Gustavo Mieres es hijo de un coronel encarcelado en Domingo Arena. Su esposa, Malena Barrios, hija de un tupamaro fugado de Punta Carretas en 1971. Junto a su niña forman una familia que mira al futuro y apuesta a la reconciliación en la sociedad uruguaya.
Se conocieron hace once años tomando clases de tenis en el Parque Rodó y la química fue imposible de negar. A él le conquistó su inteligencia, su emocionalidad y su empatía natural, reforzada por una formación cristiana y vocación de médica. A ella le sorprendió su racionalidad, impulsada por su carrera de Ingeniería.
Entre saques y remates, la charla comenzó a fluir. Gustavo le contó que su padre era militar y se sorprendió cuando Malena le comentó que, en realidad, era nacida en Perú, apenas una semana después que Gustavo.
Malena había nacido en Lima, luego de que su padre recorriera Chile y Argentina, una vez fugado del penal de Punta Carretas en 1971, junto a muchos presos tupamaros. El tiempo en Perú, antes de regresar a Uruguay, fue una época difícil para los Barrios, fuertemente marcada por el aspecto económico. Allí fueron acogidos por una familia que los trató como propios. A él, su historia le pareció curiosa pero intrascendente para el vínculo que comenzaban a formar.
“Hay tanta gente que se odia entre sí por hechos de hace cincuenta años y, en realidad, si se ponen a conversar entre ellos y no hablan de política, coinciden en todo y se llevan muy bien”, pensó Gustavo. Era una reflexión que había tenido desde siempre. Pues, recordó, él sabía lo que era sentirse discriminado por una parte de la sociedad por ser hijo de un militar y recibir un trato peyorativo por ello, al punto tal de que, durante su adolescencia, decía que su padre era mecánico.
La relación prosperó y tras un año de noviazgo, Gustavo y Malena decidieron iniciar la convivencia. Más adelante se casaron y llegó Catalina, su hija, una pequeña que hoy tiene cinco años. “Catalina es nuestra energía, lo más importante que tenemos en la vida. Dedicamos todo a ella”, aseguró con sentida emoción Gustavo a La Mañana. Podría decirse que su hija es un símbolo de unión y de dejar el pasado atrás para focalizarse en la construcción de un nuevo futuro. “Nosotros pensamos en nuestra hija, no en el pasado de nuestros padres. Creo que así tendríamos que pensar todos. Quizá no olvidar, pero sí mirar hacia adelante, sin odio ni rencores que nunca terminan”, manifestó.
Además, en su unión, la pareja se ha potenciado, volcándose más hacia la ayuda social. “Malena me contagió su forma de ayudar a los demás y de incorporar el hábito de las donaciones”, admitió Gustavo. Es que, en su camino cristiano, ella ha asistido a sitios afectados por catástrofes como Haití, Chile o la selva amazónica para ayudar a la gente damnificada. “Ella me reforzó el sentimiento de empatía, de ponerse en el lugar del otro”, confesó.
Las visitas a Domingo Arena
El padre de Gustavo, del mismo nombre, fue trasladado hace seis meses a la cárcel. Sucedió de forma sorpresiva para la familia. Por entonces, el coronel retirado llevaba una vida tranquila en Tacuarembó, integrado a la sociedad, señaló su hijo. Se levantaba temprano, hacía las compras, cocinaba, miraba la tele. “No significa ninguna amenaza para la sociedad”, remarcó su hijo.
De hecho, en este tiempo fue fundador y presidente de Tacuarembó Fútbol Club, aunque hoy se encuentra eliminado de los documentos. Fue víctima de una suerte de “cacería de brujas”, indicó Gustavo, incluso en su ciudad natal, Mercedes. “Allí se encargaron de escracharlo en la prensa local, diciendo todo tipo de cosas que no se saben a dónde conducen ni cuál es el objetivo. Incluso se llegó a decir que estén presos hasta que aparezcan los desaparecidos, como diciendo que ellos saben, y qué pueden saber si eran súper jóvenes en ese momento. Y a esto además se suman otros hechos, como la Ley de Caducidad o la prescripción de los delitos”, expresó.
“Malena, como médica, piensa que es una etapa de mucha vulnerabilidad. Siempre se interesa por saber cómo están allí respecto a los aspectos de salud y psicológicos. Cada día que pasa, para los ancianos que están presos, es importantísimo, más si se tiene en cuenta el porcentaje de lo que implica un día en la vida para el resto de la vida”, admitió.
“Cuando uno va a Domingo Arena y ve a los ancianos, ya con sus mañas, ve que la convivencia además se empieza a complicar. Al principio fue la novelería de encontrarse con viejos camaradas, pero luego se empieza a sentir. Hay esposas que van todos los días a visitarlos, pero es un gran sacrificio. Con la pandemia están restringidas la cantidad de visitas. Desde el punto de vista humano me parece un despropósito que los tengan encerrados, siendo que no son ninguna amenaza”, observó el entrevistado.
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