A fines de 1988, en su discurso de aceptación de la candidatura republicana a la Presidencia de los Estados Unidos, George Bush (padre) pronunció la célebre frase que iba a perseguirlo hasta el resto de sus días. “Lean mis labios –dijo con voz firme–: no más impuestos”. Un año más tarde sucedió a Ronald Reagan en la Casa Blanca, solo para encontrar un desorden fiscal imprevisto. Su reacción fue combinar un paquete de medidas fiscales compuesto de cortes de gastos y un enérgico aumento de impuestos. Se convirtió así en el primer presidente republicano en no ser reelecto desde 1930, perdiendo su contienda a manos de debutante demócrata, Bill Clinton.
Salvando tiempos y distancias, nos encontramos con circunstancias similares en Uruguay –si bien más comprimidos en el tiempo– con un presidente que hace un mes reiteró su postura contraria a “generar más impuestos”, para desmentirse semanas después en ocasión del envío del Presupuesto al Parlamento admitiendo que “con las cifras reales del déficit hay que ajustar un poco”. O sea, va a haber más impuestos.
Cuentas de ajuste
No podemos exigirle al presidente un trato experto de las cifras, no es su tarea. Tampoco creemos que su optimismo inicial haya sido fingido. Pero sí creemos que debió estar mejor asesorado en cuanto a la marcha de la economía cuando ya era vox populi que las metas de endeudamiento y fiscales del último bienio habían sido superadas con creces. Para peor, las proyecciones macroeconómicas que acompañan al Presupuesto y declaran ver una luz al final del túnel parecen pecar de igual optimismo que las del gobierno saliente.
De entrada, se elimina la posibilidad de cortes en materia de gastos. Todos sabemos que se gasta demasiado y se gasta mal. El 11% de la población adulta es empleada pública, cifra incomparable con cualquier otro país con economía de mercado. La improductividad del gasto es el principal problema que enfrentamos, pero no hay ninguna intención de corregirlo ni cerrar empresas del Estado que no pueden competir ni consigo mismas.
Paganini va de a pie
Entonces todo el peso del ajuste necesario caerá en los hombros del contribuyente. Ya comenzó el baile de los candidatos: empresas multinacionales, ahorristas bancarios, el 1% a los “riquitos”, otra razzia a las jubilaciones (que ya están pagando impuestos sobre los impuestos). Donde se inspiren del kirchnerismo podemos apelar a las detracciones, en fin, falta nomás el impuesto al turista.
La voracidad fiscal no tiene límites. Uruguay ya cumple con sus obligaciones asumidas ante la OCDE y sus secuaces (organismos a los que no se nos invitó a integrar, pero que igual nos califican en tonos grisáceos y nos mandan deberes para evitar el exilio financiero). Mediante los estándares comunes de reporte informamos a todos los países participantes de los haberes de sus nacionales en nuestro sistema bancario y financiero. No obstante, ahora se propone informar a nuestra DGI toda la información acerca de nuestras cuentas en el sistema, sin intervención judicial ni motivo justificado. El éxodo de fondos de no residentes en nuestro sistema ya comenzó. No sería de extrañar que los propios uruguayos sigan su ejemplo.
Realidad compleja
En tiempos normales los problemas que enfrentamos serían serios, pero no insuperables. Con buena administración, mesura en el gasto e inversión en nuestras fuentes de riqueza –en especial el campo– podríamos salir adelante. Pero estamos en tiempos inestables y convulsionados, con nerviosismo en las grandes potencias, volatilidad en los mercados e incertidumbre generalizada hacia el futuro. Pueden abrirse oportunidades, pero también cerrarse otras actividades. En especial debemos tomar conciencia de que los mercados financieros pueden rápidamente cambiar de parecer frente a nuestro país, particularmente si no se aprecia un punto de inflexión en cuanto a nuestro comportamiento fiscal y financiero.
Un aspecto que merece especial atención son los altos costos de producción medidos en dólares –especialmente en bienes y servicios no transables cuyo nivel se fija en el mercado interno–, con la consecuente pérdida de competitividad. La política monetaria ha ignorado esta situación, concentrando su esfuerzo en disminuir la inflación. En ello ha sido exitosa, pero al precio de erosionar el valor del dólar con el ingreso de capitales especulativos que buscan aprovechar las altas tases de interés domésticas. La tasa de política monetaria debería acompañar a la inflación en su descenso, de forma de no agravar más este proceso.
Por ahora, las señales que ha dado el gobierno son de seguir con la pauta actual, a la vez que se busca nuevas fuentes de ingreso fiscal para moderar los desequilibrios y mantener la confianza de los mercados. Es una apuesta a que no suceda ningún hecho negativo relevante. Pero el tema de fondo es si nuestra economía puede –bajo estas condiciones– generar una velocidad de crucero (2,5% del PIB) que a su vez paulatinamente enlentezca el crecimiento de la deuda. La historia reciente no lo convalida.
La papa caliente
La pregunta es si el sistema aguanta cuatro años más sin sobresaltos. Sin duda, una victoria electoral llena de regocijo y esperanza a las masas en cuanto a la posibilidad de que sus niveles de vida mejorarán. Pero para diseñadores y ejecutantes de la política económica, el día más feliz será cuando puedan entregar entera la “papa caliente” a sus sucesores.
De todas formas, la discusión del Presupuesto en cámaras podrá cambiar en forma importante el contenido del proyecto de ley, dada la paridad de fuerzas legislativas. Todavía no está dicha la última palabra.