Quizás convenga efectuar un viaje desde el Río de la Plata hasta el Caribe, dado que según parece algo podría pasar allí en los próximos días. Podría, en condicional.
Esto viene a cuento porque en nuestro país, y por supuesto también en el mundo los ditirambos hacia María Corina Machado por haber recibido el Premio Nobel de la Paz, son estruendosos, falta que se tiren bengalas y cohetes, menos desde las izquierdas, naturalmente.
Esta señora es contraria al gobierno de Maduro, claro está, habiendo comparecido como figura visible de la oposición en las últimas elecciones presidenciales a pesar de la notoria falta de garantías que existían, al punto tal que las caravanas de los opositores no podían ni detenerse en algún parador para tomar algún refrigerio porque luego el gobierno lo clausuraba (¡!) con lo cual en forma indirecta, quiérase o no, guste o no, contribuyó a legitimar de alguna manera la victoria del exconductor de autobuses y especialista en conversar con las aves.
¿Cuál fue la obstinada razón de la oposición en presentarse a esos comicios? Misterio, al parecer la claque internacional de liberales, socialdemócratas, social-liberales y afines pensaban que con su enorme apoyo, prestigio y elevada estatura cívica y moral (la de ellos, por supuesto) la iban a dejar ganar o por lo menos que tendría la posibilidad de hacerlo gracias al sagrado voto liberal. Es increíble: no puede haber tanta ingenuidad en gente grande que se dedica a la política. El problema básico es que los liberales parlamentaristas no pueden acoger en sus mentes la idea de que no a todo el mundo le gusta ese sistema ni piensan igual que ellos, para bien o para mal. Y esto no es nuevo, ya por la mitad del siglo XVIII lo mencionaba Montesquieu en su Espíritu de las leyes, del cual se recuerda –solo y convenientemente– el tema de la separación de poderes y punto. Faltaba más.
Pero bueno, eso ya es historia, ahora con el Nobel de la Paz en la mano pensarán que todo será más fácil, especialmente por los apoyos dialécticos que han surgido de estas tierras, la democracia, la libertad, el Estado de derecho, en fin, todo el arsenal conocido y bien difundido.
Sin embargo, algunas personas tienen fama de ser cautelosas, como los discípulos de santo Tomás. Con Nobel o sin él, Maduro no dejará el gobierno, sea porque no quiere, sea porque no lo dejan, sea por lo que sea y tampoco aparece a la vista alguna revuelta militar interna, por miedo, por conveniencia o por cualquier otro motivo. Y entonces, ¿quién destraba el nudo, porque Alejandro y su espada no están?
La respuesta no es difícil: a Maduro lo sacan con los pies para adelante (figuradamente, claro) o no lo sacan. Y menos aún la Sra. Machado. ¿Quién podrá? Solo uno: Donald Trump.
El punto es que la política exterior del rubio presidente norteamericano ha fracasado notoriamente en poner fin a la guerra entre Rusia y Ucrania por no comprender, como la mayoría de los estadounidenses, que al menos desde la Edad Media hacia adelante, los rusos, zaristas, marxistas o putinistas son el pueblo más imperialista que ha existido, sí, más que los ingleses, lo que ya es decir. Y ha fracasado también al colocar una flota de siete u ocho navíos de guerra más un submarino nuclear cerca de las costas venezolanas para atemorizar a Maduro, aunque este no se ha asustado por ahora lo suficiente como para huir.
Nadie sabe lo que pasará, aunque hace más o menos unos diez días, el muy serio diario The Wall Street Journal de Nueva York editorializó en el sentido de que si no culmina su “trabajo” será un golpe político casi demoledor para Don Donald.
Quizás sea bueno no apartarse de Radio Colonia porque “puede haber más noticias para este boletín”. ¿O se equivocará esta vez el conocido locutor y no las habrá?