Afirmaba Jawaharlal Nehru, quien fuera el primero de los primer ministro de la India en su historia democrática y soberana: “El fracaso llega solo cuando olvidamos nuestros ideales, objetivos y principios”. Nehru, que había conocido a Mahatma Gandhi en 1916, fue uno de los discípulos de la ola nacionalista hindú fundada por la política satyagraha –fuerza de la verdad–. Además, habiendo tenido una excelente educación al mejor estilo europeo de la época, su propia perspectiva de la historia, tanto de la India como de Occidente, le convirtieron rápidamente en una personalidad de gran calibre dentro de la política india. Y con la guía de Gandhi, pudo añadirle a la lucha por la independencia de su país un sustento científico y social en un sentido moderno. Nehru fue autor de varios libros entre los que se destaca El descubrimiento de India.
No obstante, tanto él como Gandhi conocieron de primera mano las dificultades que impone no solo la labor política, sino más aún, enarbolar la bandera de la soberanía y de la verdad bajo el yugo del imperialismo –en aquellas circunstancias– británico. Y en efecto, a causa del movimiento de no cooperación impulsado por Gandhi, Nehru fue encarcelado el 6 de diciembre de 1921 acusado de actividades antigubernamentales, lo que marcó el primero de ocho períodos de detención entre 1921 y 1945, que duraron más de nueve años en total.
De todas formas, a través de una insistente lucha política que tuvo un arduo y largo periplo, y sin olvidar sus raíces e ideales, Nehru se transformó el 15 de agosto de 1947 en el primer ministro de la India independiente. En su discurso de asunción pronunció: “Hace unos años concertamos una cita con el destino, y ha llegado el momento de cumplir nuestra promesa. Hacia la medianoche, cuando los hombres duerman, la India despertará a la vida y a la libertad”. Nehru implementó una política económica desarrollista, promoviendo la industrialización de India, estableciendo instituciones de educación superior y primaria gratuita y obligatoria para todos los niños. Sentó las bases para la fundación de la Academia Nacional de Defensa y la Comisión de Energía Atómica e inició el movimiento de los países no alineados, construyendo los cimientos de la potencia económica que India es hoy.
Sin embargo, ¿cuál fue el costo que tuvo que pagar Nehru para alcanzar este logro? Décadas de lucha, en las que no solo padeció la prisión, sino también la muerte de amigos y referentes, como el asesinato de Mahatma Gandhi en 1948, que lo llevó a expresar: “La luz se ha apagado en nuestras vidas y hay oscuridad por todas partes”.
Lo que de alguna manera nos lleva a pensar que nuestros ideales, nuestras más profundas banderas políticas, no pueden ser manchados por una derrota o una dificultad circunstancial, sea cual sea su peso. Pues como bien había expresado el refundador de este medio de prensa, Hugo Manini Ríos, “la independencia de los valores implica su inmutabilidad: los valores no cambian, son absolutos. No están condicionados por ningún hecho, cualquiera sea su naturaleza histórica, social, biológica, o puramente individual” (“Valores y Dublé”, La Mañana, 30 de octubre de 2019).
De esa forma, los ideales y principios que La Mañana mantiene como pilares de su línea editorial desde hace más de un siglo no pueden ser menoscabados por ningún evento sea favorable o adverso. Son aquellos que Pedro Manini Ríos en su primera editorial de 1917 dejó patentes, no solo en referencia a las elecciones de 1916 y toda la significación que tuvo ese hecho en la historia democrática nacional, sino también a ciertos principios políticos fundamentales, como por ejemplo en el plano interno “asegurar los intereses financieros del Estado, pero en armonía con los de la producción nacional, que quiere la situación económica de las clases menos dotadas, pero evitando perjudicar las industrias y el comercio que es indispensable proteger, lejos de perseguir en un país que está en pleno desenvolvimiento de sus medios de riqueza”. Y en el plano externo, el americanismo y la defensa de un orden internacional basado en la defensa de los valores republicanos y democráticos, tal como lo define en uno de sus párrafos: “La gran República del Norte, interviene en la contienda en nombre de la democracia y de la humanidad. Ya no se trata, pues del conflicto europeo, ahora está en juego esa fuerza internacional nueva y formidable, que representa el panamericanismo. La solidaridad de todo nuestro continente queda desde ahora vinculada al desarrollo y las soluciones de la guerra, y dentro de aquella, nuestro país, como los demás de América, aunque no intervenga directamente en los sucesos, ha dejado de manera irrevocable de ser un indiferente” (Pedro Manini Ríos, primer editorial de La Mañana del 1º de julio de 1917).
Por ese motivo, cien años después, Hugo Manini Ríos siguió articulando esta suerte de postulados fundacionales, aggiornándolos al siglo XXI, en el que los desafíos que acusa una nueva etapa de la globalización con cambios en materia geopolítica vuelven a imponernos la necesidad de reivindicar el regionalismo y el papel que cumple el Mercosur –y que debería cumplir– hacia adentro como hacia afuera. Y en el aspecto económico, en su editorial del 16 de octubre de 2019 se plantea la siguiente pregunta: “¿Y la empresa nacional?”. La pregunta obviamente retórica hace explícita referencia a cómo, a pesar de que ya La Mañana en 1917 hablaba de la importancia de generar el desenvolvimiento de las fuerzas económicas e individuales del país, y a pesar de que en la historia más reciente, desde hace décadas, analistas, economistas y políticos varios manifiestan la necesidad de reformar el Estado uruguayo para generar la base para el crecimiento del empresariado nacional, de las pymes –que generan la mayor cantidad de puestos de trabajo en Uruguay–, las tan mentadas transformaciones siguen sin realizarse.
Como bien sabemos, Cabildo Abierto ha sido un partido político que ha expresado coincidencias con algunos de los valores y principios que forman parte de la tradición de este medio de prensa, y en esa línea, más allá de los resultados electorales del 27 de octubre, hay una porción de la ciudadanía que, como bien diría José Enrique Rodó, merece ser escuchada y aportar su opinión en el concierto de voces, porque ese es el verdadero valor de una plena vida democrática. No hay que perder de vista que hubo 320 mil ciudadanos que pusieron su rúbrica para habilitar el plebiscito por una deuda justa. Lo que evidencia que Cabildo tiene una actividad política que está por encima de la competencia electoral. Y eso es así, porque los problemas reales de la ciudadanía no empiezan ni terminan con el inicio o final de cada legislatura. Además, hay que admitir que en defensa de los intereses del pueblo –en este caso el endeudamiento de los hogares uruguayos– esta fuerza política no ha medido ni mide a quienes desafía, por poderosos que sean.
Tampoco quisiéramos olvidar que, en la historia política de nuestro país, en su azaroso devenir, otro soberanista como Luis Alberto de Herrera, forjó su carrera política por encima de las derrotas electorales. De hecho, Herrera fue derrotado en las elecciones nacionales de 1922, de 1926, de 1930, de 1942, 1946 y 1950. Finalmente, tras la reforma del Ejecutivo en un colegiado, pudo alcanzar la victoria en las elecciones generales de 1958.
Al final de cuentas como bien decía Nehru, quien se conoce a sí mismo y no se olvida de sus principios no conoce el fracaso, porque su ideal es imperecedero, y en esa medida el tiempo tiene reservadas sus futuras victorias. Porque mantener un ideal vivo no es adoptar una postura inmóvil o mantener una simple permanencia, sino por el contrario, mantener viva una llama es navegar y transitar las ásperas dificultades, tal como lo expresa el lema de La Mañana al decir en palabras de Rodó: “Reformarse es vivir”.
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