– y de ahí que le solicité a La Mañana este espacio, que gentilmente me cedió, para recordar, como homenaje, algunos datos de su historia tan nutrida y fecunda.
Cursé jardinera, primaria y liceo –no había “preparatorios” o bachillerato– todo en tiempo de varones en exclusiva, hasta que años más tarde que fue mixto. No pretendo y seguro no sería capaz de hacer una historia completa de un instituto tan conocido y frecuentado desde el final del siglo XIX hasta el presente.
Desearía sí transmitir los hitos más sobresalientes, a partir del legado de nuestros mayores, los años presenciales y los relatos de las generaciones siguientes.
Algo de historia
El colegio, fue fundado por los sacerdotes de la Congregación del Sagrado Corazón de Jesús de Betharram, localidad de los pirineos franceses, cercana a Lourdes, donde tiene su monumental casa matriz.
La tradición atribuye un milagro a la Virgen, salvando de las aguas del torrentoso río Gave de ese lugar, tendiéndole una rama para sacarlo del agua. Fue el “Ramo hermoso” o Betharram, advocación que tomaron los curas designados por el obispo de Bayona, Francia, para la nueva misión, de ahí que se les conociese como los Padres Bayoneses en el Uruguay y en los países vecinos donde también fundaron varios colegios, en Buenos Aires, La Plata y Rosario en Argentina y en Asunción del Paraguay.
Arribaron los clérigos a Uruguay en 1861, con gran ilusión, a atender espiritualmente y luego como docentes a la importante colectividad vasca residente en Uruguay y Argentina, como producto lógico de las grandes oleadas migratorios de la segunda mitad del siglo XIX.
Los padres Barbé, Guimón, Harbustan y Larrouy fueron los pioneros de la obra misionera. Crearon una residencia vasca, con una capilla y al poco tiempo fundaron el colegio en 1867, que, dado el crecimiento de nuestra capital a un ritmo vertiginoso, fueron poblando rápidamente sus aulas de hijos de inmigrantes, y también criollos, de familias que comenzaban a prosperar con el comercio, los oficios y las profesiones tan demandadas.
Recojo la información de los relatos de los sacerdotes, tanto del colegio como de la parroquia –que funcionaban por separado– y también de profesores y exalumnos que no perdían ocasión, oficial o coloquial, de relatarnos tantos sucesos y nombrarnos aquellos antiguos alumnos y profesores que se habían destacado por sus actividades profesionales, artísticas o de bien social.
Otros valiosos materiales de consulta son los llamados Anuarios que se entregaban a fin de cada año, con las listas y calificaciones de todo el estudiantado, y una crónica de todo lo acontecido –puertas adentro y afuera– en materia educativa, deportiva, cultural y religiosa, abundantemente ilustrado con fotos testimoniales.
En esta ardua tarea, que sería extensa e imposible para mí de ser justa y completa, debo recordar que el exalumno más prestigioso que tuvo el colegio: el Poeta de la Patria, don Juan Zorrilla de San Martín, que estudió entre 1867 y 1872, de sus 12 a sus 17 años.
Nombraremos entre tantos exalumnos a Federico Giró, Juan José Sosa Díaz, Raúl Adami Casaravilla, Roberto Callander Rospide, Guillermo Armas, Luis Sayagués Laso, Héctor González Karlen, Carlos Vigliecca, Aldo Bonsignore, Jorge Bergalli Campomar, Martín Pérez Scremini, entre tantos que se destacaron en su vida pública o privada, con desempeños dignos y meritorios en lo profesional, social o religioso.
Debemos recordar maestros y profesores de larga trayectoria docente como Marta Pombo, Miguelina Brancato, Francisco Di Landro, Manuel Viera, Jorge Baliñas Barbagelata, Eduardo Santos Puig, y sacerdotes: Juan Pucheu, Hipólito Carrère, Ángel Cerruti, Carlos Bigatti, Jacinto Meda, José Ma. Ruiz, Hermano Enrique Chà y el último religioso de la casa, padre Enrique Gavel.
Las diversas actividades del colegio
Colegio Liceo de la Inmaculada Concepción (RR. PP. Bayoneses) era la denominación oficial, de ahí que para el deporte y otras secciones se usase la sigla CLIC, que con sus colores blanco y negro, lucía en las vestimentas en cada caso, no en el uniforme, en el que se destacaba el escudo del Colegio con las iniciales FVD, por Fiat Voluntas Dei o “Hágase la voluntad de Dios”, que era el lema del fundador san Miguel Garicoïts y cada uno lo tenía grabado en su mente y corazón.
Docencia y disciplina
En el aspecto académico, Los Vascos tuvieron un muy buen nivel docente conformado por maestros de primaria, profesores de secundaria y varios sacerdotes que ejercían la docencia de ciencias, letras e idiomas con excelente preparación.
Había clases en medio horario, matutino. Hubo una época de “medio pupilaje”, optativo y lo mismo el “estudio vigilado” de 14 a 17 horas.
Llegar tarde de mañana era media falta hasta los 5 minutos, o falta entera después. Al faltar, se llamaba a la casa del ausente a corroborar y justificar con los padres el hecho.
La “libreta de notas” era semanal y se entregaba los sábados y debía regresar firmada por los padres el lunes, sin dilación. Se usaban, además, obviamente, los carnets de las tres reuniones de profesores trimestrales.
Capítulo aparte era la disciplina. Era el “plato fuerte” de la institución. Es más, muchos alumnos venían por esa causa al tener sus “asuntos no resueltos” en sus hogares o en otros colegios y se suponía que en Los Vascos los acomodaban, cosa que sucedía con frecuencia.
Los prefectos de disciplina en primaria y otro en secundaria, más un bedel polifuncional, no dejaban pasar una incorrección, ni en la clase, ni en el patio, ni en la fila, ni en la iglesia. Modales, conversación, olvido de útiles, “papeles en el suelo”, defectos en el uniforme o falta de guardapolvo, los brazos debían estar cruzados siempre que se estaba quieto en el banco o en la fila. Impactaba el silencio total e instantáneo al sonar la segunda campana en cada recreo, después del alborotado griterío de todo el liceo en el patio principal…
El ámbito religioso: doctrina y apostolado
No faltaba, como es lógico, la participación en actividades confesionales como la misa de los viernes, las festividades religiosas y la integración –voluntaria siempre– en grupos como la Congregación Mariana, la Cruzada Eucarística o el Pequeño Clero, procurando transmitir entre los compañeros de dentro y fuera del Colegio, pautas de caridad cristiana.
El Mes de María era de octubre a noviembre, con una ceremonia diaria y el canto por todo el alumnado de las letanías lauretanas y el final del ciclo con procesión en el patio.
Paseos turísticos y acontecimientos populares
Los paseos del Colegio deben haber dejado en todos los que los hacían –como a mí– la mejor vivencia de compañerismo y sana diversión, no exentas de picardías.
Todos los feriados –o sea una vez por mes– se salía temprano en ómnibus a visitar lugares de turismo o paisaje de la zona sur del país para poder hacerlo en el día. Así recorrimos Atlántida, Punta del Este, Sierra de Minas, Mataojo del Solís, el Pan de Azúcar subiendo a su cruz, la visita a Rincón del Bonete o la clásica ida al Chuy y la Fortaleza de Santa Teresa.
Oración al salir y al rato cantos, bromas, almuerzos a campo y mucha naturaleza y diversión ente compañeros y varios frailes y profesores. ¡Inolvidables!
Hubo hitos como la Jura de la Bandera del Bicentenario del nacimiento de Artigas en 1964, donde una alfombra de miles de estudiantes honramos al pabellón nacional, desde el Obelisco a la Plaza Independencia, en aquella gélida pero tan emocionante mañana de junio.
El desfile del centenario del Colegio con la ofrenda ante el Prócer fue muy vibrante y me tuvo como abanderado orgulloso. La procesión del día de Corpus Christi movía a todos los centros católicos y feligreses hasta recibir la bendición –varios años por el primer cardenal del Uruguay, monseñor Antonio Ma. Barbieri– al pie del monumento a Artigas, con una verdadera multitud orante y devota.
Deportes
Los deportes ocupaban buena parte del tiempo libre, con fútbol y básquet en campeonatos internos y ente otros colegios católicos de Montevideo. Teníamos un excelente campo de deportes en Melilla.
Se inculcaban en ese ambiente distendido valores permanentes, tal era el lema del departamento deportivo: “Amistad, fidelidad, disciplina y caballerosidad”.
Reflexión final
Debo señalar como corolario de esta nota, tan sentida, que desparece de nuestra ciudad una institución que, si bien marcada notoriamente por su religiosidad, tuvo como norma de enseñanza los valores humanos esenciales, que seguro los padres de familia querían para sus hijos: humildad, generosidad, templanza, modales, caridad con el prójimo.
Aunque todo parece ‘cosa juzgada’, imploramos, de corazón que se pueda repetir el milagro de Betharram y aparezca el divino ‘Ramo hermoso’ a sacar del torrente al niño que se ahoga. Una idea, una acción, una solución adecuada, puede salvar al Colegio de Los Vascos de su cierre definitivo.
¡Fiat Voluntas Dei!
(*) Ingeniero Agrónomo – Maestro del Lavoro





















































